miércoles, 28 de octubre de 2009

BELGRANO Y LAS MALVINAS

Por Eduardo Astesano

Hacia 1815, el oficial de la Marina de los Estados Unidos, David Jewett, se había convertido ya en un reconocido corsario, con patente otorgada por el gobierno de las Provincias Unidas.
En 1820 fue convocado para hacerse cargo de la fragata mercante "Heroína", adquirida en Francia por el armador Patricio Lynch, a fin de realizar una delicada misión secreta para el directorio rioplatense: tomar posesión de las islas Malvinas. Cuando la "Heroína" —
ya bien provista de cañones de guerra– llegó a Puerto Soledad, el 27 de octubre de 1820, las Malvinas eran el embarcadero de buques norteamericanos e ingleses, depredadores de ballenas y lobos marinos.

El 2 de noviembre, Jewett envió una carta a los capitanes de tales buques, iniciada con la siguiente frase: "Señor, tengo el honor de informarle que he llegado a este puerto comísionado por el Supremo Gobierno de las Provincias Unidas de Sud América para tomar posesión de las islas en nombre del país a que éstas pertenecen por la Ley Natural".
Cuatro días más tarde, saludaba desde la "Heroína", con una salva de veintiún cañonazos, la bandera celeste y blanca.

Se trata de un episodio más o menos conocido. Lo que surge como un dato realmente novedoso, en cambio, es la probable participación que habría tenido Manuel Belgrano en dicha operación militar. Este aporte historiográfico aparece en la nota publicada por Eduardo Astesano, en la revista Amauta del 2 de diciembre de 1987, que reproducimos, fragmentariamente, a continuación.


En medio de la anarquía del año XX, cuatro políticos, unidos por estrecho lazo de parentesco, fueron hermanados por el juego oculto de la Providencia, para planear y ejecutar la herencia española, ocupando las Malvinas.

El primero Don Patricio Lynch, concuñado de Juan José Castelli, empresario de fortuna, importador, con negocio establecido al lado del templo de los dominicanos, en la actual avenida Belgrano (de la ciudad de Buenos Aires). Equipó con armas a los ejércitos de Belgrano y (José de) San Martín; fue armador de barcos y garante de numerosas patentes de corso.

El segundo Juan Martín de Pueyrredón, elegido (como Director Supremo) a instancias de Belgrano y San Martín, en el Congreso de las Provincias Unidas de Sud América (...).

La intervención del General Belgrano

El primo de Belgrano, Juan José Castelli, había impulsado a su hijo a hacer la carrera naval. Por esa época, ya como Subteniente de Marina, Luciano Castelli, el sobrino de Belgrano, fue propuesto por Lynch para incorporarse a la tripulación.

De todo esto existen documentos, pero no de la activa participación de Manuel Belgrano en los hechos que habrían de sobrevenir, donde hay que avanzar sobre presunciones fundadas. El General Manuel Belgrano, que en sus años del Correo de Comercio había dedicado varios números al estudio de las islas americanas del Atlántico y el Pacífico, como Secretario del Consulado desempeñó una actividad poco conocida.

Corría a su cargo recibir a los buques corsarios y tratar con los capitanes, otorgando premios y aplicando sanciones a la tripulación, como un ministro de esta guerra de corso por entonces española. El, como funcionario real, por entonces, y Lynch, como empresario, después.

En 1810, como miembro de la Primera Junta, resolvió sobre los sueldos y gastos que presentó el último gobernador español de las Malvinas, que apareció en Buenos Aires.

Con Belgrano empezó el segundo acto de esta historia patria. Todo se fue armando en torno de la casa familiar de los Belgrano, hoy Avenida Belgrano 441 (de la ciudad de Buenos Aires), a media cuadra del templo de la Virgen del Rosario, que está en el Altar de la Independencia, porque guarda en su camarín las banderas inglesas de la Reconquista y las españolas de Tucumán donadas por Belgrano.

En marzo de 1819 había llegado el general, carcomido ya por los intensos dolores de su enfermedad, postrado en su coche, meditando en el fin. Por pies ajenos pasó al dormitorio donde naciera (allí funciona hoy un café).

Por entonces, el hermano de Belgrano, Prior del Consulado había propuesto a indicación del General la adopción de un nuevo escudo. El Director Supremo aprobó el cambio, indicando que “en lugar del gorro frigio del diseño debía colocarse el Sol, símbolo de la Patria”, con la inscripción americanista "Tribunal Consular de las Provincias Unidas de Sudamérica".

Tiempo de héroe para recordar. Su bandera azul y blanca apareció simultáneamente en Caracas, México, Rosario, Mendoza, Guayaquil, San Francisco o Centroamérica y, cruzada por el rojo federal, en el Paraguay, Banda Oriental y Chile. América Azul. Lo es hoy todavía. Sobre 20 banderas actuales hay 18 azules.

Las visitas seguidas al enfermo de Lynch, Castelli y Pueyrredón, fue cuajando —y de un cambio de ideas, apareció— la ocupación de Malvinas. Para Belgrano debe de haber sido de gran emoción haber planeado esa última operación militar. Meditaría en la afirmación del venezolano (Francisco de) Miranda: una Sudamérica del Cabo de Hornos a California a Malvinas, donde debía flamear también el azul y blanco de las barrancas de Rosario.

Allí surgió la americanización de las islas y, quizás por su indicación, se incorporó a su sobrino Luciano para que la enarbolase. No había, en ese cuadro patriótico familiar, nadie que pudiera disentir con este general moribundo...

La operación y el desembarco

En 1819 Patricio Lynch consigue de su pariente Pueyrredón patente de corso para una fragata de su propiedad, "La Heroína", de 475 toneladas con una capacidad de 34 bocas de fuego y gran poder de combate. En el nombramiento del capitán, el papel de oficio con sellos va precedido de grandes letras: “El DIRECTOR SUPREMO DE LAS PROVINCIAS UNIDAS DE SUD AMÉRICA, atento a los servicios prestados, nombra a David Jewett como capitán del barco La Heroína”. Hasta allí la inscripción en el libro de corsarios, con el secreto de la operación y el objetivo Malvinas. En enero de 1820, comunica Lynch estar en condiciones de partir.

Cuando "La Heroína" navegaba por las aguas del Atlántico sur (...) el día 20 de junio de 1820 fallece Belgrano, entre el 25 de mayo de la Libertad y el 9 de julio de la Independencia.

La relación del capitán llegó a Buenos Aires el 2 de noviembre de 1820, poniendo ya al descubierto el secreto al firmar abajo como "Capitán de la Armada de las Provincias Unidas de Sudamérica". Allí se izó la bandera en un improvisado mástil, ubicado en las ruinas del antiguo puerto, mientras la fragata hacía oír por veintiuna vez el tronar de sus cañones.

El bergantín "Jane" de la Armada Británica presenció la escena y luego se retiró de la isla. El espíritu de Belgrano estaba presente y las islas Malvinas dejaron de ser, por hecho, de posesión españolas para ser de Sudamérica.

(...) En este patriótico clima de corsarios, guerreros del mar, de acentuado americanismo y de una heráldica belgraniana manifiesta, revivieron las Islas Malvinas. Ellas volverán, si sabemos revivir esa tradición, poniéndolas bajo el control de los países sudamericanos, como un tardío reconocimiento de la explosiva adhesión que recibimos.

martes, 20 de octubre de 2009

ENSEÑANZA LIBRE O ENSEÑANZA LAICA

Por César Marcos

El 23 de diciembre de 1955, la dictadura encabezada por Pedro Aramburu dictó el decreto ley 6403 sobre la Organización de las universidades nacionales, cuyo artículo 28 establecía que “...la iniciativa privada puede crear universidades libres que estarán capacitadas para expedir diplomas y títulos habilitantes siempre que se sometan a las condiciones expuestas por una reglamentación que se dictará oportunamente”.

Hasta ese momento, el otorgamiento de títulos profesionales habilitantes era una atribución exclusiva del Estado, por lo que distintas expresiones identificadas con la Reforma de 1918 manifestaron públicamente su oposición. Esto provocó la renuncia de Atilio Dell’Oro Maini, hasta entonces ministro de Educación y promotor de la iniciativa. En aquel mayo de 1956, el defenestrado artículo 28 parecía caso cerrado.

Pero el 26 de agosto de 1958, todos pensaron que se haría efectiva su reglamentación: el presidente Arturo Frondizi anunció, en conferencia de prensa, que aplicaría la "libertad de enseñanza" en el ámbito universitario. La repercusión fue inmediata y se formaron los bandos a favor y en contra de la medida. El enfrentamiento trascendió como "Laica o Libre".

La disputa se daba, fundamentalmente, en el interior del frente social y político antiperonista. Sin embargo, no fueron pocos los peronistas que se alinearon en un bando o en el otro.

Equidistante de ambas tendencias, aunque no neutral, el 3 de octubre de 1958 César Marcos publicó en su periódico El Guerrillero algunas consideraciones acerca de un plenario de las 62 Organizaciones, donde incluye una caracterización del conflicto universitario. Gracias a la exhaustiva recopilación documental de Roberto Baschetti, ahora podemos publicarla.



El Gobierno de Frondizi en cumplimiento de sus planes desintegradores de todos los sectores populares, para facilitar la operación “apertura” al capital extranjero, ha lanzado a la discusión pública el problema de la implantación de Universidades Privadas, enfrentando unos contra otros a todos los sectores de la sociedad argentina.

Por medio de una falsa disyuntiva pretende desviar la atención popular, la policía de Niceto Vega ha tendido una cortina de gases lacrimógenos para ocultar la vergonzosa entrega del país.

Pero la cuestión está, planteada, independientemente de nuestra voluntad. Y no podemos cerrar los ojos ante los hechos que diariamente se producen y conmueven a la opinión pública.

Los sectores liberales y cosmopolitas del tipo de Frondizi (Risieri) y Romero (José Luís), que manejan las palancas de la Universidad han deformado deliberadamente la lucha por defender la Universidad Estatal transformándola en una lucha contra la Iglesia Católica.

Pretenden reeditar un conflicto entre liberalismo y religión que nada tiene que ver con el país real. La bandera de la enseñanza laica es, por su parte, igualmente regresiva. La ley 1420 de educación común, llamada de Enseñanza laica ha sido completamente superada por la Doctrina Justicialista y ninguna de sus disposiciones se opone a la enseñanza Privada.

Los grupos que defienden la llamada Enseñanza libre como reacción contra el carácter extranjerizante de la actual Universidad Estatal, sostienen que por la vía de las Universidades Privadas se podrán crear centros de estudio de tendencia nacional e incluso Universidades Obreras. Tales planteos no son menos peligrosos que los anteriores.

La realidad va a determinar que junto a una hipotética Universidad Popular se van a levantar poderosos Institutos Privados pagados por los grandes monopolios ingleses, norteamericanos, franceses; por todas las corrientes religiosas no solo católicas, protestantes de todos los matices, israelitas, mahometanas, etc. Hasta las ideologías antipopulares e internacionalistas tendrán el derecho a formar sus propios centros de estudios.

Con lo cual llegaremos al resultado de que la República Argentina será un mosaico abierto a la colonización cultural. De igual manera como el señor Frondizi pretende desintegrar nuestra unidad económica y política, paralelamente trata de hacer lo mismo, con nuestra personalidad nacional.

Los Peronistas tenemos una posición definida que se desprende de nuestra doctrina cristalizada en el Segundo Plan Quinquenal (Capítulo Educación). Estamos contra la Enseñanza "libre" y contra la Enseñanza "laica". Estamos a favor del Monopolio estatal sobre la Enseñanza, no sólo universitaria; también sobre la primaria y secundaria.

Sostenemos el derecho del Estado Argentino a formar a sus juventudes dentro de una Doctrina Nacional homogénea y popular. Aspiramos a una educación única destinada a exaltar los valores espirituales y materiales de nuestra nacionalidad.

Se podrá alegar que tales objetivos no se alcanzarán mientras la Enseñanza permanezca en poder de los grupos liberales y masónicos. Eso es cierto. Pero la solución no consiste en abrir nuevas Universidades sino en lograr el control del Estado para el Pueblo y los Trabajadores.

Las “62 Organizaciones” tienen la obligación de pronunciarse en favor de la enseñanza Estatal de acuerdo a los postulados de la Doctrina Peronista y convalidando los pronunciamientos ya realizados por la CGT de Córdoba, de La Plata, por el Movimiento Universitario Peronista de Santa Fe y por la Junta Coordinadora Provisoria Nacional de la Juventud Peronista.

Deben también hacerlo porque vastos sectores estudiantiles, actualmente dirigidos por liberales y comunistas, esperan la solidaridad de los trabajadores en la lucha que están librando. Los trabajadores Peronistas no pueden dejarlos abandonados a merced de los comunistas. Debemos ganarlos para la causa de la Revolución Nacional mostrándoles que solo el Peronismo es capaz de luchar hasta el fin en defensa de una enseñanza Nacional abierta al Pueblo.

lunes, 12 de octubre de 2009

ULTIMA ENTREVISTA A JAURETCHE


Por Blas Matamoro

Poco queda por agregar a este documento invalorable, que no esté dicho en la presentación de Matamoro. Simplemente decir que fue publicado originalmente en el número cuatro, correspondiente al mes de agosto de 1974, de la formidable revista Latinoamericana, que dirigían los escritores Alberto Vanasco y Juan Carlos Martini Real.


Con motivo de una encuesta dirigida a diversos escritores argentinos, acerca de la profesión del escritor y sus relaciones con el público, hice llegar un formulario de preguntas a Arturo Jauretche. El 18 de mayo de 1974, una semana exacta antes de su muerte, me reintegró el texto con las correspondientes respuestas. Pensaba viajar a Bahía Blanca, pero el malestar que ya lo llevaba a la muerte lo obligó a internarse inmediatamente. Quizá por aquel viaje, que el azar convertiría en definitivo, se apresuró don Arturo en contestar mis cuestiones. Ni él ni yo sabíamos que eran los últimos párrafos de ese discurso, esa conversación infinita que es su obra escrita. Por este hecho definitivo, desgloso sus contestaciones y las recuadro en este artículo.

De todos los escritores consultados, Jauretche es el único que no se reconoció como tal, o sea, como un especialista o un profesional de la escritura. Era quizás el único y el último representante de una especie decimonónica, romántica, primitiva de hombre –que– escribe (no hombre de letras, justamente, sino hombre en las letras). No es casual que, en su última prosa, se considere enraizado con la tradición de los escritores del 80, que fueron, a la vez, dirigentes políticos, funcionarios, doctrinarios de un proyecto nacional a medias frustrado, y practicantes de una literatura que, inconscientemente, se definía como nacional a partir del uso del idioma tal como se daba en la conversación cotidiana.

En Jauretche la escritura no era, como a partir de la generación modernista, un acontecimiento del idioma dentro de la literatura. En Jauretche era un sustituto de la comunicación directa, un sucedáneo del habla. Dictaba sus textos, que eran mero reflejo del discurso hablado, y se enojaba con el escribiente si pretendía introducir alguna modificación que beneficiase el estilo en desmedro del documento. Le parecía que congelar la charla y petrificarla literariamente era como traicionar la inmediatez de la conversación que sostenía con sus interlocutores virtuales; su pueblo, digo yo; sus paisanos, decía él.

Jauretche era el último exponente de una literatura íntimamente ligada a la acción: a la acción en el aire libre de la historia, en el gran espacio de la convivencia social (o de la guerra civil). Escribir estaba, en él, conciente y expresamente subordinado a lo políticamente eficaz. Esto no lo exilia del mundo de la literatura. Todo ejercicio literario es un ejercicio ideológico; quiere decir: un inciso en un cuerpo de normas para la acción práctica. En el hombre de letras corriente, este ejercicio se enmascara en el mostrar o en el demostrar, en el tener o en el contener, en la impasibilidad del decadente o en el delirio verbal del metaforista. En escritores como Jauretche, el ejercicio se practica desnudamente: la literatura muestra su raíz ideológica o, si se quiere, retórica en el sentido íntimo y original del término: práctica de la persuasión, convicción de lo que está bien y, por lo mismo, debe hacerse.

Los hombres del 80 (Viñas lo muestra y Jauretche lo recuerda, no sin fastidio, como diría un hombre de letras) fraguaban en su prosa la conversación del club aristocrático. Su prosa evocaba la aterciopelada y bien comida intimidad del Círculo de Armas o del Club del Progreso. Jauretche, por el contrario, supone otro ámbito modelo: el comité yrigoyenista, la cuna de los misterios morales que encaminan la actitud política, y también el ámbito del café bohemio, donde se redactan las actas de acusación a la sociedad farisea, las fantasías de un futuro país activo y sin tutelajes.

Este paralelismo acción/escritura se da en proporciones inversas de ambas partes durante la vida productiva de Jauretche: mientras militó en FORJA y en el peronismo, se redujo a escribir manifiestos, documentos de época, o al periodismo resistente de 1955 (el diario El 45). Fue durante el exilio interior (interior a su país, no a la dudosa intimidad del alma del hombre de letras, que constituye su soledad con su escritura), durante la marginación de la actividad política, que se dedicó a componer sus libros, con un aliento de estabilidad que no tienen sus otras prosas (y versos). De ahí que su escritura sea un constante recurrir nostálgico de la actividad, su incierto sustitutivo: añora los tiempos en que era artículo que se leería al día siguiente, panfleto que caería entre la multitud, horas después. Añoraba la barricada o la tribuna desde donde la palabra se emite cara a cara del receptor.

No es casual ni debe mover a curiosidad esta mención postuma —ahora— de Jauretche a Victoria Ocampo. Hay una inédita correspondencia entre Victoria y don Arturo que algún día, quizá, sea un capítulo menor de nuestra historia literaria. Más allá de esa diferida conversación de viejos, que recuerdan un mundo connotado por su juventud y cerrado por el paso del tiempo, el entendimiento —tan delgado entre dos personajes tan distantes en el espacio político— entre ellos pasó por otro vaso comunicante: era el diálogo entre la última conservadora del 80 (ella diría mejor la derniére caúsense y el último escritor-hombre-de-acción del siglo XIX. Los separaba un proyecto nacional completamente distinto, pero los acercaba un lenguaje común. El de la Ocampo era el lenguaje que recontaba las glorias pretéritas de un mundo ya concluso, el que habían construido sus mayores, a la sombra del mito de un espíritu de ultramar encarnado en el cuerpo americano. Era un mito que caminaba lentamente la única dirección del tiempo, pero con la cabeza vuelta hacia el pasado. El lenguaje de Jauretche, aunque a menudo comprometido con esa misma imagen pasada (al considerarse, por ejemplo, en la opción sarmientina, continuador de la "barbarie") estaba orientado por un mito inconcluso, cuya culminación estaba en el porvenir. Era el lenguaje de un discurso a sus paisanos, una persuasión a la práctica de una lucha libertadora.


- ¿Vive Ud. de sus derechos de autor?

- No.

- En caso afirmativo: ¿ha vivido de ellos desde que escribe?

- Voy a contestar aunque el caso sea negativo. He sido escritor privado, es decir, sólo para los que comulgan conmigo, pues carecía de medios de promoción y contacto con el público, como ocurrió seguramente a la mayoría de los escritores argentinos que por nacionales quedaron inéditos. Ser más explícito sería redundar en lo que ya tengo dicho particularmente en Los profetas del odio y la yapa, sobre la colonización pedagógica y la constitución de la inteligentzia. Después de los sesenta años he resultado escritor, pero esto por la transformación, nacionalización de los nuevos lectores que buscaron algo que estuviera fuera de lo impuesto por el sistema.

- En caso negativo: ¿de qué vive o vivió?

- No he vivido del libro. Muchos años de mi trabajo de abogado, cinco o seis como funcionario. También del producto de actividades diversas porque afortunadamente tengo múltiples aptitudes para ganarme la vida, entre ellas el periodismo. Y también para vivir como pobre, porque eso he sabido serlo siempre que fuera la garantía de mi libertad. Ahora hace años que soy jubilado.

-¿Hace habitualmente vida literaria (si concurre habitualmente a actos, conferencias, , presentaciones de libros, reuniones de escritores)?

- No he frecuentado habitualmente las reuniones literarias y no lo hago ahora. En una respuesta anterior se encontrará la explicación. Además no me considero literato sino un hombre que usa el instrumento de la pluma para tomar contacto con sus paisanos y servirlos en lo que pueda. No me opongo a que haya literatos, pero a mí me parece que es con el riesgo de perder algo la condición humana para ser un experto más: en belleza si se quiere. A mí esto no me tira.

- En caso negativo: ¿por qué?

- Creo que ya está contestada.

- ¿Tiene militancia en organizaciones de intelectuales? ¿La ha tenido en organizaciones profesionales o gremiales?, ¿en organizaciones de otro tipo? En caso negativo: ¿por qué?

- Creo que ya está contestada.

- ¿Entiende que su tarea de escritor tiene implicancias extraliterarias?

- Creo que sí y también lo acabo de decir de una manera general, política, pero en el término está implícito lo demás.

- ¿Con cuál de estas ideas considera más afín su tarea de escritor? Hobby, divertimento, profesión, obsesión, refugio, cura (entendida como salida a un malestar), otras.

- Contestada en la anterior. Para mí el fin ha sido comunicación, difusión y proselitismo. Ni hobby, ni divertimento, profesión, obsesión, ni mucho menos refugio y cura. Debo advertirle que escribo con alegría y que las angustias me vienen cuando no me sale nada que comunicar y en forma digerible por el lector.

- ¿Se considera continuador de: la obra de algún escritor argentino anterior, la obra de algún escritor extranjero anterior, la obra y los principios de alguna escuela literaria, la obra y los principios de alguna escuela o grupo de otro tipo?

- No creo continuar la obra de ningún escritor argentino y de todos, si se entiende por éstos los nacionales. Si alguno me ha influido fuertemente ha sido Scalabrini Ortiz. En cuanto a escuela literaria es la de mis lecturas, pero éstas abarcan tan distintas escuelas que no puedo identificar a ninguna. Tal vez en mi estilo han influido Sarmiento, Mansilla, en general los del 80. Recuerdo aquí que Ramón Doll decía de éstos que habían creado una escuela literaria cuya base consistía en el uso de un lenguaje coloquial y llano que convertía la prosa en un diálogo con el lector, abundante en referencias circunstanciales y de general conocimiento. También en cierta medida Doll escribía así señalando como perniciosa la influencia de Groussac, que había extirpado el floripondio y el tropicalismo pero al mismo tiempo la espontaneidad creadora. David Viñas dice que el carácter coloquial de aquellos escritores surgía de que escribieron para un público reducido de clubmen. En mi modesto esfuerzo creo haber mostrado que también el lenguaje coloquial vale para el gran público y no sólo en la letra de los tangos. Tenemos el caso de Victoria Ocampo que a no dudarlo ha sido uno de los factores del extrañamiento de nuestra literatura, pero cuya prosa periodística, cuando la emplea dejando de lado cultura libresca, corre en una atmósfera que repite la de aquellos escritores. Tengo presente un artículo no muy lejano sobre un tema tan francés como puede ser algo sobre Chanel, la modista, y cuyo estilo se vincula con aquel de los argentinos cuya restauración literaria quiero convertir en modelo.

- ¿Ha sentido nostalgia alguna vez por desarrollar alguna tarea afín no ejercida?

- No he tenido nunca la tentación de ningún género de esos para los que posiblemente soy incapaz. Es cierto que con Manzi hicimos un sainete: Lengua larga, que nunca se representó y que colaboré con el mismo en la letra de una milonga; Milonga de Puente Alsina donde empleo el pseudónimo de Julián Barrientos que es el personaje de un poema gauchesco, El Paso de los Libres, que tal vez quiera estar en la huella de Hernández, según el prologuista. Está al salir la tercera edición, pues la primera era en 1934. Pero en realidad siguiendo lo de Hernández no pretendo haber buscado reproducir sus aptitudes poéticas. Los fines eran políticos como en todos mis escritos. Después vino mi largo silencio en el libro y sólo fui periodista en sueltos que algunos consideran sólo panfletos. He coleccionado alguno de éstos en: Prosa de Hacha y Tiza; Filo, Contrafilo y Punta y Mano a mano entre nosotros, cuyas terceras ediciones están también al salir. Me parece que muchos de esos panfletos han resistido la prueba del tiempo, con lo que tengo derecho a suponer que no son tan panfletos como se dice, sino que más bien había algo que decir, y para su eficacia periodística se recurrió a la apariencia del panfleto.

- En caso afirmativo: ¿por qué no la ejerció?

- Ya está explicado.

- ¿Considera que, en nuestra sociedad, la literatura es una ocupación marginal?

- También se sobreentiende con lo que he dicho antes.

- ¿Ejerce la literatura en detrimento de otra tarea personal?

- No sé si hay detrimento; más bien creo que hay integración.

- ¿Hay una escisión entre literatura y pueblo? Antes de contestar, trate de definir ambos términos; si es posible, por ideas afines.

- Esta pregunta es para otro tipo de escritor. Yo trato de comunicarme y para determinados fines generalmente proselitistas; no puedo de tal manera separar literatura y pueblo. No pretendo que ésta sea la contestación de un literato sino de quien soy. Es toda la cuestión del arte, pero yo no me propongo ser un artista; si por casualidad lo llego a ser en un momento no es porque lo busque. No me meto en la cuestión. Tal vez porque toda mi prosa es un entretenimiento.

- ¿Hace caso de algún tipo de lector de sus libros?

- Sí y no. Escribo para los que me leen y me gusta que me lean, pero no escribo para ser grato a ningún oído. Mi objeto es persuadir especialmente a los no persuadidos y, lógicamente, si me pongo a pensar en éstos tengo que tenerlos en cuenta, pero no por lo que ellos piensan sino por lo que yo quiero que piensen. Mis lectores son numerosos y esto no es jactancia porque tengo tres o cuatro libros que andan entre las siete y las doce ediciones. A veces me sor- prende cuando me paran en la calle, cosa constante, pero no estoy muy seguro que lo hagan porque me han leído sino porque me han visto en televisión. Tengo muchos escritores amigos pero no voy a nombrar a ninguno porque aquellos que excluya aquí van a considerar que he establecido jerarquías entre escritores y entre amigos, y ya me he ganado bastantes enemigos que me interesan como tales para que se agreguen aquellos que quiero y estimo.

- ¿Da a leer sus obras antes de publicarlas?

- Algunas personas de mi más íntima confianza suelen aguantar la lectura de los borradores pero soy muy prudente, por ellos y por mí, pues no quiero ser influido.

- En caso afirmativo: ¿atiende las sugerencias y correcciones propuestas?

- Muy por cuenta gotas. Diría que ni siquiera someto a mi propia censura mis originales. Eso explica muchas erratas de la que no tiene la culpa ni el linotipista, ni el editor, ni el corrector de pruebas.

- ¿Qué opina de esta encuesta?

- Muy interesante si los que la contestan dicen su verdad y no la de la imagen que ya tienen de sí. Porque en toda acción pública hay el peligro de construir una imagen y luego ser prisionero de la misma que obliga a serle fiel, expresando a un escritor —lo mismo a un político— que se convierte en un embalsamado, para mantener la identidad de la imagen.

domingo, 4 de octubre de 2009

SANTIAGO DERQUI, FEDERAL

por Alfredo Terzaga

El cordobés Alfredo Terzaga (1920 – 1974) es autor de la inconclusa Historia de Roca. No se trata de una mera referencia bibliográfica, puesto que Historia de Roca es una obra fundamental en la comprensión de nuestro pasado, al tiempo que —con su ausencia tanto en cátedras como en librerías—, señala como pocas la vigencia de la colonización pedagógica en nuestra producción historiográfica.

Terzaga dejó, entre otras cosas, algunos textos que fueron publicados en la revista Todo es Historia. De uno de ellos —Mitre en Pavón: los días nefastos de la confederación, publicado en junio de 1971—, extraemos esta breve consideración sobre su comprovinciano Santiago Derqui (1809 – 1867).

En 1860 Derqui fue electo Presidente de la Nación, como sucesor de Justo José de Urquiza, y asumió la presidencia el 5 de marzo de ese año, acompañado por el general Juan Esteban Pedernera.



En todos los aspectos, el nuevo presidente era el reverso de Urquiza. Nunca había mandado ejércitos y no tenía otro oficio que el de los libros y los papeles. En un país de muchedumbres ecuestres, él no pasaría de ser un jinete de paseo. No tenía ni prestigio militar ni fortuna personal como para organizar y mantener los gastos de un partido. Y, sin embargo, llegó a tenerlo...

Pese a que los historiadores de distintas tendencias suelen ensañarse con las supuestas blanduras del segundo presidente de la Confederación, la verdad es que su nombre, cosa al parecer curiosa, sirvió de bandera precisamente a los más duros federales del Interior cuando éstos entraron a sospechar de Urquiza por sus reiteradas transigencias frente a Buenos Aries.

Con todo, debe reconocerse que Urquiza, al aceptar y propiciar la candidatura de su ministro del Interior, había superado, aunque fuese de momento, sus condiciones de caudillo y estanciero litoralense, para arrojar un cabo firme hacia las provincias de tierra adentro. Sus clásicas vacilaciones, a la larga fatales para la Confederación, lo harían después retraerse hacia Entre Ríos, pero lo cierto es que, en el momento de la sucesión presidencial, había optado por el lado más nacional de su política.

El nuevo presidente era un doctor de Córdoba. Santiago Derqui había nacido en esa ciudad en junio de 1809. Hizo y terminó sus estudios universitarios en los años de Juan Bautista Bustos, uno de los hombres del interior más odiados por Buenos Aires. Durante el breve gobierno de José María Paz pudo observar los esfuerzos que hacían algunos federales de su provincia, como (Juan Antonio de) Saráchaga y (Estanislao) Learte, por teñir con su programa a la Liga del Interior capitaneada por el Manco.

Tras la caída de Paz, el joven doctor Derqui hizo su iniciación en política escribiendo y dirigiendo periódicos federales, bajo los gobiernos de (José Vicente) Reynafé y de Pedro Nolasco Rodríguez. Como magistrado, defendió la potestad del Estado contra las pretensiones del obispo Lazcano y fue excomulgado por ello. Su estilo político, de un federalismo liberal (término que en este caso nada tiene que ver con el partido “liberal” aparecido después de Caseros), tenia sus raíces en la tradición consolidada en Córdoba durante los nueve años del gobierno de Bustos.

Argumento de sastrería

Vale la pena detenerse un momento sobre la verdadera significación política del presidente cordobés, porque los juicios corrientes, provenentes unos del mitrismo y otros del urquicismo, han contribuido a oscurecer la comprensión sobre la crisis del año nefasto.

Bastó, parece, el hecho de que Derqui fuera secretario de Paz en Corrientes, y exiliado luego en Montevideo, para dar fundamento a la tenaz y difundida leyenda sobre su unitarismo. Haber sido opositor a Rosas constituiría así una "prueba" suficiente de semejante filiación, tanto para la historiografía oficial como para la rosista o filorrosista, vertientes ambas que, a pesar de su enemistad, concuerdan en deformar la naturaleza provinciana del federalismo.

El talentoso José Luis Busaniche —para quien, sin embargo, sólo son federales los del Litoral— comentando una de las afirmaciones de Woodbine Hincliff en su Viaje al Plata, sostiene: “... no puede considerarse al doctor Derqui ‘el gran enemigo de los hombres de Buenos Aires’. Estaba más vinculado a ellos que Urquiza, puesto que había sido unitario y vivido en el destierro durante la dictadura de Rosas. Fueron razones circunstanciales —continúa Busaniche— las que lo distanciaron de Mitre, gobernador de Buenos Aires y de su circulo" (notas en páginas 175 y 176 del libro citado). En su Historia Argentina, donde levanta muchos de los cargos contra Derqui, el mismo Busaniche, con todo, persiste en la leyenda: "El nuevo presidente había sido unitario emigrado...".

Por su parte, el doctor José María Rosa, escritor habitualmente incisivo, deja su revisionismo en vacaciones cuando se trata de Derqui, y sostiene que el presidente “se pasaba los días durmiendo, ajeno al acontecer político. Sus antecedentes unitarios lo inclinaban al partido liberal, pero le debía la presidencia a Urquiza y era hombre leal” (La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas, pág. 74). En otra de sus obras (Nos los Representantes del Pueblo), el mismo autor estampa sobre Derqui idénticos juicios, sosteniendo que simpatizaba con los liberales de Buenos Aires, que era un "formidable haragán", que las circunstancias lo habían llevado inexplicablemente a ceñirse la escarapela punzó, y que era "orgánicamente unitario"... ¿Pruebas?: “(...) su gravedad magistral, sus pocas y solemnes palabras, su grado doctoral”, etc., etc.

Sólo falta aquí la mención de la levita para definir al unitario “orgánico” (!) como opuesto al hombre de chiripá, argumento de sastrería en que viene a refractarse, aunque invertido, el mismo dualismo maniqueo y sarmientino de civilización y barbarie...

La carrera de Derqui

En los días oscuros que siguieron a la tragedia de Barranca Yaco, Derqui, como presidente de la Legislatura local, trató de embotar la ofensiva de Rosas contra Córdoba y propuso, sin éxito, la candidatura de don Mariano Lozano, que era amigo del gobernador porteño. Detenido con muchos otros cuando asumió Manuel López, fue llevado a Santa Fe, desde donde logró pasar a Corrientes (don Estanislao, pese a su larga luna de miel con Buenos Aires, se reservaba siempre alguna carta del mazo...)

En Corrientes, bajo el gobierno del federal Pedro Ferré, Derqui trabó amistad con su comprovinciano el Manco Paz. Más tarde estuvo en Montevideo en la época del sitio, sin participar en los círculos de los emigrados porteños. Después viajó a Río de Janeiro con Paz y en el '45 estuvo de nuevo en Corrientes, donde casó con doña Modesta García de Cossio, hija de uno de los hombres de la generación de Mayo.

Caseros rompió la amistad política entre los dos cordobeses: mientras Paz entraba a servir a Buenos Aires, Derqui, constituyente del ‘53, ingresaba al gobierno de la Confederación como ministro del Interior, para sostener la misma causa que había defendido en sus años juveniles de periodista federal. Su espíritu independiente tuvo ocasión de manifestarse, concitándoles adhesiones tan firmes como tenaces enemistades. No es extraño, por eso, que su casa en Paraná, donde se dice que consumía infatigablemente mates y novelas, fuera sin embargo frecuentada “por todo lo que era hombre de acción o de armas llevar”.

Un presidente entrerriano y un ministro cordobés constituían la expresión visible de esa alianza —tantas veces buscada— entre el Interior y el Litoral frente a Buenos Aires. Como alianza que era, y no simple absorción, tenían que reflejarse en ella fricciones y disidencias, y abrirse paso las críticas que las contemplaciones de Urquiza suscitaban en tierra adentro. Mientras la casa del vicepresidente Del Carril era “un cenáculo, donde se murmuraba entre dientes contra ‘el libertador’, la de Derqui era un club político. Allí se hablaba claramente hasta de Urquiza”, según sostiene un testigo. (Retratos y recuerdos de Lucio V. Mansilla)

La experiencia de reiteradas frustraciones de la causa provinciana, unida a sus hábitos sedentarios, a su formación universitaria y a su cautela forense, pueden explicar quizá que la acción fuera en Derqui algo intermitente; mas no por ello dejaba de ser hombre de acción. Así lo advirtió Mansilla en sus recuerdos del Paraná cuando estampó las siguientes observaciones: “porque la verdadera acción está en la voluntad que se conoce a si misma, que tiene conciencia de su yo, que sabe lo que quiere, adonde va, por qué y cómo. Derqui poseía esas cualidades”.

Como hombre del Interior en el ministerio del ramo, Derqui era el hombre para el cargo. Y como representante de una implícita alianza, nada más lógico que cuando le tocó ser presidente tratara de imponer su línea y la de sus amigos —Manuel Lucero, Mateo J. Luque, Eusebio Ocampo, José Severo de Olmos, Pedro Lucas Funes, Emilio de Alvear, Gordillo, Colodrero y otros— transformando de hecho esa alianza en una bicefalia del poder.

Hombre “débil”, por la carencia de un poder militar propio, Derqui fundaría en esa debilidad su estrategia política, pero sin arriar las banderas del federalismo del Interior. Alabó, simuló, transigió en múltiples frentes, aun más allá de los limites de la prudencia, pero hizo cara al peligro cuando éste se presentó. A pesar de algunos juicios emitidos por Mitre en momentos indecisos, la verdad es que Buenos Aires, más cerca del estanciero del litoral, aceptó en Urquiza al Gobernador de Entre Ríos pero no aceptó a Derqui y se empeñó entera para derrumbar en su persona el edificio de la Confederación. Este edificio, a pesar de sus fisuras y de su penuria financiera, ofrecía para el Puerto, después de 1860 una peligrosidad mayor que antes de Cepeda, puesto que su política comenzaba a girar fuera de la órbita del siempre tratable caudillo entrerriano.