A la redacción de COMUNIDAD NACIONAL, medio en el cual colaboraba Arturo Jauretche llegó desde Tucumán —con fecha 14 de junio de 1967— una carta en donde se le pedía al creador de FORJA su opinión en torno al conflicto árabe israelí en Oriente Medio:
“…Visto la actitud parcial y deformante de la Prensa (Mundial y Nacional) en los sucesos recientemente acaecidos en Medio Oriente, los abajo firmantes, deseosos de tener no sólo una información lo más fidedigna posible de los hechos, sino también conocer una postura clara y definida respecto a los problemas reales que aquejan a ese sector del Mundo, hemos decidido remitirnos a Vd. para solicitarle la inclusión de un artículo sobre el tema en el espacio que esta revista le tiene otorgada.
Esta decisión está avalada por la confianza y el respeto que su persona nos merece, la cual conocemos a través de libros, conferencias y comentarios periodísticos donde siempre dio testimonio de una vocación auténticamente nacional.
Creemos también que los problemas de los países árabes del Medio Oriente, se identifican con nuestros propios problemas en cuanto a su dependencia del Imperialismo."
Esta fue la respuesta de Jauretche, publicada en ese mismo medio en la edición nro. 42 de noviembre de 1967:
Es muy posible que esta respuesta, por tardía y elusiva, no satisfaga las esperanzas de estos amigos corresponsales. Más aún, es mi deseo no satisfacerlas y a eso obedecen la elusión y la tardanza.
Hablan estos amigos tucumanos de la confianza y el respeto que mi persona les merece por mi vocación auténticamente nacional.
Pues bien: creo que esa confianza, etc., y esa "vocación" acreditada son producto precisamente de que siempre he eludido pronunciarme sobre acontecimientos externos; y sabe Dios lo caro que esto me cuesta.
No es que yo no forme opinión en cada caso y que no me apasionen como cualquier hijo de vecino, máxime cuando la situación tiene analogías con la nuestra. Pero desde mí militancia en F.O.R.J.A. todos los que allí combatimos nos impusimos el deber de no dejamos arrastrar por la pasión encendida en los conflictos externos precisamente con la ayuda de esa prensa (mundial y nacional, como dicen mis corresponsales), pues todos los conflictos externos han sido
aprovechados en el país para que nos embanderáramos perdiendo de vista el propio o haciéndonos simples apéndices de otras militancias.
Fue una tarea muy dura porque siempre hubo una razón movida periodísticamente para que postergáramos lo nuestro a lo de afuera, y para que en lugar de clavar los ojos en el país dirigiéramos la mirada al exterior subordinando nuestras soluciones al drama de los otros, o postergándolos.
Por eso, también prefiero postergar la respuesta que me piden a contribuir a postergar nuestra lucha nacional.
Recuerdos de mi niñez
Desde mi infancia recuerdo cómo se nos embanderaban las cosas ajenas. Era un niño, tal vez un poco precoz, y por eso alcanzo a rememorar las pasiones que se agitaron con la guerra ruso-japonesa y después con las balcánicas. Más tarde con la guerra ítalo-turca.
Aún recuerdo a un compañerito muerto de una pedrada en el ejército italiano que combatía con el ejército turco en las calles de mi pueblo, y me duele ese absurdo final que quizá me impacto para siempre.
En cambio nunca nos apedreamos por federales o unitarios, ni defendimos una calle suponiendo que defendíamos el Paso de Obligado frente al invasor extranjero. Entonces a los árabes de hoy los veíamos como turcos y también a gran parte de los armenios que en Turquía eran exterminados.
Porque las noticias que teníamos, como las de ahora, respondían a la geografía conveniente a los distribuidores de noticias.
Después vimos la guerra del ‘14 y los niños de la generación que me seguía, combatían por la cultura "Aliada" o por la "Kultur", germánica, a la que se llamaba barbarie. Y entonces, adolescentes, participamos en las calles de Buenos Aires en tumultuosas manifestaciones en que los neutralistas eran germanófilos y los belicistas eran aliadófilos. Y así fue como en mi adolescencia agarré la manija al revés, y todavía me avergüenzo de haber salido del incendiado Club Alemán, orgulloso con la astilla de un mueble del edificio saqueado.
Y también estuve en la tentativa de incendiar al diario La Unión, con su director adentro, que era Amable Gutiérrez Diez, que después fue mi compañero de lucha en F.O.R.J.A.
Viví el país dividido por causas extranjeras y dividido dentro de sí hasta por colonias, con los descendientes de italianos embanderados en la vereda de los "tanos" que era la de los aliados, y los descendientes de españoles, en la de los "gaitas" que eran germanófilos, de manera que el conflicto interno se evadía, y neutralistas y belicistas, en lugar de fundar una posición argentina fundaban su neutralismo y belicismo en sus simpatías externas. Recién en ese momento se empezó a insinuar una posición propia que maliciosamente se intentaba significar como la de uno de los bandos con Yrigoyen y su política de soberanía, que era la neutralidad, y no por neutralismo sino por soberanismo.
Una técnica de F.O.R.J.A.
Cuando empezamos con F.O.R.J.A ya teníamos hecho nuestro aprendizaje que queríamos convertir en enseñanza: no embanderamos afuera para embanderamos adentro. La causa nacional exigía la concentración en lo propio y los conflictos exteriores eran uno de los medios más eficaces para desviamos, y postergar la comprensión de los nuestros.
En un libro —Los Profetas del Odio— recuerdo una expresión de Juan Jarvis, nacionalista de Puerto Rico, que nos dijo en una conferencia: "Cada vez que el problema de Puerto Rico se plantea hay un gran motivo internacional para que desviemos la atención, y como Puerto Rico es el culo del mundo nunca llega la ocasión de que arreglemos ese culo".
La más difícil tarea de F.O.R.J.A. en su labor preparatoria en la formación de una conciencia nacional de nuestros problemas, fue desbrozar la confusión que producían los conflictos externos que robaban el escenario de la Patria para sustituirlo, y desviar la pasión argentina hacia las otras pasiones combatientes.
Los hombres que provenimos de F.O.R.J.A. nos hemos impuesto una consigna. Del mismo modo que no queremos que los otros interfieran en lo nuestro, nosotros no interferimos en lo ajeno. Pero además perseguimos una finalidad de la que no me apartaré: que haya siempre voces advertidas para advertir, porque es mucha la facilidad con que se nos arrastra fuera del país para eludir lo nuestro. Esta es la razón porque eludimos lo ajeno.
No quiere decir que lo ajeno no nos interese; somos hombres y formamos parte de la comunidad humana y sabemos conocer también los paralelismos de situaciones cuyo análisis nos permite equiparar los casos. Pero evitemos hacerlo en el momento de la pasión combatiente, porque facilitaríamos el juego de los que aprovechan la pasión combatiente para remachar nuestras cadenas mientras nos distraemos por las cadenas ajenas. Y distraerse con éstas es olvidar la tarea propia y facilitar el juego de los que nos quieren seguir encadenando.
Yo no sé si lo que digo tiene un valor universal. Pero tiene un valor total y definitivo para nosotros porque aún no estamos realizados para permitimos el lujo de robarle un solo minuto, un solo segundo, una sola inquietud, a esa realización que es nuestra empresa. Entender a los otros resulta así un lujo cuando aún no nos hemos entendido sobre nuestras propias bases, cuando aún no hemos consolidado nuestro ser nacional lo suficientemente para que sepamos distinguir entre lo nuestro y lo ajeno, y sobre todo mientras subsista un aparato cultural que trabaja para que nuestro ser no se realice y utiliza todos los medios de dispersión de la conciencia nacional para que ella no se logre.
Un funcionario de Vialidad me decía una vez que para impedir que un camino se trace no hay que oponerse al camino; hay que proponer otro trazado, e inmediatamente se fundan dos bandos que impiden que el camino se haga con uno o con otro trazado.
Aprender si; fugar no
Esto que digo parecerá contradictorio con un artículo mío aparecido en Azul y Blanco (10 de julio de 1967) titulado Enseñanza del conflicto israelí, ya que me meto en el mismo. Pero el que lo ha leído habrá comprobado que lo único que hago es aprovechar la circunstancia para demostrar cómo una pequeña potencia —en el caso Israel, enclave y cabecera de puente de los Estados Unidos— realiza su propia política aún contra el interés de Estados Unidos, que
era mantener el statu quo que impuso en ocasión del ataque franco-inglés-israelí al Canal de Suez; también analizo la finalidad perseguida con el aniquilamiento del barco "Liberty" norteamericano y que era el centro de comunicaciones que los Estados Unidos tenían allí para vigilar el mantenimiento del statu quo, informando con la suficiente celeridad a la Flota del Mediterráneo, y en condiciones de hacer "jaming" en las comunicaciones israelíes, manejadas por el general Rabin.
El objetivo de la nota no era embanderamos en el conflicto sino mostrar cómo un país pequeño puede hacer su propia política aún contra quien lo maneja, aprovechando la coyuntura favorable, y haciendo jugar como factor interno en los Estados Unidos la existencia de un poderoso grupo judío de doble nacionalidad, que al optar por la israelí rompe, la unidad interna del imperialismo dominante.
Así en ese artículo también el conflicto en lugar de ser aprovechado para embanderarme, lo aprovechaba para mostrar los peligros del embanderamiento, que es lo que ocurre cuando un país se divide por causas ajenas y facilita su atomización en nacionalidades de origen.
No se puede negar —y es un triunfo que siendo en parte como propio— que los argentinos están mejor definidos hoy que ayer en su conciencia nacional, pero continúan a pesar de todo, y más a medida que se sienten ilustrados, tentados a fugar con variados pretextos de su responsabilidad inmediata como hijos del país. Por mi parte no quiero contribuir al escapismo. Que otros traten esos temas. Yo tengo mi tarea concreta que acabo de explicar y de ella salen los títulos que me atribuyen estos amigos de Tucumán.
viernes, 24 de abril de 2009
sábado, 18 de abril de 2009
1955: MATEN A PERON II - Un relato
Infografía publicada por diario CLARIN - Haga click para ampliar
por Gonzalo Chávez
Autor de “La masacre de Plaza de Mayo” (Ed. De la Campana, 2005)
Extractado del reportaje realizado por Pedro Pesatti el 6 de junio de 2006.
Cuando se cumplieron los cincuenta años de la masacre, el diario La Nación puso el énfasis en recordar la quema de las Iglesias, que se produjo ese mismo día, luego de que cayeran las bombas, y cuyos autores muy probablemente fueron los propios enemigos de Perón para exacerbar el enfrentamiento con los sectores católicos, pues no hubo una sola iglesia quemada en los barrios y en las afueras de Buenos Aires o de ninguna otra ciudad.
Lo que reflejó La Nación es consecuencia de una mirada sobre la historia nacional llena de silencios como el silencio que por años reinó en torno a la masacre de la Plaza de Mayo.
Los hechos
A las seis de la mañana en la base aeronaval de Punta de Indio los militares sediciosos ya estaban preparados para iniciar el bombardeo sobre la Casa Rosada con el objeto de asesinar al general Juan Domingo Perón.
A las nueve despegaron y en virtud de que las condiciones meteorológicas habían empeorado debieron cruzar hasta el Uruguay, donde sobrevolaron la ciudad de Colonia durante varias horas a la espera de que mejoraran las condiciones del tiempo. Al mediodía, para ser más exactos a las 12:40, el capitán de fragata Néstor Noriega da la orden de bombardear. La primera bomba la tira él que cae sobre la plaza.
En ese mismo instante, un trabajador de la Aduana, Juan Carlos Marino, que viajaba todos los días desde Morón a Buenos Aires, asomaba en la salida del subte que da sobre la plaza. Es alcanzado por una esquirla y es el primer trabajador en caer asesinado.
La aviación naval contaba con seis aparatos Beechcraft. Estaban armados con una bomba de cien kilogramos cada uno. Detrás de estos aviones una formación de North American, al mando del capitán de corbeta Santiago Sabarots, integrada por catorce aparatos con cuatro bombas de cincuenta kilos, hicieron la segunda pasada. También actuaron algunos aviones a reacción de la Fuerza Aérea.
Las bombas cayeron en un amplio perímetro y muy pocas en la Casa de Gobierno. Al punto que la tercera bomba dio de lleno sobre un trolebús que circulaba por detrás de la Casa Rosada. Penetró limpiamente el techo de vehículo y aunque no estalló fue suficiente el vacío que provocó para causar la muerte de alrededor de cincuenta personas y un grupo de niños que iba a la escuela.
Unos trescientos hombres de la Infantería de Marina, al mando del capitán de fragata Juan Carlos Argerich, avanzaron desde el Ministerio de Marina -donde hoy funciona la sede de la Prefectura- hacia la Casa Rosada. La heroica resistencia de los granaderos pronto los puso en retirada.
Hay un dato para subrayar: los infantes de Marina contaban con armamento moderno de origen belga, que había ingresado en el “Bahía Tetis”, en el por entonces buque escuela de la Armada, y que secretamente fue desembarcado en el apostadero de Río Santiago, lugar donde funciona la escuela de oficiales de la Marina y que en ese entonces dirigía Isaac Rojas.
Cayeron en el enfrentamiento quince granaderos que con sus viejos fusiles Máuser de un tiro repelieron el ataque.
Los aviones
El segundo bombardeo se produce alrededor de las tres de la tarde. Los sediciosos, en la madrugada, habían ocupado el aeropuerto de Ezeiza para reabastecerse de combustible y armamento. En Ezeiza se suman tres aviones Catalinas que habían despegado de la base Comandante Espora, aunque según varios investigadores dos de los pilotos de estos aparatos se negaron a bombardear. En ese segundo raid participan los Gloster Meteors de la Aeronáutica
El oficial De la Vega, que toma la base aérea de Morón, es el jefe de los aviadores que aportan los Gloster, los aviones a reacción más poderosos que tenía la Argentina.
Los Gloster no eran aviones bombarderos pero estaban dotados de cohetes y ametralladoras que usaron a discreción sobre distintos puntos de Buenos Aires. Lo hacen sobre la CGT y el edificio donde hoy funciona el Ministerio de Desarrollo Social, en plena Avenida 9 de Julio, donde unos años antes se había llevado a cabo el Renunciamiento de Evita.
También desde el aire se ataca la residencia presidencial, de Agüero y Libertador, donde hoy se levanta la Biblioteca Nacional. Allí muere un hombre de sesenta años y dos jóvenes de quince y dieciséis años, un vigilante y una mucama de una casa de los alrededores.
Eran hombres muy jóvenes: tenían entre 22 y 23 años. Los aviadores militares tienen una carrera muy breve. A los treinta años o un poco más ya no pueden tripular aviones de combate. Se sentían una suerte de cruzados.
Sobre el fuselaje de sus aeronaves habían inscripto la insignia Cristo vence, con una “V” y en el centro de ella una cruz, un signo que luego el peronismo transformará para hacerlo propio.
Los pilotos que participaron del bombardeo fueron: el capitán de fragata Noriega, los capitanes de corbeta De la Canal, Pérez y Gambier, el teniente de navío Masera, los tenientes de corbeta Richmond, Kelly, Moya y Gentile, los tenientes de navío Garavaglia, Sanguinetti, Kiernan y Orsi, los tenientes de fragata García, Mac Dougall y Miranda, los guardiamarinas Pedroni, Grondona, Reindl y Larrosa y el suboficial Aguilar. De la Fuerza Aérea participaron los tenientes primeros Martin y Carus y el teniente Soto.
El teniente primero Carlos Enrique Carus, después de la rendición de la Marina, fue el último en pasar sobre la Plaza de Mayo. Tira la última bomba sobre los treinta mil trabajadores que se habían reunido en la plaza.
La oposición política
La verdad que la oposición a Perón, vinculada a los grandes intereses de la oligarquía, aparece simultáneamente con el peronismo, ya en el ´46. Sin embargo recién cobrará fuerza y podrá ganar la calle cuando la Iglesia se enfrenta al Gobierno.
La fecha clave es el 11 de junio de 1955. Ese día, en la procesión del Corpus Christi, la oposición al Gobierno logra reunir a unas cien mil personas. Durante la marcha se congregan no sólo los católicos sino también los radicales unionistas, los socialistas, el partido comunista e incluso muchos ateos confesos. La marcha termina en el Congreso, donde se quema una bandera argentina para apagar una de las lámparas votiva del parlamento.
El objetivo del bombardeo era matar a Perón en la Casa de Gobierno y junto a los marinos actuaron los denominados comandos civiles que rodearon la Plaza de Mayo aquel 16 de junio bajo el liderazgo de Mario Amadeo. Buscaban instalar un gobierno cívico militar con participación del Ejército, la Marina y la Aeronáutica y con políticos como el unionista Zavala Ortiz, funcionario años después de Arturo Illia, el conservador Adolfo Vicchi y el socialista Américo Ghioldi, luego embajador del Proceso en Lisboa y que ya había participado en el alzamiento del año ´52 contra Perón.
También fue un protagonista importante Alvaro Morales, un estudiante encargado de organizar el apoyo de los universitarios y Mariano Grondona, que estaba a cargo de la célula de los Comandos Civiles en la Facultad de Derecho.
El silenciamiento
Durante mi investigación encontré varios artículos en la revista Primera Plana y en otras revistas de los años setenta.
Hay un libro, de Alberto Carbone, El Día que bombardearon Plaza de Mayo, publicado en 1997, que no tuvo gran difusión. El autor no relata todos los hechos pero tiene mucho valor porque incorpora una serie de entrevistas a militares implicados en la masacre de enorme relevancia.
Los dichos, por ejemplo, de un marino, cuyo nombre el autor no lo revela, demuestran una lógica implacable en obvia conexión con lo que sucederá años después durante el Proceso: “La masacre de Plaza de Mayo es una mentira, no existió” le dice este marino a Carbone, que a cartón seguido le pregunta: “¿Usted alguna vez encontró una lista de los muertos, una placa, un monumento? Nada existió. Si hubiera existido Perón ponía a las viudas en la Plaza de Mayo”.
Hay varias causas del silenciamiento. Una de las causas, la más inmediata, es que a los tres meses se produce el triunfo de la Libertadora y eso legitimó el bombardeo.
Ellos mismos lo dicen cuando aseguran, en distintas publicaciones, que sin el 16 de junio no hubiera habido un 16 de septiembre. En consecuencia se produce una enorme distorsión histórica que llega, en cierta forma, hasta nuestros días.
El otro motivo es la actitud del propio Perón, que busca tender una mano de paz después del bombardeo, en un gesto que no es comprendido por el resto de las Fuerzas Armadas. Todo lo contrario. Se lo interpreta como un gesto de debilidad.
El gobierno constitucional podría haber aplicado con toda severidad el Código de Justicia Militar y haber fusilado a los responsables de la masacre. No lo hizo, y tres meses después se produce el golpe que provoca la caída del general Perón.
Siempre se habló de la masacre pero ciertamente nunca se le dio la dimensión que tenía. Tal vez debido a la primera reacción de Perón que nadie se animó a quebrar. Es más, ni la generación del setenta le dio la verdadera relevancia a estos hechos.
De todos modos, hay que tener en cuenta que no existieron muchas oportunidades para hablar de este tema ni de articular un relato que pueda garantizar un lugar, el lugar que debe tener, en la memoria de los argentinos.
La conspiración
El complot para derrocar a Perón ya estaba en marcha e incluso formaban parte de este proceso hombres cercanos al Gobierno. El mismo ministro de Marina, el contralmirante Aníbal Olivieri, que hacía gala de su lealtad a Perón, forma parte de la conspiración.
Este personaje, dos días antes del bombardeo, se internó en el hospital Naval y cuando el contralmirante Samuel Toranzo Calderón —jefe del levantamiento— ocupó el Ministerio, Olivieri abandona el hospital con sus dos ayudantes, dos jóvenes tenientes de la Marina que tiempo después serían autores directos del genocidio perpetrado por la última dictadura: Emilio Eduardo Masera y Horacio Mayorga.
El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas incriminó a Olivieri y cuando se le preguntó por qué había ido al Ministerio continuó sosteniendo que era leal al Presidente y que sólo había concurrido al lugar para ver qué pasaba. Lo interesante de su declaración -en términos históricos- es que cuando se lo indaga en torno a la participación de Masera y Mayorga pide que a estos oficiales no se los juzgue porque estaban cumpliendo órdenes. Allí aparece el primer antecedente de la obediencia debida.
Las víctimas
No hay precisión sobre este punto. Es decir, no podemos decir que tenemos un número cerrado sobre la base de lo que hemos investigado. Logramos establecer con exactitud el nombre, el documento y el domicilio de más de 350 muertos y 700 heridos. En el local de la CGT, al cumplirse cincuenta años del bombardeo, colocaron una placa con el nombre de los muertos sobre la base de lo que registramos en nuestro libro. No obstante ello, hay firmes presunciones de que los muertos pueden ser un poco más, alrededor de 400, y que los heridos superaron el millar.
Un dirigente de la CGT, que fue testigo de estos hechos, me dijo que para él habían tirado bombas de NAPALM porque muchos cuerpos estaban carbonizados.
A mí me resultó llamativa su deducción, pues estaba casi seguro que todavía esas bombas no habían sido inventadas. Sin embargo hay fotos que muestran cadáveres absolutamente carbonizados.
La respuesta la obtuve tiempo después. Un día casi por casualidad llegó a mis manos una revista española de aviación. En uno de sus artículos publicaba la ficha técnica de los Glosters Meteors y su capacidad de combate. Como un agregado que seguramente sus fabricantes no imaginaron aparecía el detalle de que los tanques suplementarios de combustible podían ser utilizados en un combate.
por Gonzalo Chávez
Autor de “La masacre de Plaza de Mayo” (Ed. De la Campana, 2005)
Extractado del reportaje realizado por Pedro Pesatti el 6 de junio de 2006.
Cuando se cumplieron los cincuenta años de la masacre, el diario La Nación puso el énfasis en recordar la quema de las Iglesias, que se produjo ese mismo día, luego de que cayeran las bombas, y cuyos autores muy probablemente fueron los propios enemigos de Perón para exacerbar el enfrentamiento con los sectores católicos, pues no hubo una sola iglesia quemada en los barrios y en las afueras de Buenos Aires o de ninguna otra ciudad.
Lo que reflejó La Nación es consecuencia de una mirada sobre la historia nacional llena de silencios como el silencio que por años reinó en torno a la masacre de la Plaza de Mayo.
Los hechos
A las seis de la mañana en la base aeronaval de Punta de Indio los militares sediciosos ya estaban preparados para iniciar el bombardeo sobre la Casa Rosada con el objeto de asesinar al general Juan Domingo Perón.
A las nueve despegaron y en virtud de que las condiciones meteorológicas habían empeorado debieron cruzar hasta el Uruguay, donde sobrevolaron la ciudad de Colonia durante varias horas a la espera de que mejoraran las condiciones del tiempo. Al mediodía, para ser más exactos a las 12:40, el capitán de fragata Néstor Noriega da la orden de bombardear. La primera bomba la tira él que cae sobre la plaza.
En ese mismo instante, un trabajador de la Aduana, Juan Carlos Marino, que viajaba todos los días desde Morón a Buenos Aires, asomaba en la salida del subte que da sobre la plaza. Es alcanzado por una esquirla y es el primer trabajador en caer asesinado.
La aviación naval contaba con seis aparatos Beechcraft. Estaban armados con una bomba de cien kilogramos cada uno. Detrás de estos aviones una formación de North American, al mando del capitán de corbeta Santiago Sabarots, integrada por catorce aparatos con cuatro bombas de cincuenta kilos, hicieron la segunda pasada. También actuaron algunos aviones a reacción de la Fuerza Aérea.
Las bombas cayeron en un amplio perímetro y muy pocas en la Casa de Gobierno. Al punto que la tercera bomba dio de lleno sobre un trolebús que circulaba por detrás de la Casa Rosada. Penetró limpiamente el techo de vehículo y aunque no estalló fue suficiente el vacío que provocó para causar la muerte de alrededor de cincuenta personas y un grupo de niños que iba a la escuela.
Unos trescientos hombres de la Infantería de Marina, al mando del capitán de fragata Juan Carlos Argerich, avanzaron desde el Ministerio de Marina -donde hoy funciona la sede de la Prefectura- hacia la Casa Rosada. La heroica resistencia de los granaderos pronto los puso en retirada.
Hay un dato para subrayar: los infantes de Marina contaban con armamento moderno de origen belga, que había ingresado en el “Bahía Tetis”, en el por entonces buque escuela de la Armada, y que secretamente fue desembarcado en el apostadero de Río Santiago, lugar donde funciona la escuela de oficiales de la Marina y que en ese entonces dirigía Isaac Rojas.
Cayeron en el enfrentamiento quince granaderos que con sus viejos fusiles Máuser de un tiro repelieron el ataque.
Los aviones
El segundo bombardeo se produce alrededor de las tres de la tarde. Los sediciosos, en la madrugada, habían ocupado el aeropuerto de Ezeiza para reabastecerse de combustible y armamento. En Ezeiza se suman tres aviones Catalinas que habían despegado de la base Comandante Espora, aunque según varios investigadores dos de los pilotos de estos aparatos se negaron a bombardear. En ese segundo raid participan los Gloster Meteors de la Aeronáutica
El oficial De la Vega, que toma la base aérea de Morón, es el jefe de los aviadores que aportan los Gloster, los aviones a reacción más poderosos que tenía la Argentina.
Los Gloster no eran aviones bombarderos pero estaban dotados de cohetes y ametralladoras que usaron a discreción sobre distintos puntos de Buenos Aires. Lo hacen sobre la CGT y el edificio donde hoy funciona el Ministerio de Desarrollo Social, en plena Avenida 9 de Julio, donde unos años antes se había llevado a cabo el Renunciamiento de Evita.
También desde el aire se ataca la residencia presidencial, de Agüero y Libertador, donde hoy se levanta la Biblioteca Nacional. Allí muere un hombre de sesenta años y dos jóvenes de quince y dieciséis años, un vigilante y una mucama de una casa de los alrededores.
Eran hombres muy jóvenes: tenían entre 22 y 23 años. Los aviadores militares tienen una carrera muy breve. A los treinta años o un poco más ya no pueden tripular aviones de combate. Se sentían una suerte de cruzados.
Sobre el fuselaje de sus aeronaves habían inscripto la insignia Cristo vence, con una “V” y en el centro de ella una cruz, un signo que luego el peronismo transformará para hacerlo propio.
Los pilotos que participaron del bombardeo fueron: el capitán de fragata Noriega, los capitanes de corbeta De la Canal, Pérez y Gambier, el teniente de navío Masera, los tenientes de corbeta Richmond, Kelly, Moya y Gentile, los tenientes de navío Garavaglia, Sanguinetti, Kiernan y Orsi, los tenientes de fragata García, Mac Dougall y Miranda, los guardiamarinas Pedroni, Grondona, Reindl y Larrosa y el suboficial Aguilar. De la Fuerza Aérea participaron los tenientes primeros Martin y Carus y el teniente Soto.
El teniente primero Carlos Enrique Carus, después de la rendición de la Marina, fue el último en pasar sobre la Plaza de Mayo. Tira la última bomba sobre los treinta mil trabajadores que se habían reunido en la plaza.
La oposición política
La verdad que la oposición a Perón, vinculada a los grandes intereses de la oligarquía, aparece simultáneamente con el peronismo, ya en el ´46. Sin embargo recién cobrará fuerza y podrá ganar la calle cuando la Iglesia se enfrenta al Gobierno.
La fecha clave es el 11 de junio de 1955. Ese día, en la procesión del Corpus Christi, la oposición al Gobierno logra reunir a unas cien mil personas. Durante la marcha se congregan no sólo los católicos sino también los radicales unionistas, los socialistas, el partido comunista e incluso muchos ateos confesos. La marcha termina en el Congreso, donde se quema una bandera argentina para apagar una de las lámparas votiva del parlamento.
El objetivo del bombardeo era matar a Perón en la Casa de Gobierno y junto a los marinos actuaron los denominados comandos civiles que rodearon la Plaza de Mayo aquel 16 de junio bajo el liderazgo de Mario Amadeo. Buscaban instalar un gobierno cívico militar con participación del Ejército, la Marina y la Aeronáutica y con políticos como el unionista Zavala Ortiz, funcionario años después de Arturo Illia, el conservador Adolfo Vicchi y el socialista Américo Ghioldi, luego embajador del Proceso en Lisboa y que ya había participado en el alzamiento del año ´52 contra Perón.
También fue un protagonista importante Alvaro Morales, un estudiante encargado de organizar el apoyo de los universitarios y Mariano Grondona, que estaba a cargo de la célula de los Comandos Civiles en la Facultad de Derecho.
El silenciamiento
Durante mi investigación encontré varios artículos en la revista Primera Plana y en otras revistas de los años setenta.
Hay un libro, de Alberto Carbone, El Día que bombardearon Plaza de Mayo, publicado en 1997, que no tuvo gran difusión. El autor no relata todos los hechos pero tiene mucho valor porque incorpora una serie de entrevistas a militares implicados en la masacre de enorme relevancia.
Los dichos, por ejemplo, de un marino, cuyo nombre el autor no lo revela, demuestran una lógica implacable en obvia conexión con lo que sucederá años después durante el Proceso: “La masacre de Plaza de Mayo es una mentira, no existió” le dice este marino a Carbone, que a cartón seguido le pregunta: “¿Usted alguna vez encontró una lista de los muertos, una placa, un monumento? Nada existió. Si hubiera existido Perón ponía a las viudas en la Plaza de Mayo”.
Hay varias causas del silenciamiento. Una de las causas, la más inmediata, es que a los tres meses se produce el triunfo de la Libertadora y eso legitimó el bombardeo.
Ellos mismos lo dicen cuando aseguran, en distintas publicaciones, que sin el 16 de junio no hubiera habido un 16 de septiembre. En consecuencia se produce una enorme distorsión histórica que llega, en cierta forma, hasta nuestros días.
El otro motivo es la actitud del propio Perón, que busca tender una mano de paz después del bombardeo, en un gesto que no es comprendido por el resto de las Fuerzas Armadas. Todo lo contrario. Se lo interpreta como un gesto de debilidad.
El gobierno constitucional podría haber aplicado con toda severidad el Código de Justicia Militar y haber fusilado a los responsables de la masacre. No lo hizo, y tres meses después se produce el golpe que provoca la caída del general Perón.
Siempre se habló de la masacre pero ciertamente nunca se le dio la dimensión que tenía. Tal vez debido a la primera reacción de Perón que nadie se animó a quebrar. Es más, ni la generación del setenta le dio la verdadera relevancia a estos hechos.
De todos modos, hay que tener en cuenta que no existieron muchas oportunidades para hablar de este tema ni de articular un relato que pueda garantizar un lugar, el lugar que debe tener, en la memoria de los argentinos.
La conspiración
El complot para derrocar a Perón ya estaba en marcha e incluso formaban parte de este proceso hombres cercanos al Gobierno. El mismo ministro de Marina, el contralmirante Aníbal Olivieri, que hacía gala de su lealtad a Perón, forma parte de la conspiración.
Este personaje, dos días antes del bombardeo, se internó en el hospital Naval y cuando el contralmirante Samuel Toranzo Calderón —jefe del levantamiento— ocupó el Ministerio, Olivieri abandona el hospital con sus dos ayudantes, dos jóvenes tenientes de la Marina que tiempo después serían autores directos del genocidio perpetrado por la última dictadura: Emilio Eduardo Masera y Horacio Mayorga.
El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas incriminó a Olivieri y cuando se le preguntó por qué había ido al Ministerio continuó sosteniendo que era leal al Presidente y que sólo había concurrido al lugar para ver qué pasaba. Lo interesante de su declaración -en términos históricos- es que cuando se lo indaga en torno a la participación de Masera y Mayorga pide que a estos oficiales no se los juzgue porque estaban cumpliendo órdenes. Allí aparece el primer antecedente de la obediencia debida.
Las víctimas
No hay precisión sobre este punto. Es decir, no podemos decir que tenemos un número cerrado sobre la base de lo que hemos investigado. Logramos establecer con exactitud el nombre, el documento y el domicilio de más de 350 muertos y 700 heridos. En el local de la CGT, al cumplirse cincuenta años del bombardeo, colocaron una placa con el nombre de los muertos sobre la base de lo que registramos en nuestro libro. No obstante ello, hay firmes presunciones de que los muertos pueden ser un poco más, alrededor de 400, y que los heridos superaron el millar.
Un dirigente de la CGT, que fue testigo de estos hechos, me dijo que para él habían tirado bombas de NAPALM porque muchos cuerpos estaban carbonizados.
A mí me resultó llamativa su deducción, pues estaba casi seguro que todavía esas bombas no habían sido inventadas. Sin embargo hay fotos que muestran cadáveres absolutamente carbonizados.
La respuesta la obtuve tiempo después. Un día casi por casualidad llegó a mis manos una revista española de aviación. En uno de sus artículos publicaba la ficha técnica de los Glosters Meteors y su capacidad de combate. Como un agregado que seguramente sus fabricantes no imaginaron aparecía el detalle de que los tanques suplementarios de combustible podían ser utilizados en un combate.
viernes, 17 de abril de 2009
1955: MATEN A PERON - Testimonios
El 16 de junio de 1955, aviones de la Marina bombardearon la Casa de Gobierno y sus alrededores. Fue la mayor matanza de civiles en la Argentina en un solo día. Se estima —por relevamientos de historiadores que, sin embargo, no coinciden en las cifras— los muertos fueron más de 300 y un número similar de personas habrían quedado inválidas a causa de las heridas recibidas.
Ese día, a las 12.40, 29 aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo, la Casa de Gobierno y la residencia presidencial. Los pilotos lanzaron unas diez toneladas de bombas con el propósito de matar al presidente Juan Domingo Perón —que salió sano y salvo porque se refugió en los sótanos del Ministerio de Ejército—, quien había sido reelecto en el 1951 con el 68 por ciento de los votos.
Para ese 16 de junio estaba previsto un desfile aéreo en desagravio a la bandera que había sido quemada frente al Congreso cinco días en una extraña procesión de Corpus Christi.
El plan, al frente del almirante de Infantería de Marina, Samuel Toranzo Calderón, consistía en bombardear la Casa de Gobierno y el Ministerio de Ejército. La Infantería de Marina iba a avanzar para tomar la Rosada con el apoyo de grupos civiles apostados en la Plaza.
TESTIMONIOS
Salvador Ferla, fragmento del libro Mártires y Verdugos:
“El pretexto es matar a Perón, a quien suponen en la Casa de Gobierno, para lo cual se bombardea la plaza, se ametralla la Avenida de Mayo, y hasta hay un avión que regresa de su fuga para lanzar una bomba olvidada.
Cientos de cadáveres quedan sembrados en la plaza histórica y sus adyacencias, unos pertenecientes a civiles que habían acudido en apoyo al gobierno, y otros de anónimos transeúntes. Es el primer castigo, la primer dosis de castigo administrada al pueblo.
Es el fusilamiento aéreo, múltiple, bárbaro, anónimo, antecesor de los que luego realizarían en tierra firme con nombres y apellidos,
Entre este grupo de aviadores que mata desde el aire a una multitud, y los agentes de la Policía de la Provincia de Buenos Aires que “fusilan” a un núcleo de civiles en un basural, tirándoles a quemarropas sin previo aviso, solamente existe una diferencia de ubicación.
Este episodio criminal, este acto terrorista comparable al cañoneo de Alejandría y de ciudades persas efectuados por la flota inglesa, también con propósitos de escarmiento, no tiene antecedentes en la historia de los golpes de estado.
Porque hasta en la lucha entre naciones está proscripto el ataque a ciudades indefensas, y porque la guerra aérea, con el bombardeo a poblaciones civiles, ha sido una tremenda calamidad traída como novedad por la última guerra mundial, que ha merecido el repudio unánime universal”.
Isidoro Ruíz Moreno, miembro de la Academia Nacional de la Historia y de las Ciencias Políticas y autor de La revolución del 55:
"Con la perspectiva actual, fue un acto de locura. Bombardear una casa para matar a una persona que presumiblemente está dentro es un disparate. Lo que explica el momento es el clima que se vivía. Es como hablar de las Cruzadas sin conocer el sentido místico de la Edad Media. Se vivía un estado de guerra interno."
María Estela Spinelli, investigadora del Instituto de Estudios Histórico Sociales:
"Hubo trabajadores peronistas en la defensa del gobierno que avanzaron sobre el Ministerio de Marina, luego de la convocatoria del secretario general de la CGT, Hugo Di Pietro”. (El historiador estadounidense Arthur P. Whitaker, afirma que algunos recibieron armas que repartió la Alianza Libertadora Nacionalista y otros se armaron con palos). Constituyeron la mayor parte de las víctimas civiles.
Jorge Abelardo Ramos, fragmento del libro La era del peronismo:
"Fue un mediodía de horror. Perón rehusó dar a conocer las víctimas del bombardeo aéreo. Cifras extraoficiales de la época hacían ascender a 400 los muertos. Mientras bombardeaban los aviones, el Capitán de Fragata Argerich, al frente de un grupo de infantes de marina, intentaba matar al presidente en una irrupción de comando a la Casa de Gobierno.
A pocos centenares de metros de la Casa Rosada, se reunían los jefes del ya fracasado golpe de mano. El edificio del Ministerio de Marina, había sido rodeado por tropas y tanques leales al gobierno. En su interior se encontraban los Almirantes Benjamín Gargiulo, Samuel Toranzo Calderón y Aníbal Olivieri, ministro de Marina, plegado a la rebelión. Los acompañaban el nacionalista Luis de Pablo Pardo, el radical Miguel Ángel Zabala Ortiz, los conservadores Adolfo Vicchi, Alberto Benegas Lynch y el industrial Raúl Lamuraglia, aquél del famoso 'cheque' de la UIA en 1945. Perón se había refugiado en el Ministerio de Ejército Las fuerzas armadas permanecieron leales, salvo la Marina. Algunos completados en el Ejército, como el General Bengoa y el General Aramburu, nada pudieron hacer.
El drama culminó cuando el Almirante Benjamín Gargiulo, jefe del movimiento, se suicidó en su despacho del Ministerio de Marina. Diversos grupos católicos, organizados por Mario Amadeo y fuertemente armados, se concentraron esa mañana en la Plaza pero el fracaso del movimiento los privó de toda posibilidad de actuar.
Por la tarde, una multitud de trabajadores enfurecidos acude a la Plaza de Mayo, devastada por la aviación militar. Decenas de vehículos particulares, ómnibus y colectivos aparecían destruidos por las bombas en el Paseo Colón e Hipólito Yrigoyen, entre grandes manchas de sangre. El Ministerio de Hacienda conservó largos años después los impactos de las ametralladoras aéreas. El despacho del Presidente Perón y un sector de la parte central de la sede gubernativa resultaron destruidos. La ferocidad del ataque y el claro origen social que lo inspiraba quedaban a la vista.
Al oscurecer, notorios grupos de provocadores, ante la deliberada indiferencia de la Policía Federal y los Bomberos, asaltaron la Curia Metropolitana, la incendiaron y destruyeron por completo. Allí se perdieron los 80.000 legajos del archivo eclesiástico originario del siglo XVII y toda la biblioteca. También incendiaron los templos de Santo Domingo, San Francisco y la capilla de San Roque, San Ignacio, la Merced, San Nicolás de Bari y Nuestra Señora de las Victorias.
El centro de Buenos Aires se había enrojecido. Entre el fuego del mediodía y las llamas de la noche entablaban su duelo dos grandes bloques sociales; la oligarquía, ahora reforzada por la Iglesia, y el gobierno peronista, ya debilitado por la defección de una parte de las Fuerzas Armadas. Un estado de angustia generalizada ganó todos los estratos de la sociedad argentina. Cabe agregar que la derrota de la Marina no constituía en modo alguno una victoria para Perón. El malestar profundo de un conflicto no resuelto envenenaba la vida nacional".
Aníbal Olivieri, ministro de Marina de Perón:
“En mi interpretación, habla de estos grupos movilizados por la CGT y de la Alianza Libertadora. También hay un discurso de Perón donde pide a sus partidarios que no reaccionen: 'La lucha debe ser entre soldados', les dijo. Aquí me surgió la idea del fatídico 16 de junio en que estalló en la Argentina la guerra civil, porque las víctimas no sólo fueron espectadores o transeúntes. Hubo partidarios del gobierno que fueron a luchar. ¿Las causas? Hay que buscarlas en el quiebre político y social producido por el peronismo en la sociedad, con la inclusión de las masas".
Daniel Cichero, autor de Bombas sobre Buenos Aires:
"Las bombas de junio del 55 marcaron un comienzo en el uso de medios militares sobre objetivos civiles. Aunque algunos de los pilotos sigan considerando que atacaron un puesto de mando militar, las listas de víctimas hablan claro sobre quiénes llevaron la peor parte. El grupo motor de marinos liberales venía conspirando desde fines del 53, pero su organización se extendió al Ejército a través de la dirigencia nacionalista, una vez que detonara el conflicto con la Iglesia. En ese espacio político abierto de improviso convergieron figuras tan disímiles como el socialista Américo Ghioldi, el radical (Miguel Angel) Zavala Ortiz, el conservador Adolfo Vicchi, Mario Amadeo y Pablo Pardo, de la militancia católica. Ellos también, de alguna manera, arrojaron las casi 15 toneladas de bombas.
Los militares que huyeron al Uruguay fueron dados de baja y se reintegraron después del golpe de septiembre. Un hito fundacional en nuestro largo camino a través de la impunidad".
Ese día, a las 12.40, 29 aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo, la Casa de Gobierno y la residencia presidencial. Los pilotos lanzaron unas diez toneladas de bombas con el propósito de matar al presidente Juan Domingo Perón —que salió sano y salvo porque se refugió en los sótanos del Ministerio de Ejército—, quien había sido reelecto en el 1951 con el 68 por ciento de los votos.
Para ese 16 de junio estaba previsto un desfile aéreo en desagravio a la bandera que había sido quemada frente al Congreso cinco días en una extraña procesión de Corpus Christi.
El plan, al frente del almirante de Infantería de Marina, Samuel Toranzo Calderón, consistía en bombardear la Casa de Gobierno y el Ministerio de Ejército. La Infantería de Marina iba a avanzar para tomar la Rosada con el apoyo de grupos civiles apostados en la Plaza.
TESTIMONIOS
Salvador Ferla, fragmento del libro Mártires y Verdugos:
“El pretexto es matar a Perón, a quien suponen en la Casa de Gobierno, para lo cual se bombardea la plaza, se ametralla la Avenida de Mayo, y hasta hay un avión que regresa de su fuga para lanzar una bomba olvidada.
Cientos de cadáveres quedan sembrados en la plaza histórica y sus adyacencias, unos pertenecientes a civiles que habían acudido en apoyo al gobierno, y otros de anónimos transeúntes. Es el primer castigo, la primer dosis de castigo administrada al pueblo.
Es el fusilamiento aéreo, múltiple, bárbaro, anónimo, antecesor de los que luego realizarían en tierra firme con nombres y apellidos,
Entre este grupo de aviadores que mata desde el aire a una multitud, y los agentes de la Policía de la Provincia de Buenos Aires que “fusilan” a un núcleo de civiles en un basural, tirándoles a quemarropas sin previo aviso, solamente existe una diferencia de ubicación.
Este episodio criminal, este acto terrorista comparable al cañoneo de Alejandría y de ciudades persas efectuados por la flota inglesa, también con propósitos de escarmiento, no tiene antecedentes en la historia de los golpes de estado.
Porque hasta en la lucha entre naciones está proscripto el ataque a ciudades indefensas, y porque la guerra aérea, con el bombardeo a poblaciones civiles, ha sido una tremenda calamidad traída como novedad por la última guerra mundial, que ha merecido el repudio unánime universal”.
Isidoro Ruíz Moreno, miembro de la Academia Nacional de la Historia y de las Ciencias Políticas y autor de La revolución del 55:
"Con la perspectiva actual, fue un acto de locura. Bombardear una casa para matar a una persona que presumiblemente está dentro es un disparate. Lo que explica el momento es el clima que se vivía. Es como hablar de las Cruzadas sin conocer el sentido místico de la Edad Media. Se vivía un estado de guerra interno."
María Estela Spinelli, investigadora del Instituto de Estudios Histórico Sociales:
"Hubo trabajadores peronistas en la defensa del gobierno que avanzaron sobre el Ministerio de Marina, luego de la convocatoria del secretario general de la CGT, Hugo Di Pietro”. (El historiador estadounidense Arthur P. Whitaker, afirma que algunos recibieron armas que repartió la Alianza Libertadora Nacionalista y otros se armaron con palos). Constituyeron la mayor parte de las víctimas civiles.
Jorge Abelardo Ramos, fragmento del libro La era del peronismo:
"Fue un mediodía de horror. Perón rehusó dar a conocer las víctimas del bombardeo aéreo. Cifras extraoficiales de la época hacían ascender a 400 los muertos. Mientras bombardeaban los aviones, el Capitán de Fragata Argerich, al frente de un grupo de infantes de marina, intentaba matar al presidente en una irrupción de comando a la Casa de Gobierno.
A pocos centenares de metros de la Casa Rosada, se reunían los jefes del ya fracasado golpe de mano. El edificio del Ministerio de Marina, había sido rodeado por tropas y tanques leales al gobierno. En su interior se encontraban los Almirantes Benjamín Gargiulo, Samuel Toranzo Calderón y Aníbal Olivieri, ministro de Marina, plegado a la rebelión. Los acompañaban el nacionalista Luis de Pablo Pardo, el radical Miguel Ángel Zabala Ortiz, los conservadores Adolfo Vicchi, Alberto Benegas Lynch y el industrial Raúl Lamuraglia, aquél del famoso 'cheque' de la UIA en 1945. Perón se había refugiado en el Ministerio de Ejército Las fuerzas armadas permanecieron leales, salvo la Marina. Algunos completados en el Ejército, como el General Bengoa y el General Aramburu, nada pudieron hacer.
El drama culminó cuando el Almirante Benjamín Gargiulo, jefe del movimiento, se suicidó en su despacho del Ministerio de Marina. Diversos grupos católicos, organizados por Mario Amadeo y fuertemente armados, se concentraron esa mañana en la Plaza pero el fracaso del movimiento los privó de toda posibilidad de actuar.
Por la tarde, una multitud de trabajadores enfurecidos acude a la Plaza de Mayo, devastada por la aviación militar. Decenas de vehículos particulares, ómnibus y colectivos aparecían destruidos por las bombas en el Paseo Colón e Hipólito Yrigoyen, entre grandes manchas de sangre. El Ministerio de Hacienda conservó largos años después los impactos de las ametralladoras aéreas. El despacho del Presidente Perón y un sector de la parte central de la sede gubernativa resultaron destruidos. La ferocidad del ataque y el claro origen social que lo inspiraba quedaban a la vista.
Al oscurecer, notorios grupos de provocadores, ante la deliberada indiferencia de la Policía Federal y los Bomberos, asaltaron la Curia Metropolitana, la incendiaron y destruyeron por completo. Allí se perdieron los 80.000 legajos del archivo eclesiástico originario del siglo XVII y toda la biblioteca. También incendiaron los templos de Santo Domingo, San Francisco y la capilla de San Roque, San Ignacio, la Merced, San Nicolás de Bari y Nuestra Señora de las Victorias.
El centro de Buenos Aires se había enrojecido. Entre el fuego del mediodía y las llamas de la noche entablaban su duelo dos grandes bloques sociales; la oligarquía, ahora reforzada por la Iglesia, y el gobierno peronista, ya debilitado por la defección de una parte de las Fuerzas Armadas. Un estado de angustia generalizada ganó todos los estratos de la sociedad argentina. Cabe agregar que la derrota de la Marina no constituía en modo alguno una victoria para Perón. El malestar profundo de un conflicto no resuelto envenenaba la vida nacional".
Aníbal Olivieri, ministro de Marina de Perón:
“En mi interpretación, habla de estos grupos movilizados por la CGT y de la Alianza Libertadora. También hay un discurso de Perón donde pide a sus partidarios que no reaccionen: 'La lucha debe ser entre soldados', les dijo. Aquí me surgió la idea del fatídico 16 de junio en que estalló en la Argentina la guerra civil, porque las víctimas no sólo fueron espectadores o transeúntes. Hubo partidarios del gobierno que fueron a luchar. ¿Las causas? Hay que buscarlas en el quiebre político y social producido por el peronismo en la sociedad, con la inclusión de las masas".
Daniel Cichero, autor de Bombas sobre Buenos Aires:
"Las bombas de junio del 55 marcaron un comienzo en el uso de medios militares sobre objetivos civiles. Aunque algunos de los pilotos sigan considerando que atacaron un puesto de mando militar, las listas de víctimas hablan claro sobre quiénes llevaron la peor parte. El grupo motor de marinos liberales venía conspirando desde fines del 53, pero su organización se extendió al Ejército a través de la dirigencia nacionalista, una vez que detonara el conflicto con la Iglesia. En ese espacio político abierto de improviso convergieron figuras tan disímiles como el socialista Américo Ghioldi, el radical (Miguel Angel) Zavala Ortiz, el conservador Adolfo Vicchi, Mario Amadeo y Pablo Pardo, de la militancia católica. Ellos también, de alguna manera, arrojaron las casi 15 toneladas de bombas.
Los militares que huyeron al Uruguay fueron dados de baja y se reintegraron después del golpe de septiembre. Un hito fundacional en nuestro largo camino a través de la impunidad".
jueves, 9 de abril de 2009
ALFONSÍN FRENTE A LA HISTORIA
por Justo Fernández Sánchez
La pasión de los argentinos por la necrofilia tal vez sea una de las pocas constantes históricas que se mantienen vigentes hasta nuestros días.
Posiblemente en el relato de los detalles de la muerte de Juan Lavalle —la descomposición del cadáver y toda la épica que envolvió el periplo para el traslado del mismo— puedan encontrarse algunos indicios de su origen.
El entierro de Gardel y la multiplicidad de teorías sobre su muerte; el sepelio de Hipólito Yrigoyen; el embalsamamiento, secuestro y profanación del cuerpo de Evita; la mutilación de las manos de Perón y la conflictiva mudanza de sus restos a San Vicente, marcan una secuencia directa que continúa hasta un conmovedor acontecimiento reciente: la emotiva despedida —con veneración incluida— de los restos de Raúl Alfonsin.
Cuanto menos es llamativo cómo la sociedad argentina se vuelve amnésica, indulgente y valorizadora cuando se trata de abrir juicios sobre los ya fallecidos. Y cuan intransigente, ingrata y poco compasiva suele ser con los que gozan de buena salud. Pareciera que asumir un compromiso, aunque sea emocional, con alguien que dejó de existir es más confortable y menos traumático que hacerlo con alguien que aún vive y es todavía capaz de generar acontecimientos.
La transición y el mal menor
Más allá de este reconocimiento tardío, Alfonsín dejó una importante huella. Y si bien no va a quedar en la historia como el hombre de las grandes transformaciones, sí —aún a su pesar— quedará como un presidente de transición. Ya que pese a sus truncos esfuerzos por instalar el “tercer movimiento histórico” o el “unicato” radical, la historia lo va a terminar empujando hacia una suerte de umbral o limbo de la memoria política, habitado por personajes como el ex presidente español Adolfo Suárez.
Se trató de una figura difícil de definir en blanco y negro y, a la vez, muy lejos del gris. Su personalidad y proceder poco tenían de tenue y mucho de contradictorio (algo que dejaría como sello). Se podría hasta decir que de la lucha entre estos polos opuestos surgía su equilibrio emocional.
Inauguró el marketing político en Argentina, sin perder el timbre severo de voz y sin dejar de agitar enérgicamente, de arriba hacia abajo, el dedo índice de su mano derecha en los discursos. Incorporó, por influencia de las estrategias de David Ratto, gestos y miradas que terminaron formateando su imagen: más alejada del estereotipo radical de los años ‘30 y lo suficientemente versátil como para convertirse en un producto publicitario. A partir del ´83, los argentinos terminaríamos siempre consumiendo primero al candidato, para recién después votarlo. Alfonsín fue el pionero.
Aunque tal vez algunos textos escolares lo instalen como el creador de la democracia (los mismos que establecieron que Sarmiento inventó la escuela), se sabe que la apertura democrática se debió a un proceso más complejo, que incluye la derrota de Malvinas; la creciente resistencia del sindicalismo peronista desde 1979 en adelante y la necesidad del poder económico internacional —junto al establishment local— de ir hacia un sistema que garantice mejor los negocios. Algo que se verificó también en toda la región.
Algunas crónicas del momento (por supuesto no muy difundidas) señalan la existencia de una reunión en la embajada norteamericana, que incluyó un brindis por la democracia argentina. En ese preciso instante, los empresarios y políticos que participaron del ágape pudieron ser testigos de cómo las miradas de los dueños de casa se clavaron en uno de los asistentes: Raúl Alfonsín. Esta suerte de bendición trascendió hasta el punto de ser señalado por los opositores como el candidato de Coca Cola.
Más allá del detalle, es innegable que tanto los poderosos foráneos como internos lo consideraban “potable” o como “el mal menor”. “Lo peor” era siempre el peronismo.
Marca registrada
Sin lugar a dudas, Alfonsín fue el primer presidente posterior a la última dictadura militar y quien consolidó este modelo de democracia liberal, de hecho virtual, excluyente y no participativo; pero siempre preferible a la imposición autoritaria.
Alfonsín, también, fue el señor de los milagros. Se le pueden contabilizar tres:
1. Incorporó a la vida democrática a importantes sectores gorilas y reaccionarios de las capas medias, que consetudinariamente apoyaban los fraudes y golpes de Estado (algunos promovían el voto calificado en cuanto herramienta útil para vencer al ignorante electorado peronista). Gracias a su discurso y casi por arte de magia se convirtieron en los campeones de la democracia. Sin la participación de esta franja, el futuro de la institucionalidad democrática no sería muy promisorio.
2. Fue el primer radical que se atrevió a enfrentar al peronismo sin trampas ni proscripciones; y pudo transmitir la seguridad de que se podía triunfar enfrentando al peronismo. De alguna manera, la clase media pudo tener su Perón propio y sacarse este complejo de encima.
3. La denuncia del pacto militar-sindical no sólo fue un acierto electoral sino una jugada a tres bandas: descalificó al conjunto de la dirigencia gremial (una de las grandes victimas de la dictadura), igualándolo con los burócratas sindicales que sacaron ventajas y convivieron con los militares de la dictadura (entre los que había varios radicales). Funcionó como un delicioso botín para la clase media, tremendamente intolerante y prejuiciosa hacia el sindicalismo. La denuncia les alimentó, les sació, de una razón infundada. Finalmente, para el poder económico actuó como un complemento de lo iniciado por los militares. Algo así como una fase dos para acorralar al movimiento obrero. Después vendría el intento de la Ley Mucci, cuyo objetivo real era dejar libres a las fuerzas del mercado.
Un balance
Antes de ser presidente, Alfonsín ya mostraba antecedentes de compromiso con los derechos humanos. Juzgó a la Juntas Militares, algo inédito a nivel nacional e internacional, y sancionó, también, las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.
Tal vez su talón de Aquiles no haya residido, solamente, en su debilidad de gestión sino, también, en la flojedad de origen. Pues ¿qué firmeza moral podía tener, finalmente, un gobierno que, en el seno de su gabinete, contaba con antiguos partícipes del golpe contra Perón —hoy se sabe que hubo un ‘76 porque, previamente existió, el ´55— y que llevó, como aliada electoral, a la procesista jujeña María Cristina Guzmán? Como suele decirse, en el pecado tuvo la penitencia.
Fue un político honesto que, al menos, consiguió gobernar alejado de la corrupción. No fue el caso de numerosos funcionarios que lo acompañaron y es algo que hoy brilla por su ausencia.
Firmó el Pacto de Olivos y fue ideólogo de la Alianza.
Dejó al radicalismo con la posta del republicanismo a ultranza (López Murphy y Carrió corrieron los límites hasta el borde de la caricatura), aunque gobernó con la mayoría de los medios de comunicación en su poder.
En definitiva, Alfonsín fue una suerte de bisagra entre los hombres del siglo pasado —buenos o malos, como Mao, Hitler, Fidel, Perón, De Gaulle, Stalin, Mussolini, Churchill, Evita o Ghandi— y las figuras encorsetadas y mediocres que tenemos en nuestros días.
Un hombre campechano de Chascomús al que le sentaba bien el deje porteño y no por casualidad vivía en Recoleta, el mismo barrio en donde fue enterrado. (Es que la ciudad no exige acta de nacimiento a quien adopta como hijo; pensemos en Gardel, sin ir más lejos).
A modo de despedida, sin ironías y con el respeto que merece su trayectoria y la hora, aquí va mi responso: adiós Alfonsín… la casa está en orden. Que sea bienvenido en la vida eterna.
domingo, 5 de abril de 2009
GERARDO VALLEJO, EL AVE SOLITARIA
Por Oscar Castellucci
El talentoso cineasta tucumano ha realizado una extraordinaria versión, de alto vuelo cinematográfico, del poema de José Hernández.
En esta oportunidad, la obra literaria más trascendente de la literatura argentina ha sido objeto, por fin, de la adaptación y de la realización que nuestro cine le adeudaba largamente.
Así, las dos versiones sonoras precedentes del poema de Hernández, el Martín Fierro de Leopoldo Torre Nilsson, 1968 (con Alfredo Alcón), y La vuelta de Martín Fierro de Enrique Dawi, 1973 (con Horacio Guarany), ya de por sí anacrónicas y de una escolaridad mal entendida, quedarán reducidas, en la comparación con la creación de Vallejo, a la altura de la versión muda que había dirigido Alfredo Quesada en 1921.
Situado entre el aliento épico de La guerra gaucha (Lucas Demare, 1942) y el compromiso social de Las aguas bajan turbias (Hugo del Carril, 1952), clásicos por antonomasia de nuestra cinematografía nacional, Vallejo ha elaborado un filme que, sin dudas, y una vez estrenado, la crítica —la crítica digo, y no me refiero a los lenguaraces de las tribus foráneas que dominan el mercado del cine argentino— y muy particularmente la consideración del espectador habrán de instalarlo a la misma altura de esos ilustres antecedentes.
Gerardo Vallejo es el autor, también, del notable guión de la película. Lo escribió hace más de veinte años, durante la etapa en que debió vivir —dictadura del "proceso" mediante— exiliado en Madrid. Y esperó desde entonces, con telúrica paciencia, el paso del tiempo para concretar esta realización que llega ahora (no casualmente en estos tiempos que corren) a la pantalla.
Esta circunstancia —la de no ser algo que se escribe rápido y al pasar y pensando en la taquilla y la coyuntura— se percibe no sólo en la madurez y en la solidez que evidencia la creación, sino en el modo riguroso y vital con que son captados el dolor ante la injusticia, el abuso de autoridad y las privaciones del exilio que recorren el texto hernandiano, y en la autenticidad con que la denuncia social se convierte en el eje central del relato.
Visto el altísimo vuelo de la realización, pareciera entonces que, del mismo modo que Vallejo esperó más dos décadas para que su ilusión de que el Martín Fierro se hiciera realidad cinematográfica, el poema épico de Hernández aguardó más de ciento treinta años para que alguien fuera capaz de captar su esencia en imágenes.
El argumento de la obra se supone conocido: la historia de un gaucho noble y trabajador, con familia constituida y hacienda propia que, sometido al arbitrio impune del poder político de turno (el de la Argentina mitrista y sarmientina), es desarraigado de los suyos (las escenas iniciales de la leva ponen al espectador frente a la violencia de décadas recientes que no se deben olvidar) y enviado a la frontera "a cumplir con la Patria" (es decir, con el "milico" de ocasión). Entonces todo lo pierde y en su dolor se vuelve matrero, gaucho "malo" y perseguido, sin lugar en la sociedad. Pero más que en el argumento, es preferible centrar la mirada en su espíritu profundo que, seguramente, no es tan conocido como la historia.
Es necesario tener presente un detalle: la "consagración definitiva" del Martín Fierro por parte de la "cultura oficial" —fue reconocido por la "academia" recién en la primera década de siglo XX— exigió la imposición de una interpretación desvitalizada de la obra y una difusión escolar y masiva rigurosamente desvinculada de su contexto, despolitizada, con las aristas ásperas y conflictivas limadas, que transformaron a un grito de rebelión épica contra los hombres del poder de su tiempo, en genial (pero mera) literatura gauchesca.
Por eso, con el poema de Hernández no importa tanto detenerse en la anécdota argumental, sino observar dónde el creador ha puesto el acento, la mirada y el sentimiento, y dónde arraigan las raíces que lo vinculan a su tierra y a su tiempo. De allí que casi no tenga parentesco un Martín Fierro adaptado por Torre Nilsson y Beatriz Guido, o por Dawi, con el que ha recreado ahora Vallejo.
Si el gran mérito de José Hernández fue el de haber llevado a la literatura la vida de un gaucho, narrándola en primera persona, con sus propias palabras e imbuido de su espíritu, sintetizando en él la suerte (o la desgracia) de todos sus pares, la de Gerardo Vallejo ha sido captar plenamente esa esencia simbólica y su vigencia en el tiempo para ir, incluso, un poco más allá de los límites estrictos del poema (no es casual que la versión de la adaptación, siendo tan minuciosamente fiel, sea anunciada en los títulos como "libre").
Pocos recuerdan que Hernández escribió La ida en 1872 y la segunda parte de su obra, La vuelta, en 1879. Hubo entre las dos partes del Martín Fierro, además de siete años de diferencia, una muy diferente situación en la vida del autor (que queda reflejada en la obra). En 1872 gobernaba Sarmiento, y Hernández estaba exiliado y prófugo, y su cabeza (de militante y combatiente antimistrista) tenía precio. Se percibe por eso, fácilmente, en La ida, el grito rebelde y la denuncia estridente.
En 1879, en cambio, el poeta, beneficiado por la amnistía de Avellaneda, se había reinsertado en la vida política nacional y ocupaba su banca de legislador bonaerense. Aparece, entonces, en La vuelta, un gesto menos altisonante (un personaje como el del Viejo Vizcacha sería impensable en la primera parte) y un grito menos vehemente.
Vallejo lee y adapta su obra en el exilio, en su propio exilio, de La ida a La vuelta, para él, hay sólo una vuelta de página. Si Fierro es todos los gauchos; el cineasta, asomándose al alma de Hernández, recrea un Fierro que es, intemporalmente, todos los criollos que sufren la injusticia en su patria. Pero no hay sordina para la denuncia. Ahí está él, exiliado en Madrid (como Hernández en Santa Ana do Livramento), sin poder ver a sus hijos desde hace tres años. No hay modo ni causa que atempere el grito. Entre La ida y La vuelta la rebeldía es la esperanza que ilumina el sueño del regreso. Vallejo no es un espectador. Audazmente, como creador, toma posición, y se atreve a proyectar a la obra épica hacia otra dimensión. Lo que ha hecho es escribir y plasmar en imagen "la verdadera vuelta del Martín Fierro". Eso y no otra cosa es lo que es su ave solitaria.
Su visión avanza sobre la de Hernández: en el Martín Fierro de Vallejo, el indio no es el enemigo del gaucho que visualiza el poeta inmerso en su circunstancia. El cineasta, nuestro contemporáneo, conoce la historia que Hernández no ha vivido (falleció muy joven, en 1886, poco antes de cumplir los 52 años). Sabe que el indio fue aniquilado y reemplazado por el gaucho, pero que ambos fueron víctimas de lo que "la historia oficial" denominó pomposa y falazmente "el avance de la civilización sobre la barbarie". Sabe que el gaucho fue después aniquilado y reemplazado por el inmigrante, pero que ambos fueron víctimas de un sistema expoliador e injusto; que de los recién llegados y los sobrevivientes criollos nació el movimiento obrero y que el movimiento obrero organizado ha luchado, desde entonces, por su supervivencia, y que en los tiempos en que escribía el guión de la película, los trabajadores argentinos eran las víctimas propiciatorias de la violencia moral, física, política, económica y cultural de la dictadura del "proceso".
De esa experiencia se nutre, seguramente, uno de los momentos más notables del filme, el grito repetido de Fierro, que habrá de conmover al espectador más indiferente, cuando se niega a ejecutar al hijo del cacique vencido en el combate: "¡El gaucho no mata al indio!". Ni ese verso, ni su espíritu, están en el poema hernandiano, es cierto (y de ahí, quizás, lo de "versión libre"). Pero ese grito resonará como auténtico en el corazón de los argentinos que saben que la solidaridad entre los que padecen el mismo destino es el único camino para reencontrar el camino hacia una sociedad justa.
En esa misma dirección, el capítulo que corresponde al momento en que Fierro y Cruz marchan a su exilio, más allá de la "frontera" y hacia las tolderías, es uno de los picos altos de la película. Cuando llegan, como extraños, son rodeados por aborígenes hostiles; pero, una vez reconocidos por el hijo del cacique, ambos repiten reiteradamente: "¡El hombre no mata al hombre!", frase ésta que sí está en la obra (en la parte de los consejos de Fierro a sus hijos) y que pone deliberadamente en evidencia una humanidad que le ha sido radicalmente negada a ambos (a criollos y a indios) por la "civilización" de los privilegiados que se han apropiado de la historia.
Sorprendentemente los aborígenes de este Martín Fierro no hablan en fluido castizo, ni utilizan los verbos en infinitivo —como parece corresponder a los "salvajes" según la particular visión de los "civilizados"— sino que lo hacen en mapudungun (el habla de la tierra de los ranqueles, mapuches y tehuelches) y eso exige que sus parlamentos sean subtitulados. Fierro y Cruz, que conviven allí, en las tolderías, cinco años, también dialogan con ellos (¡horror para muchos!) en esa lengua salvaje, con la que se expresan perfectamente (lo que naturalmente descolocará a un espectador encorsetado en una cultura urbana que le impide otra mirada que no sea la del sistema en que convive).
Algunas escenas de este capítulo del "exilio", excepcionalmente bellas, como la ceremonia indígena, de la que participan Fierro y Cruz, con sus alaridos, danzando a la par que los "salvajes"; el impactante entierro masivo, producto de las numerosas muertes que fue provocada por unas mantas infectadas con viruela que había enviado el ejército, de la que Cruz es una de sus víctimas; la quema de la toldería para combatir la enfermedad y el inicio del éxodo de los sobrevivientes de la peste (imágenes deslumbrantes y sobrecogedoras); anuncian el retorno de Fierro a la "civilización", para intentar reencontrarse con su identidad y con su familia.
Sin embargo, allí seguirá sin haber lugar para él. Su mujer ha muerto, su casa fue devastada y su hacienda depredada. La persecución no ha concluido. El reencuentro con sus dos hijos (que han padecido su mismo destino incierto, de injusticia perpetua) y con Picardía, el hijo de Cruz, no es el fin que Fierro añoraba para sus sufridos días, sino el principio de una nueva búsqueda. Habrán de separarse nuevamente, en un final deliberadamente abierto. Lo harán en busca de esa justicia que, todavía, no ha llegado para los humildes de esta tierra.
Los consejos finales de Fierro son el momento culminante de la película, un clímax superlativo que obliga a contener el aliento. Montado en su caballo inquieto, mirando fija-mente a una cámara que se mueve con el sello distintivo de Vallejo, dirigiéndose al espectador, como incitándolo a que deje de serlo, el parlamento de un Palomino, que se ha fundido definitivamente y de manera extraordinaria con su personaje, recorre con fuerza inusitada y fielmente el texto poético de Hernández, como una mirada que arde y una voz que penetra en lo profundo del sentimiento.
Valdrá la pena la experiencia de verlo (sin esperar a que se lo consagre en el exterior para sentirlo nuestro). Allí está todo el Martín Fierro. Allí está, también, todo Vallejo que -parafraseando a Hernández- como al hombre que lo desvela una pena extraordinaria, es como el ave solitaria, que con su cantar se consuela.
Ficha técnica
Guión y dirección: Gerardo Vallejo
Producción ejecutiva: Carlos Espejo
Director de fotografía: Carlos Torlaschi
Montaje: Alberto Ponce
Dirección de arte: Mariela Ripodas
Música original: Diego Clemente
Dirección de sonido: Diego Martínez
Elenco: Juan Palomino (Martín Fierro), Alejandro García (sargento Cruz), Oscar Di Sisto (Viejo Vizcacha), Roberto Cesan (comandante); Facundo Giménez (sargento), Tito Amejeiras (napolitano), Marcela Villafañe (mujer de Fierro), Matías Arce (hijo mayor), Saúl A. Coletti (hijo menor), Gastón Saldívar (hijo de Cruz), Luis Dentoni Yankamil (cacique ranquel), Miguel Ángel Palma (hijo del cacique).
El talentoso cineasta tucumano ha realizado una extraordinaria versión, de alto vuelo cinematográfico, del poema de José Hernández.
En esta oportunidad, la obra literaria más trascendente de la literatura argentina ha sido objeto, por fin, de la adaptación y de la realización que nuestro cine le adeudaba largamente.
Así, las dos versiones sonoras precedentes del poema de Hernández, el Martín Fierro de Leopoldo Torre Nilsson, 1968 (con Alfredo Alcón), y La vuelta de Martín Fierro de Enrique Dawi, 1973 (con Horacio Guarany), ya de por sí anacrónicas y de una escolaridad mal entendida, quedarán reducidas, en la comparación con la creación de Vallejo, a la altura de la versión muda que había dirigido Alfredo Quesada en 1921.
Situado entre el aliento épico de La guerra gaucha (Lucas Demare, 1942) y el compromiso social de Las aguas bajan turbias (Hugo del Carril, 1952), clásicos por antonomasia de nuestra cinematografía nacional, Vallejo ha elaborado un filme que, sin dudas, y una vez estrenado, la crítica —la crítica digo, y no me refiero a los lenguaraces de las tribus foráneas que dominan el mercado del cine argentino— y muy particularmente la consideración del espectador habrán de instalarlo a la misma altura de esos ilustres antecedentes.
Gerardo Vallejo es el autor, también, del notable guión de la película. Lo escribió hace más de veinte años, durante la etapa en que debió vivir —dictadura del "proceso" mediante— exiliado en Madrid. Y esperó desde entonces, con telúrica paciencia, el paso del tiempo para concretar esta realización que llega ahora (no casualmente en estos tiempos que corren) a la pantalla.
Esta circunstancia —la de no ser algo que se escribe rápido y al pasar y pensando en la taquilla y la coyuntura— se percibe no sólo en la madurez y en la solidez que evidencia la creación, sino en el modo riguroso y vital con que son captados el dolor ante la injusticia, el abuso de autoridad y las privaciones del exilio que recorren el texto hernandiano, y en la autenticidad con que la denuncia social se convierte en el eje central del relato.
Visto el altísimo vuelo de la realización, pareciera entonces que, del mismo modo que Vallejo esperó más dos décadas para que su ilusión de que el Martín Fierro se hiciera realidad cinematográfica, el poema épico de Hernández aguardó más de ciento treinta años para que alguien fuera capaz de captar su esencia en imágenes.
El argumento de la obra se supone conocido: la historia de un gaucho noble y trabajador, con familia constituida y hacienda propia que, sometido al arbitrio impune del poder político de turno (el de la Argentina mitrista y sarmientina), es desarraigado de los suyos (las escenas iniciales de la leva ponen al espectador frente a la violencia de décadas recientes que no se deben olvidar) y enviado a la frontera "a cumplir con la Patria" (es decir, con el "milico" de ocasión). Entonces todo lo pierde y en su dolor se vuelve matrero, gaucho "malo" y perseguido, sin lugar en la sociedad. Pero más que en el argumento, es preferible centrar la mirada en su espíritu profundo que, seguramente, no es tan conocido como la historia.
Es necesario tener presente un detalle: la "consagración definitiva" del Martín Fierro por parte de la "cultura oficial" —fue reconocido por la "academia" recién en la primera década de siglo XX— exigió la imposición de una interpretación desvitalizada de la obra y una difusión escolar y masiva rigurosamente desvinculada de su contexto, despolitizada, con las aristas ásperas y conflictivas limadas, que transformaron a un grito de rebelión épica contra los hombres del poder de su tiempo, en genial (pero mera) literatura gauchesca.
Por eso, con el poema de Hernández no importa tanto detenerse en la anécdota argumental, sino observar dónde el creador ha puesto el acento, la mirada y el sentimiento, y dónde arraigan las raíces que lo vinculan a su tierra y a su tiempo. De allí que casi no tenga parentesco un Martín Fierro adaptado por Torre Nilsson y Beatriz Guido, o por Dawi, con el que ha recreado ahora Vallejo.
Si el gran mérito de José Hernández fue el de haber llevado a la literatura la vida de un gaucho, narrándola en primera persona, con sus propias palabras e imbuido de su espíritu, sintetizando en él la suerte (o la desgracia) de todos sus pares, la de Gerardo Vallejo ha sido captar plenamente esa esencia simbólica y su vigencia en el tiempo para ir, incluso, un poco más allá de los límites estrictos del poema (no es casual que la versión de la adaptación, siendo tan minuciosamente fiel, sea anunciada en los títulos como "libre").
Pocos recuerdan que Hernández escribió La ida en 1872 y la segunda parte de su obra, La vuelta, en 1879. Hubo entre las dos partes del Martín Fierro, además de siete años de diferencia, una muy diferente situación en la vida del autor (que queda reflejada en la obra). En 1872 gobernaba Sarmiento, y Hernández estaba exiliado y prófugo, y su cabeza (de militante y combatiente antimistrista) tenía precio. Se percibe por eso, fácilmente, en La ida, el grito rebelde y la denuncia estridente.
En 1879, en cambio, el poeta, beneficiado por la amnistía de Avellaneda, se había reinsertado en la vida política nacional y ocupaba su banca de legislador bonaerense. Aparece, entonces, en La vuelta, un gesto menos altisonante (un personaje como el del Viejo Vizcacha sería impensable en la primera parte) y un grito menos vehemente.
Vallejo lee y adapta su obra en el exilio, en su propio exilio, de La ida a La vuelta, para él, hay sólo una vuelta de página. Si Fierro es todos los gauchos; el cineasta, asomándose al alma de Hernández, recrea un Fierro que es, intemporalmente, todos los criollos que sufren la injusticia en su patria. Pero no hay sordina para la denuncia. Ahí está él, exiliado en Madrid (como Hernández en Santa Ana do Livramento), sin poder ver a sus hijos desde hace tres años. No hay modo ni causa que atempere el grito. Entre La ida y La vuelta la rebeldía es la esperanza que ilumina el sueño del regreso. Vallejo no es un espectador. Audazmente, como creador, toma posición, y se atreve a proyectar a la obra épica hacia otra dimensión. Lo que ha hecho es escribir y plasmar en imagen "la verdadera vuelta del Martín Fierro". Eso y no otra cosa es lo que es su ave solitaria.
Su visión avanza sobre la de Hernández: en el Martín Fierro de Vallejo, el indio no es el enemigo del gaucho que visualiza el poeta inmerso en su circunstancia. El cineasta, nuestro contemporáneo, conoce la historia que Hernández no ha vivido (falleció muy joven, en 1886, poco antes de cumplir los 52 años). Sabe que el indio fue aniquilado y reemplazado por el gaucho, pero que ambos fueron víctimas de lo que "la historia oficial" denominó pomposa y falazmente "el avance de la civilización sobre la barbarie". Sabe que el gaucho fue después aniquilado y reemplazado por el inmigrante, pero que ambos fueron víctimas de un sistema expoliador e injusto; que de los recién llegados y los sobrevivientes criollos nació el movimiento obrero y que el movimiento obrero organizado ha luchado, desde entonces, por su supervivencia, y que en los tiempos en que escribía el guión de la película, los trabajadores argentinos eran las víctimas propiciatorias de la violencia moral, física, política, económica y cultural de la dictadura del "proceso".
De esa experiencia se nutre, seguramente, uno de los momentos más notables del filme, el grito repetido de Fierro, que habrá de conmover al espectador más indiferente, cuando se niega a ejecutar al hijo del cacique vencido en el combate: "¡El gaucho no mata al indio!". Ni ese verso, ni su espíritu, están en el poema hernandiano, es cierto (y de ahí, quizás, lo de "versión libre"). Pero ese grito resonará como auténtico en el corazón de los argentinos que saben que la solidaridad entre los que padecen el mismo destino es el único camino para reencontrar el camino hacia una sociedad justa.
En esa misma dirección, el capítulo que corresponde al momento en que Fierro y Cruz marchan a su exilio, más allá de la "frontera" y hacia las tolderías, es uno de los picos altos de la película. Cuando llegan, como extraños, son rodeados por aborígenes hostiles; pero, una vez reconocidos por el hijo del cacique, ambos repiten reiteradamente: "¡El hombre no mata al hombre!", frase ésta que sí está en la obra (en la parte de los consejos de Fierro a sus hijos) y que pone deliberadamente en evidencia una humanidad que le ha sido radicalmente negada a ambos (a criollos y a indios) por la "civilización" de los privilegiados que se han apropiado de la historia.
Sorprendentemente los aborígenes de este Martín Fierro no hablan en fluido castizo, ni utilizan los verbos en infinitivo —como parece corresponder a los "salvajes" según la particular visión de los "civilizados"— sino que lo hacen en mapudungun (el habla de la tierra de los ranqueles, mapuches y tehuelches) y eso exige que sus parlamentos sean subtitulados. Fierro y Cruz, que conviven allí, en las tolderías, cinco años, también dialogan con ellos (¡horror para muchos!) en esa lengua salvaje, con la que se expresan perfectamente (lo que naturalmente descolocará a un espectador encorsetado en una cultura urbana que le impide otra mirada que no sea la del sistema en que convive).
Algunas escenas de este capítulo del "exilio", excepcionalmente bellas, como la ceremonia indígena, de la que participan Fierro y Cruz, con sus alaridos, danzando a la par que los "salvajes"; el impactante entierro masivo, producto de las numerosas muertes que fue provocada por unas mantas infectadas con viruela que había enviado el ejército, de la que Cruz es una de sus víctimas; la quema de la toldería para combatir la enfermedad y el inicio del éxodo de los sobrevivientes de la peste (imágenes deslumbrantes y sobrecogedoras); anuncian el retorno de Fierro a la "civilización", para intentar reencontrarse con su identidad y con su familia.
Sin embargo, allí seguirá sin haber lugar para él. Su mujer ha muerto, su casa fue devastada y su hacienda depredada. La persecución no ha concluido. El reencuentro con sus dos hijos (que han padecido su mismo destino incierto, de injusticia perpetua) y con Picardía, el hijo de Cruz, no es el fin que Fierro añoraba para sus sufridos días, sino el principio de una nueva búsqueda. Habrán de separarse nuevamente, en un final deliberadamente abierto. Lo harán en busca de esa justicia que, todavía, no ha llegado para los humildes de esta tierra.
Los consejos finales de Fierro son el momento culminante de la película, un clímax superlativo que obliga a contener el aliento. Montado en su caballo inquieto, mirando fija-mente a una cámara que se mueve con el sello distintivo de Vallejo, dirigiéndose al espectador, como incitándolo a que deje de serlo, el parlamento de un Palomino, que se ha fundido definitivamente y de manera extraordinaria con su personaje, recorre con fuerza inusitada y fielmente el texto poético de Hernández, como una mirada que arde y una voz que penetra en lo profundo del sentimiento.
Valdrá la pena la experiencia de verlo (sin esperar a que se lo consagre en el exterior para sentirlo nuestro). Allí está todo el Martín Fierro. Allí está, también, todo Vallejo que -parafraseando a Hernández- como al hombre que lo desvela una pena extraordinaria, es como el ave solitaria, que con su cantar se consuela.
Ficha técnica
Guión y dirección: Gerardo Vallejo
Producción ejecutiva: Carlos Espejo
Director de fotografía: Carlos Torlaschi
Montaje: Alberto Ponce
Dirección de arte: Mariela Ripodas
Música original: Diego Clemente
Dirección de sonido: Diego Martínez
Elenco: Juan Palomino (Martín Fierro), Alejandro García (sargento Cruz), Oscar Di Sisto (Viejo Vizcacha), Roberto Cesan (comandante); Facundo Giménez (sargento), Tito Amejeiras (napolitano), Marcela Villafañe (mujer de Fierro), Matías Arce (hijo mayor), Saúl A. Coletti (hijo menor), Gastón Saldívar (hijo de Cruz), Luis Dentoni Yankamil (cacique ranquel), Miguel Ángel Palma (hijo del cacique).
viernes, 3 de abril de 2009
MARTIN FIERRO - El uno que se hace multitud
por Nélida Estela Crivelli
(Fragmentos extraídos del programa
CONTEXTOS DE LA HISTORIA NACIONAL
emitido el 10 de noviembre de 2008)
• El poema Martín Fierro es el primero en que el gaucho aparece como un narrador homodiegético; es decir, es él el quien va a contar su triste historia.
• Es una historia de soledad y de realidad del campo, por eso el poema tuvo realmente dos sentidos. Dice: “Para los unos …sonidos; para los otros …intención”. Aquí les está diciendo, en primer lugar a las autoridades, que con su actitud de dureza y sus abusos están logrando que este individuo se convierta en un marginado, en lo que Martín Fierro fue hasta tomar la determinación de irse (Recordemos que la primera parte la primera parte del poema es “La ida”).
• ¿De dónde se va, de qué huye? Esa es la hipótesis que el autor plantea. Justamente el personaje se va porque se escapa de la situación terrible que está sufriendo con el gobierno de Domingo Sarmiento. No lo dice expresamente —nunca lo menciona a Sarmiento—, pero sabemos que el año 1872 se está refiriendo indirectamente a él y a otros políticos de su época.
• En la segunda parte —en “La vuelta”— Fierro vuelve, después de haber estado en la indiada y comienza un raconto. Es la parte más elaborada del poema. Pensemos que la primera parte, “La ida”, tiene 13 cantos (de por sí el número está indicando la mala suerte); mientras que la segunda parte, que consta de 33 cantos, está indicando la edad de Cristo. Porque detrás del poema hay una idea religiosa; pero la religión unida a la superstición, lo cual es propio de la sensibilidad del gaucho.
“Pido a los Santos del Cielo
Que ayuden mi pensamiento;
Les pido en este momento…”
Este verso está expresando un sentimiento muy unido a la superstición. Notemos, también, que cuando mata a aquel negro, ensartándolo con el cuchillo dice: “Lo enterré para que no ande penando su alma”.
• ¿Qué es el negro para el gaucho? Es tizón del infierno. No tiene la religiosidad del gaucho y desconoce algo esencial: la labor campesina.
Por eso pierde la payada el moreno. Porque no sabe responderle cuáles son los meses cuyo nombre tiene la letra erre. ¿Y cuáles son éstos meses? Los meses de invierno: mayo, junio, julio, agosto; hasta ahí no tienen erre. Septiembre, octubre, noviembre, etc.; todos los otros meses tienen erre. Es decir, que el negro no sabe algo esencial para las labores campesinas.
Martín Fierro rechaza en ese personaje todo lo que es extraño a nuestra tierra. En esto subyace una noción de despojo: nosotros. que somos los legítimos dueños de la tierra, estamos marginados. No nos dejan ni siquiera la tapera; no tenemos familia; perdemos nuestras mujeres, y nuestros niños.
• Fierro valora a la mujer, la respeta. No así el personaje de Cruz, su gran amigo, que en una parte dice: “Las mujeres son como mulas/no digo que todas, pero algunas (…)”. Peor aún es el Viejo Vizcacha: “(...) que el hombre no debe creer/ en lágrimas de mujer/ ni en la renguera del perro”.
• Contrariamente al Viejo Vizcacha (“Hacete amigo del juez,/ (...) pues siempre es güeno tener/
palenque ande ir a rascarse”), los consejos de Fierro a sus hijos sostienen una moral con fines ideales. ¿Lo logra? No lo logra. A tal punto que cada uno toma un camino distinto.
• Termina el Canto XXXIII con una terrible tristeza. Tristeza por aquellos que podrían haber tenido una identidad. Por aquellos que, en lugar de haber conservado y difundir su nombre, desaparecen hacia los cuatro vientos. Jorge Luis Borges toma ese personaje desperdigado y lo lleva a la ciudad. Ahí aparece el compadrito.
• El Martín Fierro ha tenido tantas versiones como lectores. Se lo ha referido de diversas maneras: desde el poema épico hasta la figura de una novela dialógica, como han dicho algunos críticos contemporáneos. Ricardo Rojas dice, en su Historia de la Literatura Argentina, que hay en el Martín Fierro un tipo humano, el gaucho; y hay una acción épica, la lucha del protagonista con su medio.
¿Es así? ¿Hay una épica en el Martín Fierro? Según la concepción de Rojas, compartida en parte por Leopoldo Lugones, hay una visión épica, en el sentido de que ese personaje, el “yo”, puede ser convertido en un “nosotros”.
• Tradición. Hay que leer detenidamente el Canto II, donde Fierro celebra las tradiciones de ese mundo feliz que él pretendía para el gaucho: cuando deja su china tapadita con el poncho; cuando servían el mate o cuando se corrían las carerras.
No es casual que el poema utilice los verbos en pretérito perfecto —o sea: un pasado feliz—, sin remontarse específicamente a una época histórica determinada. Está expresado como una utopía, una ucronía… sin tiempo y sin espacio; donde el personaje y el mismo autor quisieran ese mundo idílico para el gaucho. No el alambre que ha marginado a ese pobre gaucho que había sido llevado a la leva, que había sido sacrificado, que no tenía ni armas para defenderse y vivía rotoso, mugriento y en las condiciones en las que el mismo gobierno, según él, lo había colocado.
• Martín Fierro es la base de nuestra tradición; si bien se referencia en una región definida (Río de la Plata; Llanura pampeana; Mesopotamía; Uruguay; algo de Paraguay y hasta el Río Grande do Sul, en Brasil), hay un prototipo común a toda la sociedad criolla. Hablamos del gaucho: guacho, gauderio, caucho, son términos que remiten a una visión peyorativa de ese personaje; el cual se tipifica como un ladrón de ganado, un borrachín, una persona que no es útil para la sociedad.
Y esto es precisamente lo que el poema pone en discusión: el gaucho está marginado y vive así porque la sociedad lo ha puesto en ese trance. Pero él hubiese querido vivir de otra manera.
• Miguel de Unamuno pensaba que el Martín Fierro es la continuidad de lo español en la campaña argentina. Tanto es así que hasta el verso elegido por el autor es octosilábico, que viene de los romances españoles. Y la construcción de la sextina hernandiana, creada por el mismo José Hernández tiene una estructura muy pensada. En los primeros dos versos se plantea el tema, en los dos segundos se expande y en los dos últimos hay un refrán o dicho popular, que no siempre era del hombre del campo; sino que venía de la cultura española.
• He escuchado versiones del Martín Fierro en otros idiomas y me parece ridículo; porque la entonación gauchesca sólo la tiene alguien del Río de la Plata. Me refiero a una entonación, un canto, un tono que emociona porque nace del hombre. Es el uno que se hace multitud.
jueves, 2 de abril de 2009
Una de las zonceras más frecuentemente difundidas por la seudohistoriografía y la prensa porteñas respecto al 2 de abril de 1982, es la que caracteriza al desembarco argentino en las Islas Malvinas como una aventura suicida e irracional por parte de la Dictadura; a la que suele presentarse acudiendo a un último recurso en un imaginario enfrentamiento con las no menos imaginarias “fuerzas democráticas”. (Las mismas estructuras partidocráticas, vale la pena señalar, que hasta ese momento se habían cansado de proveer ministros, diplomáticos, intendentes y asesores a los aborrecidos tiranos).
Pocas veces se indica, en cambio, que pasados 17 años se habían agotado los plazos previstos para el cumplimento de la resolución de las Naciones Unidas sobre iniciar conversaciones que condujesen al traspaso de la soberanía a la Argentina,
O que se trataba de un objetivo militar argentino largamente diseñado y que durante décadas se estudiaron planes semejantes en las Fuerzas Armadas. Ya en 1941, el Capitán de Fragata Ernesto Villanueva, presentaba en la Escuela de Guerra Naval un proyecto sobre los aspectos técnicos de la recuperación de las islas, como bien destaca el historiador Jorge Abelardo Ramos.
Malvinas es una cuenta pendiente de la Revolución Latinoamericana. Seguramente, las imágenes de Galtieri o Costa Méndez resultan poco ilustrativas de una gesta emancipadora. Pero como bien decía León Trotsky sobre las jornadas de 1917 en Rusia: “La revolución no escoge sus caminos: hizo sus primeros pasos hacia la victoria bajo el vientre del caballo de un cosaco”.
A continuación, ofrecemos un repaso sobre los principales antecedentes históricos que condujeron a la Batalla de Puerto Argentino, extraídos de la monumental “Historia de las Relaciones Exteriores Argentinas”, dirigida por Andrés Agustín Cisneros y Carlos Escudé. Por si es necesario aclararlo, ambos autores son insospechables de cualquier simpatía con las causas populares.
• Desde 1969, el Gobierno británico había comenzado a percibir la resonancia política que podía generar la posible existencia de petróleo alrededor de las Malvinas. Según el historiador L.S. Gustafson, en aquella oportunidad, el Foreign Office concluyó que sería mejor no hacer nada al respecto por temor a provocar un aumento en la tensión política entre Gran Bretaña y la Argentina al punto de empujar a esta última a ocupar las islas por la fuerza.
Más tarde, el Gobierno británico decidió realizar sus propias exploraciones en las aguas de las Malvinas para constatar si efectivamente había allí petróleo. Para ello, a partir de 1970 se llevaron a cabo relevamientos en la zona. Hacia mediados de los 70s se habían acumulado pruebas que sugirieron que probablemente existía petróleo en la región.
• El 19 de marzo de 1975, la Cancillería argentina emitió un Comunicado de Prensa en respuesta de la intenciones británicas. Según este texto, la Argentina no reconocía el ejercicio de ningún derecho en materia de exploración o explotación de recursos naturales.
Como respuesta al amenazante comunicado argentino, en el mes de abril, el recién designado embajador del Reino Unido en la Argentina informó, en su primer encuentro con el Canciller Alberto Vignes, que ante cualquier ataque a las Islas el Gobierno británico respondería con la fuerza militar.
A pesar de la oposición argentina, el gobierno inglés mantuvo sus propósitos y el 16 de octubre confirmó el envío a las islas de un misión económica encabezada por Lord Shackleton. Ante este anuncio, el 22 de octubre, el Ministerio de Relaciones Exteriores declaró que no se concedía permiso oficial a la misión Shackleton. Ya el 16 de octubre, había hecho saber que el envío de la misión de relevamiento económico introduciría una desagradable perturbación en las relaciones anglo-argentinas y que su presencia pondría en peligro la solución pacífica de la disputa. Esta reacción echó por tierra las expectativas del Foreign Office de que el envío de una misión patrocinada por el Gobierno, en lugar de una empresa privada, calmaría al gobierno argentino.
• Juan Archivaldo Lanús afirma que la Misión Shackleton, no autorizada por el gobierno argentino, introdujo un cambio sustancial que violaba un tácito principio de no innovar, que ambos países habían respetado hasta ese momento.
El 8 de noviembre de 1975, el representante argentino ante las Naciones Unidas sostuvo que dado que el estado presente de la situación entre ambos países era de ruptura de negociaciones, la Argentina no dejaría de valer sus derechos en la forma que considere más apropiada. El Gobierno británico consideró que este discurso contenía la idea de una acción unilateral por parte de la Argentina.
• El historiador inglés Douglas Kinney agrega que a partir de mediados de los 70 tanto la oposición como el Gobierno argentino habían comenzado a utilizar regularmente la amenaza de invasión como parte de la presión diplomática.
• En septiembre de 1975, durante el congreso anual de la Unión Interparlamentaria en Londres, el Senador argentino Luis León participó en una serie de incidentes con sus pares británicos. Según el delgado británico, Lord Newall, el Senador insinuó en una reunión a puertas cerradas "que la Argentina podría recurrir a la fuerza para recuperar las islas".
En otro debate, León acusó a los británicos de piratería internacional, y sostuvo que "al agotarse su paciencia la Argentina habría de decirles a las Naciones Unidas y al mundo que su propia dignidad hacía intolerable que se prolongara por más tiempo tal situación"
• A fines de 1975, se llevó a cabo en París una reunión por el Diálogo Norte-Sur. Allí, un nuevo canciller argentino, Manuel Aráuz Castex se encontró con su par británico, el Secretario del Foreign Office James Callaghan, quien le solicitó iniciar conversaciones sobre cooperación económica. Como era de esperar, Araúz Castex expresó su aceptación si se incluía la cuestión de la soberanía. También como era de esperar, la respuesta de Callagham fue que para tratar ese aspecto debía consultar la voluntad de los isleños.
La tensión entre ambos países había aumentado y durante los primero días del año siguiente, la presidente María Estela Martínez de Perón mantuvo reuniones para analizar la situación en Presidencia con el canciller Aráuz Castex y los tres Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas. Allí se analizó el texto de un Comunicado de Prensa que fue finalmente publicado el 5 de enero de 1976 por la Cancillería para contestar a lo que consideraban una "ruptura unilateral" de las conversaciones por parte de los británicos.
Kinney sostiene que en esa reunión los militares se opusieron a una invasión como solución a la situación planteada en ese momento (a pesar de sus posibilidades de éxito). Al respecto se han dado dos explicaciones. Según una de ellas, los motivos de tal postura estaría en que una recuperación exitosa de las Malvinas reforzaría al agonizante gobierno de la presidente Martínez de Perón. Otra explicación sería que una acción armada contra las Islas hubiera sido contraproducente para la campaña de relaciones públicas hacia los isleños que llevaba a cabo el Gobierno argentino. Por lo tanto, las comunicaciones y los servicios a las Islas no fueron interrumpidos.
• El 3 de enero de 1976, Lord Shackleton arribó a las Malvinas a bordo del buque HMS Endurance. El Canciller argentino sostuvo que el arribo del enviado británico en esa fecha, coincidente con la ocupación de las Malvinas en 1833, era una "coincidencia hóstil y desconsiderada" y que por ello el Gobierno argentino consideraba que el Gobierno británico había roto unilateralmente con las negociaciones. Más aún, informó al embajador británico que "las dos partes se mueven rápidamente en un curso de colisión".
Ante esta escalada en la tensión de las relaciones, Callagham envió el 12 de enero un mensaje a la Cancillería argentina en el que sostuvo que el tema de la soberanía era una "disputa estéril" y en un intento conciliatorio los invitó a mantener conversaciones confidenciales. La respuesta fue inmediata. El 13 de enero el Ministro de Relaciones Exteriores respondió, lamentando "no encontrar ningún elemento positivo que justifique la reapertura de negociaciones". El mismo día la Cancillería argentina informó que su embajador ante Gran Bretaña, Manuel de Anchorena, no retornaría a Londres y que había comunicado al Gobierno del Reino Unido que sería aconsejable que retirara el suyo, Derek R. Ashe, de Buenos Aires.
• En medio de la crisis, el 16 de enero, un buque de transporte de la Armada Argentina desembarcó en Puerto Stanley 750 toneladas de equipo y cincuenta miembros del cuerpo de ingenieros del Ejército. En la capital de las Islas muchos pensaron que se hallaban ante el preludio de la invasión. Sin embargo, un mensaje del Foreign Office desde Londres, enfrió los ánimos al informar que el desembarco del equipo era legítimo y que se trataba del material para extender la pista de aterrizaje según se había acordado en 1972.
Los organismos regionales se expidieron en apoyo de la Argentina. La Organización de los Estados Americanos sostuvo que la exploración del potencial económico de las Islas constituía una amenaza a la seguridad hemisférica. También el 16 de enero, el Comité Jurídico Interamericano de la OEA declaró en Río de Janeiro que la Argentina tenía un inobjetable derecho de soberanía sobre las Islas Malvinas. Calificó a la misión Shackleton como una "innovación unilateral" que violaba las Resoluciones de las Naciones Unidas y que amenazaba la paz internacional y la de toda América Latina; por último, que todas esas acciones implicaban un esfuerzo hostil para silenciar los reclamos argentinos y obstaculizar el progreso de las negociaciones solicitadas por la Asamblea General. Con posterioridad, Gran Bretaña rechazó, en una nota presentada a la Comisión de Descolonización de las Naciones Unidas, la declaración de la Comisión Jurídica de la OEA.
• El pico de la crisis se alcanzó el 4 de febrero cuando el destructor de la Armada Argentina ARA Almirante Storni se dispuso a detener al buque de investigación oceanográfica británico RRS Shackleton que navegaba a 78 millas al sur de Puerto Stanley. Desde el destructor se ordenó: "Detenga las máquinas o abriré fuego". El motivo esgrimido por la nave argentina fue que los británicos se hallaban dentro del límite de la jurisdicción argentina de las 200 millas alrededor de las Islas. Según algunos informes, también se creía que Lord Shackleton se encontraba a bordo.
El capitán del buque británico, actuando bajo órdenes radiales del gobernador de las Malvinas, Neville French no detuvo la marcha, se rehusó a recibir un grupo de abordaje o seguir al Storni al puerto de Ushuaia. Con el fin de aumentar la presión, las acciones del destructor fueron apoyadas por un avión de reconocimiento marítimo Neptune de la Armada. El destructor entonces hizo varios disparos sobre la proa del Shackleton que a pesar de ello prosiguió su ruta hacia Puerto Stanley. El buque argentino no persistió en su accionar pero siguió a la nave inglesa hasta seis millas de ese puerto donde finalmente emprendió el retorno.
El hecho que la nave argentina se haya limitado a realizar algunos disparos y que no emprendió ninguna otra acción a pesar de su capacidad, parecería demostrar que sólo se buscó enviar un aviso: no se le reconocían derechos a Gran Bretaña para incrementar el desarrollo económico de las Islas. Ante los hechos, se sucedieron las protestas británicas ante el Gobierno argentino y ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La Argentina protestó y acusó al Gobierno británico de haber violado las normas relativas a la jurisdicción marítima, en tanto que el Reino Unido denunció la actuación del buque argentino como un "peligroso" hostigamiento contra un buque que navegaba pacíficamente para efectuar "un relevamiento científico en la zona".
• Kinney sostiene que los militares argentinos, y no el Gobierno habían planeado dicha acción desde antes del nuevo año. De acuerdo con su relato, la intención de los militares era hacer un gesto que no cobrara víctimas y reforzar el reclamo argentino para que su límite de las 200 millas incluyera, además de la costa del continente, la plataforma y las islas. Por otra parte, el buque como rehén hubiera servido para ejercer mayor presión sobre el gobierno inglés para negociar la soberanía a condición de su liberación. Para Kinney, este hecho demuestra que los militares argentinos prefirieron llevar a cabo un gesto político-militar antes que una invasión que implicaba riesgos para ellos y beneficios para el gobierno civil.
• En su Informe a la Cámara de los Comunes, Lord Franks indica que durante el mes de febrero de 1976, el Comité de Defensa del Reino Unido, elaboró planes de contingencia para enfrentar un posible ataque argentino. Los planes concluían que la mejor acción sería el envío de una fuerza naval que transportara tropas de desembarco, el apoyo de un portaaviones y gran cantidad de apoyo logístico.
• Según Virginia Gamba, a partir de 1976 Gran Bretaña intentó dilatar la negociación seria con la Argentina, no vacilando para ello en quebrar las resoluciones pertinentes de las Naciones Unidas ni en repudiar la buena fe argentina concretada en el Acuerdo de Comunicaciones de 1971
• Lanús informa que en el año de 1976 el gobierno argentino presentó una propuesta escrita al gobierno Británico para un progresivo traspaso de soberanía de las islas. La propuesta contemplaba una etapa previa de Administración Conjunta, luego llegaría "el momento en que el Gobierno de la República Argentina asumirá la totalidad de las funciones constitucionales, administrativas, judiciales, legislativas, la responsabilidad de la defensa y la conducción de las relaciones exteriores en las Islas Malvinas, reconociendo en esa oportunidad el Gobierno Británico la plena soberanía argentina". Se proponía que la administración conjunta durara ocho años y se agregaron luego, detalles referentes a las garantías a otorgarse a los isleños. Al mismo tiempo, los británicos también presentaron "una serie de ideas". Una de ellas apuntaba a la cooperación en aquella región del Atlántico sobre derecho del mar, régimen de pesquerías y explotación de hidrocarburos.
• Durante la campaña del verano austral de 1976/77, el rompehielos argentino ARA General San Martín y el transporte ARA Bahía Aguirre transportaron el material y el personal para instalar una base en las Islas Sandwich del Sur. A partir del 7 de noviembre de 1976, ingenieros de la Armada comenzaron a construir la Estación Científica Corbeta Uruguay en la Isla Morrell, perteneciente al Grupo de las Islas Tule del Sur en el extremo más austral de las Sandwich. La construcción llevó cuatro meses y la estación fue inaugurada oficialmente el 18 de marzo de 1977. El 20 de diciembre, el helicóptero del HMS Endurance observó la presencia de los militares argentinos en el último confín de las "Falkland's Dependencies". El 5 de enero de 1977, el Foreign Office pidió explicaciones por la acción unilateral de la Argentina a su Encargado de negocios en Londres .
• El 14 de enero, la Cancillería argentina respondió que su objetivo en el Grupo de las Tule era la instalación de una estación científica y que dicha operación se hallaba dentro "del área de soberanía argentina", al mismo tiempo la respuesta insinuaba la esperanza por parte del gobierno argentino de que el hecho no se utilizara como una excusa por parte del Reino Unido para romper las negociaciones. La nota sugería que la estación no sería un establecimiento permanente. A la nota siguieron los intercambios entre encargados de negocios y finalmente, el 19 de enero, el Reino Unido presentó una protesta formal en la que denunciaba que el establecimiento de la base científica por parte de los argentino era una violación a la soberanía británica en las Islas Sandwich del Sur. Pero la protesta no fue acompañada de un ultimátum y expresaba que el Gobierno de Su Majestad esperaba ser informado de la conclusión del programa científico. La decisión pasó entonces a los argentinos quienes reforzaron su presencia en la Isla hasta ser desalojados definitivamente el 20 de junio de 1982.
• El Informe Franks afirma que los argentinos habían preparado un plan de contingencia en caso de que los británicos hubieran decidido desalojar la estación. El plan consistía en tomar represalias contra el grupo británico de investigación antártica en las Georgias del Sur y así escalar hasta ocupar las Malvinas en una operación argentina conjunta de la Armada y la Fuerza Aérea acompañada de acciones diplomáticas en las Naciones Unidas.
• En los meses finales de 1977, la atmósfera diplomática con Gran Bretaña se hallaba bastante deteriorada. Durante ese año los argentinos habían disparado contra un buque británico, habían retirado su embajador en Londres y habían solicitado a ese país el retiro del suyo, y se habían reinstalado en la Isla Morrell. Esta última acción, fue calificada por los británicos como una "violación de su soberanía". Además, el Gobierno argentino, a través de su agregado naval en Londres Capitán Anaya, había informado al británico que estaba dispuesto a interceptar y eventualmente hundir a cualquier intruso en aguas territoriales argentinas en los alrededores de las Malvinas.
• Entre 1977 y diciembre de 1981 continuaron los encuentros entre los representantes del Reino Unido y de la Argentina. Estos tuvieron lugar en Nueva York, 13 y 14 de diciembre de 1977; Lima, 15 y 16 de febrero de 1978; Nueva York, 14, 15, y 29 de septiembre de 1978; Ginebra, 18 y 19 de diciembre de 1978; Nueva York, 21 al 23 de marzo de 1979 y 28 de septiembre de ese año; y también en Nueva York el 28 y 29 de abril de 1980; otra vez en Nueva York, 23 y 24 de febrero de 1981; y París, 15 de junio. En todos ellos se intentó buscar una conciliación cada vez más difícil entre las posturas de cada parte, cooperación y soberanía. Este intento estaba impulsado, fundamentalmente, por el gabinete económico encabezado por José Alfredo Martínez de Hoz
• El año de 1982 significó el inició de nuevas rondas de negociaciones que como todo nuevo intento conllevaba cierta grado de optimismo. Sin embargo, la intransigencia de las partes llevó a la percepción de que las soluciones diplomáticas se agotaban rápidamente y comenzaron acumularse los negros nubarrones de una crisis en ciernes. El Gobierno británico iniciaba las negociaciones con nada nuevo para ofrecer a los argentinos. Por otra parte, éstos que iniciaron las negociaciones en 1965 con expectativas de una rápida solución a su favor, se hallaban cada vez más impacientes por llegar a esa solución y no otra.
El desembarco en Puerto Argentino era inevitable.
Pocas veces se indica, en cambio, que pasados 17 años se habían agotado los plazos previstos para el cumplimento de la resolución de las Naciones Unidas sobre iniciar conversaciones que condujesen al traspaso de la soberanía a la Argentina,
O que se trataba de un objetivo militar argentino largamente diseñado y que durante décadas se estudiaron planes semejantes en las Fuerzas Armadas. Ya en 1941, el Capitán de Fragata Ernesto Villanueva, presentaba en la Escuela de Guerra Naval un proyecto sobre los aspectos técnicos de la recuperación de las islas, como bien destaca el historiador Jorge Abelardo Ramos.
Malvinas es una cuenta pendiente de la Revolución Latinoamericana. Seguramente, las imágenes de Galtieri o Costa Méndez resultan poco ilustrativas de una gesta emancipadora. Pero como bien decía León Trotsky sobre las jornadas de 1917 en Rusia: “La revolución no escoge sus caminos: hizo sus primeros pasos hacia la victoria bajo el vientre del caballo de un cosaco”.
A continuación, ofrecemos un repaso sobre los principales antecedentes históricos que condujeron a la Batalla de Puerto Argentino, extraídos de la monumental “Historia de las Relaciones Exteriores Argentinas”, dirigida por Andrés Agustín Cisneros y Carlos Escudé. Por si es necesario aclararlo, ambos autores son insospechables de cualquier simpatía con las causas populares.
• Desde 1969, el Gobierno británico había comenzado a percibir la resonancia política que podía generar la posible existencia de petróleo alrededor de las Malvinas. Según el historiador L.S. Gustafson, en aquella oportunidad, el Foreign Office concluyó que sería mejor no hacer nada al respecto por temor a provocar un aumento en la tensión política entre Gran Bretaña y la Argentina al punto de empujar a esta última a ocupar las islas por la fuerza.
Más tarde, el Gobierno británico decidió realizar sus propias exploraciones en las aguas de las Malvinas para constatar si efectivamente había allí petróleo. Para ello, a partir de 1970 se llevaron a cabo relevamientos en la zona. Hacia mediados de los 70s se habían acumulado pruebas que sugirieron que probablemente existía petróleo en la región.
• El 19 de marzo de 1975, la Cancillería argentina emitió un Comunicado de Prensa en respuesta de la intenciones británicas. Según este texto, la Argentina no reconocía el ejercicio de ningún derecho en materia de exploración o explotación de recursos naturales.
Como respuesta al amenazante comunicado argentino, en el mes de abril, el recién designado embajador del Reino Unido en la Argentina informó, en su primer encuentro con el Canciller Alberto Vignes, que ante cualquier ataque a las Islas el Gobierno británico respondería con la fuerza militar.
A pesar de la oposición argentina, el gobierno inglés mantuvo sus propósitos y el 16 de octubre confirmó el envío a las islas de un misión económica encabezada por Lord Shackleton. Ante este anuncio, el 22 de octubre, el Ministerio de Relaciones Exteriores declaró que no se concedía permiso oficial a la misión Shackleton. Ya el 16 de octubre, había hecho saber que el envío de la misión de relevamiento económico introduciría una desagradable perturbación en las relaciones anglo-argentinas y que su presencia pondría en peligro la solución pacífica de la disputa. Esta reacción echó por tierra las expectativas del Foreign Office de que el envío de una misión patrocinada por el Gobierno, en lugar de una empresa privada, calmaría al gobierno argentino.
• Juan Archivaldo Lanús afirma que la Misión Shackleton, no autorizada por el gobierno argentino, introdujo un cambio sustancial que violaba un tácito principio de no innovar, que ambos países habían respetado hasta ese momento.
El 8 de noviembre de 1975, el representante argentino ante las Naciones Unidas sostuvo que dado que el estado presente de la situación entre ambos países era de ruptura de negociaciones, la Argentina no dejaría de valer sus derechos en la forma que considere más apropiada. El Gobierno británico consideró que este discurso contenía la idea de una acción unilateral por parte de la Argentina.
• El historiador inglés Douglas Kinney agrega que a partir de mediados de los 70 tanto la oposición como el Gobierno argentino habían comenzado a utilizar regularmente la amenaza de invasión como parte de la presión diplomática.
• En septiembre de 1975, durante el congreso anual de la Unión Interparlamentaria en Londres, el Senador argentino Luis León participó en una serie de incidentes con sus pares británicos. Según el delgado británico, Lord Newall, el Senador insinuó en una reunión a puertas cerradas "que la Argentina podría recurrir a la fuerza para recuperar las islas".
En otro debate, León acusó a los británicos de piratería internacional, y sostuvo que "al agotarse su paciencia la Argentina habría de decirles a las Naciones Unidas y al mundo que su propia dignidad hacía intolerable que se prolongara por más tiempo tal situación"
• A fines de 1975, se llevó a cabo en París una reunión por el Diálogo Norte-Sur. Allí, un nuevo canciller argentino, Manuel Aráuz Castex se encontró con su par británico, el Secretario del Foreign Office James Callaghan, quien le solicitó iniciar conversaciones sobre cooperación económica. Como era de esperar, Araúz Castex expresó su aceptación si se incluía la cuestión de la soberanía. También como era de esperar, la respuesta de Callagham fue que para tratar ese aspecto debía consultar la voluntad de los isleños.
La tensión entre ambos países había aumentado y durante los primero días del año siguiente, la presidente María Estela Martínez de Perón mantuvo reuniones para analizar la situación en Presidencia con el canciller Aráuz Castex y los tres Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas. Allí se analizó el texto de un Comunicado de Prensa que fue finalmente publicado el 5 de enero de 1976 por la Cancillería para contestar a lo que consideraban una "ruptura unilateral" de las conversaciones por parte de los británicos.
Kinney sostiene que en esa reunión los militares se opusieron a una invasión como solución a la situación planteada en ese momento (a pesar de sus posibilidades de éxito). Al respecto se han dado dos explicaciones. Según una de ellas, los motivos de tal postura estaría en que una recuperación exitosa de las Malvinas reforzaría al agonizante gobierno de la presidente Martínez de Perón. Otra explicación sería que una acción armada contra las Islas hubiera sido contraproducente para la campaña de relaciones públicas hacia los isleños que llevaba a cabo el Gobierno argentino. Por lo tanto, las comunicaciones y los servicios a las Islas no fueron interrumpidos.
• El 3 de enero de 1976, Lord Shackleton arribó a las Malvinas a bordo del buque HMS Endurance. El Canciller argentino sostuvo que el arribo del enviado británico en esa fecha, coincidente con la ocupación de las Malvinas en 1833, era una "coincidencia hóstil y desconsiderada" y que por ello el Gobierno argentino consideraba que el Gobierno británico había roto unilateralmente con las negociaciones. Más aún, informó al embajador británico que "las dos partes se mueven rápidamente en un curso de colisión".
Ante esta escalada en la tensión de las relaciones, Callagham envió el 12 de enero un mensaje a la Cancillería argentina en el que sostuvo que el tema de la soberanía era una "disputa estéril" y en un intento conciliatorio los invitó a mantener conversaciones confidenciales. La respuesta fue inmediata. El 13 de enero el Ministro de Relaciones Exteriores respondió, lamentando "no encontrar ningún elemento positivo que justifique la reapertura de negociaciones". El mismo día la Cancillería argentina informó que su embajador ante Gran Bretaña, Manuel de Anchorena, no retornaría a Londres y que había comunicado al Gobierno del Reino Unido que sería aconsejable que retirara el suyo, Derek R. Ashe, de Buenos Aires.
• En medio de la crisis, el 16 de enero, un buque de transporte de la Armada Argentina desembarcó en Puerto Stanley 750 toneladas de equipo y cincuenta miembros del cuerpo de ingenieros del Ejército. En la capital de las Islas muchos pensaron que se hallaban ante el preludio de la invasión. Sin embargo, un mensaje del Foreign Office desde Londres, enfrió los ánimos al informar que el desembarco del equipo era legítimo y que se trataba del material para extender la pista de aterrizaje según se había acordado en 1972.
Los organismos regionales se expidieron en apoyo de la Argentina. La Organización de los Estados Americanos sostuvo que la exploración del potencial económico de las Islas constituía una amenaza a la seguridad hemisférica. También el 16 de enero, el Comité Jurídico Interamericano de la OEA declaró en Río de Janeiro que la Argentina tenía un inobjetable derecho de soberanía sobre las Islas Malvinas. Calificó a la misión Shackleton como una "innovación unilateral" que violaba las Resoluciones de las Naciones Unidas y que amenazaba la paz internacional y la de toda América Latina; por último, que todas esas acciones implicaban un esfuerzo hostil para silenciar los reclamos argentinos y obstaculizar el progreso de las negociaciones solicitadas por la Asamblea General. Con posterioridad, Gran Bretaña rechazó, en una nota presentada a la Comisión de Descolonización de las Naciones Unidas, la declaración de la Comisión Jurídica de la OEA.
• El pico de la crisis se alcanzó el 4 de febrero cuando el destructor de la Armada Argentina ARA Almirante Storni se dispuso a detener al buque de investigación oceanográfica británico RRS Shackleton que navegaba a 78 millas al sur de Puerto Stanley. Desde el destructor se ordenó: "Detenga las máquinas o abriré fuego". El motivo esgrimido por la nave argentina fue que los británicos se hallaban dentro del límite de la jurisdicción argentina de las 200 millas alrededor de las Islas. Según algunos informes, también se creía que Lord Shackleton se encontraba a bordo.
El capitán del buque británico, actuando bajo órdenes radiales del gobernador de las Malvinas, Neville French no detuvo la marcha, se rehusó a recibir un grupo de abordaje o seguir al Storni al puerto de Ushuaia. Con el fin de aumentar la presión, las acciones del destructor fueron apoyadas por un avión de reconocimiento marítimo Neptune de la Armada. El destructor entonces hizo varios disparos sobre la proa del Shackleton que a pesar de ello prosiguió su ruta hacia Puerto Stanley. El buque argentino no persistió en su accionar pero siguió a la nave inglesa hasta seis millas de ese puerto donde finalmente emprendió el retorno.
El hecho que la nave argentina se haya limitado a realizar algunos disparos y que no emprendió ninguna otra acción a pesar de su capacidad, parecería demostrar que sólo se buscó enviar un aviso: no se le reconocían derechos a Gran Bretaña para incrementar el desarrollo económico de las Islas. Ante los hechos, se sucedieron las protestas británicas ante el Gobierno argentino y ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La Argentina protestó y acusó al Gobierno británico de haber violado las normas relativas a la jurisdicción marítima, en tanto que el Reino Unido denunció la actuación del buque argentino como un "peligroso" hostigamiento contra un buque que navegaba pacíficamente para efectuar "un relevamiento científico en la zona".
• Kinney sostiene que los militares argentinos, y no el Gobierno habían planeado dicha acción desde antes del nuevo año. De acuerdo con su relato, la intención de los militares era hacer un gesto que no cobrara víctimas y reforzar el reclamo argentino para que su límite de las 200 millas incluyera, además de la costa del continente, la plataforma y las islas. Por otra parte, el buque como rehén hubiera servido para ejercer mayor presión sobre el gobierno inglés para negociar la soberanía a condición de su liberación. Para Kinney, este hecho demuestra que los militares argentinos prefirieron llevar a cabo un gesto político-militar antes que una invasión que implicaba riesgos para ellos y beneficios para el gobierno civil.
• En su Informe a la Cámara de los Comunes, Lord Franks indica que durante el mes de febrero de 1976, el Comité de Defensa del Reino Unido, elaboró planes de contingencia para enfrentar un posible ataque argentino. Los planes concluían que la mejor acción sería el envío de una fuerza naval que transportara tropas de desembarco, el apoyo de un portaaviones y gran cantidad de apoyo logístico.
• Según Virginia Gamba, a partir de 1976 Gran Bretaña intentó dilatar la negociación seria con la Argentina, no vacilando para ello en quebrar las resoluciones pertinentes de las Naciones Unidas ni en repudiar la buena fe argentina concretada en el Acuerdo de Comunicaciones de 1971
• Lanús informa que en el año de 1976 el gobierno argentino presentó una propuesta escrita al gobierno Británico para un progresivo traspaso de soberanía de las islas. La propuesta contemplaba una etapa previa de Administración Conjunta, luego llegaría "el momento en que el Gobierno de la República Argentina asumirá la totalidad de las funciones constitucionales, administrativas, judiciales, legislativas, la responsabilidad de la defensa y la conducción de las relaciones exteriores en las Islas Malvinas, reconociendo en esa oportunidad el Gobierno Británico la plena soberanía argentina". Se proponía que la administración conjunta durara ocho años y se agregaron luego, detalles referentes a las garantías a otorgarse a los isleños. Al mismo tiempo, los británicos también presentaron "una serie de ideas". Una de ellas apuntaba a la cooperación en aquella región del Atlántico sobre derecho del mar, régimen de pesquerías y explotación de hidrocarburos.
• Durante la campaña del verano austral de 1976/77, el rompehielos argentino ARA General San Martín y el transporte ARA Bahía Aguirre transportaron el material y el personal para instalar una base en las Islas Sandwich del Sur. A partir del 7 de noviembre de 1976, ingenieros de la Armada comenzaron a construir la Estación Científica Corbeta Uruguay en la Isla Morrell, perteneciente al Grupo de las Islas Tule del Sur en el extremo más austral de las Sandwich. La construcción llevó cuatro meses y la estación fue inaugurada oficialmente el 18 de marzo de 1977. El 20 de diciembre, el helicóptero del HMS Endurance observó la presencia de los militares argentinos en el último confín de las "Falkland's Dependencies". El 5 de enero de 1977, el Foreign Office pidió explicaciones por la acción unilateral de la Argentina a su Encargado de negocios en Londres .
• El 14 de enero, la Cancillería argentina respondió que su objetivo en el Grupo de las Tule era la instalación de una estación científica y que dicha operación se hallaba dentro "del área de soberanía argentina", al mismo tiempo la respuesta insinuaba la esperanza por parte del gobierno argentino de que el hecho no se utilizara como una excusa por parte del Reino Unido para romper las negociaciones. La nota sugería que la estación no sería un establecimiento permanente. A la nota siguieron los intercambios entre encargados de negocios y finalmente, el 19 de enero, el Reino Unido presentó una protesta formal en la que denunciaba que el establecimiento de la base científica por parte de los argentino era una violación a la soberanía británica en las Islas Sandwich del Sur. Pero la protesta no fue acompañada de un ultimátum y expresaba que el Gobierno de Su Majestad esperaba ser informado de la conclusión del programa científico. La decisión pasó entonces a los argentinos quienes reforzaron su presencia en la Isla hasta ser desalojados definitivamente el 20 de junio de 1982.
• El Informe Franks afirma que los argentinos habían preparado un plan de contingencia en caso de que los británicos hubieran decidido desalojar la estación. El plan consistía en tomar represalias contra el grupo británico de investigación antártica en las Georgias del Sur y así escalar hasta ocupar las Malvinas en una operación argentina conjunta de la Armada y la Fuerza Aérea acompañada de acciones diplomáticas en las Naciones Unidas.
• En los meses finales de 1977, la atmósfera diplomática con Gran Bretaña se hallaba bastante deteriorada. Durante ese año los argentinos habían disparado contra un buque británico, habían retirado su embajador en Londres y habían solicitado a ese país el retiro del suyo, y se habían reinstalado en la Isla Morrell. Esta última acción, fue calificada por los británicos como una "violación de su soberanía". Además, el Gobierno argentino, a través de su agregado naval en Londres Capitán Anaya, había informado al británico que estaba dispuesto a interceptar y eventualmente hundir a cualquier intruso en aguas territoriales argentinas en los alrededores de las Malvinas.
• Entre 1977 y diciembre de 1981 continuaron los encuentros entre los representantes del Reino Unido y de la Argentina. Estos tuvieron lugar en Nueva York, 13 y 14 de diciembre de 1977; Lima, 15 y 16 de febrero de 1978; Nueva York, 14, 15, y 29 de septiembre de 1978; Ginebra, 18 y 19 de diciembre de 1978; Nueva York, 21 al 23 de marzo de 1979 y 28 de septiembre de ese año; y también en Nueva York el 28 y 29 de abril de 1980; otra vez en Nueva York, 23 y 24 de febrero de 1981; y París, 15 de junio. En todos ellos se intentó buscar una conciliación cada vez más difícil entre las posturas de cada parte, cooperación y soberanía. Este intento estaba impulsado, fundamentalmente, por el gabinete económico encabezado por José Alfredo Martínez de Hoz
• El año de 1982 significó el inició de nuevas rondas de negociaciones que como todo nuevo intento conllevaba cierta grado de optimismo. Sin embargo, la intransigencia de las partes llevó a la percepción de que las soluciones diplomáticas se agotaban rápidamente y comenzaron acumularse los negros nubarrones de una crisis en ciernes. El Gobierno británico iniciaba las negociaciones con nada nuevo para ofrecer a los argentinos. Por otra parte, éstos que iniciaron las negociaciones en 1965 con expectativas de una rápida solución a su favor, se hallaban cada vez más impacientes por llegar a esa solución y no otra.
El desembarco en Puerto Argentino era inevitable.
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