viernes, 29 de mayo de 2009

IZQUIERDA CIPAYA Y REVOLUCION NACIONAL

Algunas breves precisiones. En aquel 1972, Marcelo Palero —titular del Partido Socialista de la Izquierda Nacional en Mendoza— escribió una crítica del libro “Las luchas sociales en Mendoza” para la revista de su partido, “Izquierda Nacional”. El autor del libro, el histórico dirigente del Partido Comunista mendocino, Benito Marianetti, contestó a la crítica y fue replicado, a su vez, por Palero. A continuación reproducimos las cartas que cerraron este debate. Debate cerrado en la redacción de aquella revista, aunque no del todo en la política argentina.

Carta de Benito Marianetti

Doctor Marcelo N. Palero
Presente

Por razones políticas me veo en la necesidad de contestar su carta del día 15 del corriente, la que recién llegó a mi poder el día 19. De lo contrario habría dado por terminado un desagradable episodio en el que sobresale su manifiesta y reiterada animadversión hacia mi Partido y hacia mi persona, su carencia de escrúpulos para las citas, su aire de suficiencia y el móvil mezquino que lo inspira.

Habla usted de un "Partido" que ha evolucionado desde la revolución de octubre (con minúscula) hasta la unión democrática (también con minúscula) con el embajador Braden y desde Lenín hasta Codovilla.

De esto se trata. Su faena consiste, en Mendoza, en tratar de ganar —de cualquier manera— algún adepto para su reducido movimiento. Ni usted ni sus asociados tienen otra finalidad. Nunca tuvieron otra distinta, por otra parte. Se dedicaron siempre a buscarle "algo" al Partido Comunista y a sus dirigentes. Aquí está su limitación, su miseria política y su precario destino. Ustedes que se dicen "marxistas" e irritan porque criticamos a Rosas; se autotitulan "socialistas" y se enojan porque no cantamos la "Marcha Peronista"; se dicen "izquierdistas" pero pretenden ignorar que la única izquierda organizada, con tradición de lucha, con tradición de lealtad a la clase trabajadora, con una vasta y profunda tarea realizada, es el Partido Comunista. En cuanto al camarada Victorio Codovilla, usted suma sus dicterios a los de la policía y del imperialismo. Mientras tanto, este dirigente mereció en vida y después de muerto, no sólo el respeto y la estima de los trabajadores y de los intelectuales honrados de la Argentina y de otros países, sino la más alta distinción del País de la Revolución proletaria. Plazas y escuelas, bibliotecas, llevan su nombre. Sus difamadores jamás alcanzarán ese honor, ni aquí ni en ninguna otra parte.

Se suma usted a los detractores de la Unión Democrática, integrada en su tiempo por los partidos Radical, Comunista, Socialista y Demócrata Progresista, con un programa popular. Esa organización era la unidad de las fuerzas democráticas que habían actuado en la Argentina y, sobre todo, que habían actuado en contra del fascismo y del nazismo. Esa Unión Democrática fue votada en los comicios por un porcentaje de votantes algo inferior al que obtuvo Perón estando en el gobierno. Ciertos sectores conservadores también la votaron; otros, los más reaccionarios, votaron por Perón. Es decir, votaron y apoyaron a Perón los conservadores que habían estado del lado de los nazis.

Braden apoyó a la Unión Democrática por ese motivo, es decir, porque era una fuerza integrada por antinazis y, por su parte, representaba a una potencia imperialista que había estado contra la potencia imperialista nazi.
La Unión Democrática no tuvo la culpa de ese apoyo, que le hizo más mal que bien. Pero mucho peor era estar apoyado o andar en arreglos con los exterminadores de seres humanos en los campos de concentración. Para usted parece que esto no tiene importancia. Además, nosotros, los comunistas, no podíamos apoyar a Perón en esa oportunidad ni debíamos apoyarlo, porque el G.O.U. del que formaba parte y del que se valió para escalar posiciones, era antisoviético, anticomunista y pro nazi. Tampoco podíamos apoyarlo porque habíamos estado en las cárceles y no estábamos dispuestos a cantar la marcha peronista detrás de los barrotes.

Usted habla de "injurias" que el Partido Comunista ha vertido sobre patriotas y militantes revolucionarios, salvo que usted tenga una concepción muy particular de lo que debe entenderse por revolución, no alcanzo a comprender de qué se trata.

Usted hace cuestión sobre las comillas que he puesto en la palabra "revolución", refiriéndome a la que se produjo aquí en el año 1905. Usted, que es tan escrupuloso en materia de términos científicos y que reclama para su "izquierda nacional" la exclusividad de la pureza principista en materia marxista, debe saber seguramente que la revolución para cualquier aficionado al marxismo es el cambio del poder de una clase por otra. En América latina, en consecuencia, salvo el caso cubano, aún no ha habido realmente ninguna revolución. Ni siquiera podemos dar esta calificación a los movimientos emancipadores que fueron esto y nada más que esto. Aquél fue un movimiento cívico—militar para obtener el sufragio.

No tengo noticias de que las fuerzas populares hayan tomado el poder en ninguna parte en el año 1905. En Mendoza, fugazmente, José Néstor Lencinas y un grupo de amigos se hicieron dueños de la situación, pero fue por un momento y el gesto romántico terminó con un exilio voluntario de los insurgentes hacia Chile. La inminencia de la llegada del general Fotheringham terminó con el episodio.

Es claro, en Rusia, en ese mismo año, hubo un movimiento de otras características. Y es claro también que en Rusia intervinieron los obreros y en la Argentina no intervinieron como clase porque era la clase media y sectores de la burguesía los que empujaban el movimiento Radical. Con ello no le resto importancia al hecho. Simplemente ubico cada situación en el lugar que le corresponde.

Y no es exacto que en 1905 la clase obrera estaba integrada únicamente por extranjeros anarquistas, socialistas o sindicalistas. Ya existía un proletariado argentino propiamente dicho y ya se habían producido numerosas huelgas en Buenos Aires, en otras ciudades y también en Mendoza.

Usted afirma que Justo y sus discípulos, los comunistas, siempre han estado desligados de la realidad nacional. Quiero decirle que Justo, con todas sus limitaciones, fue el primer gran político argentino que planteó algunos problemas de fondo, en sus verdaderos términos: la cuestión de la moneda y del salario, la cuestión agraria, la cuestión de un partido de los trabajadores; la cuestión de los trusts y de los monopolios, la organización obrera, la educación popular, el adecentamiento de las prácticas políticas, la política concebida como ciencia. En la polémica con Ferri demostró que había un proletariado en la Argentina y que si no lo hubiera habido lo mismo se justificaba un partido socialista. En cuanto a lo demás, los comunistas no somos discípulos de Justo. Este no era ni marxista ni comunista. Era reformista.

En cuanto al presunto abrazo con Braden, se trata de una apreciación que corre por su cuenta. No tenemos la culpa de que a Braden o a los Estados Unidos, por la situación política internacional de ese momento, les conviniera ver con simpatía a la Unión Democrática. También, al principio, los yanquis vieron con simpatía a Fidel Castro. No se olvide tampoco que su admirado general Perón, cuando vio que las cosas no andaban como en junio de 1943, logró que Farrell rompiera relaciones con su amado Eje. Eso le habrá gustado más aún a los yanquis.

Y, en lo que me refiere a la Unión Democrática, tema tan zarandeado, me remito a lo que tengo dicho al respecto en ese libro que usted ha citado y que no ha leído. Y si quiere más datos sobre el particular, puede pedírselos al señor Paladino (N. De la E.: Jorge Daniel, ex delegado personal de Juan Domingo Perón) que integra ahora un remedo de Unión Democrática, sin comunistas, sin programa y apoyando los planteos-trampa de una dictadura.

Para que se vea que su propósito inicial no ha sido siquiera el de comentar un libro mío, sino de llevar a cabo una campaña de difamación personal y partidaria, se ha dedicado a hurgar en viejos archivos y bibliotecas y ha encontrado una declaración mía de hace cuarenta años sobre el golpe de Uriburu. Si hurga usted en el pasado encontrará, por ejemplo, que por el año 1910, cuando yo cursaba la escuela primaria, no era muy aficionado a las matemáticas.

Como surge del mismo texto, que no he vuelto a controlar, se trata de una declaración hecha en el mismo momento del golpe. Era la primera vez que las fuerzas armadas argentinas salían de los cuarteles para "restablecer la legalidad", según lo dijeron. El gobierno radical, la segunda presidencia de Irigoyen, como es público y notorio, fue un desastre y estaba totalmente desacreditada. En Mendoza, por ejemplo, padecíamos la intervención Borzani, de nefasto recuerdo. Las libretas de enrolamiento se robaban a carradas. Se procesaba por cualquier motivo a los opositores y se los encarcelaba. Se había asesinado a Carlos W. Lencinas. No había atropello que no se hubiese llevado a cabo. El Ku Kux Clan hacía sus desmanes en Buenos Aires. La mayor parte de las provincias estaban intervenidas. El Parlamento era un escenario del escándalo. En tales condiciones, si bien no fuera totalmente justa, era explicable esta posición. Por lo demás no era una posición aislada. Era la posición del Partido Socialista al que yo pertenecía en ese entonces. Dentro del propio radicalismo había desconcierto. No se trataba sólo de los alvearistas sino de otros grupos. Estaban en contra los socialistas, los demócratas progresistas, los comunistas, los conservadores. Yrigoyen que era —a pesar de todo— un hombre honrado y un patriota, cayó sin tener a su lado a nadie. Y fíjese: don Juan Domingo fue uno de los militares que integró el grupo que provocó la caída de Yrigoyen.

Lisandro de la Torre también estaba en la misma posición. Pero, de inmediato, cuando se vio la verdadera cara de los golpistas, tomamos la posición que correspondía y fuimos acérrimos enemigos de la dictadura. Por mi parte fui atacado en toda forma después de un discurso que pronuncié en el teatro Independencia al proclamarse la fórmula De la Torre-Repetto, por la Alianza Demócrata Socialista. Se hicieron manifestaciones públicas en mi contra. El edificio donde yo tenia instalado mi escritorio fue empapelado, se me amenazó en toda forma y mi candidatura a diputado nacional fue escamoteada por los conservadores. En esos comicios centenares de miles de radicales nos votaron.

Usted que hurga en los papeles antiguos pudo hurgar un poco más y habría encontrado, por ejemplo, que tiempo después el suscripto fue elegido convencional provincial en una lista de la Unión Cívica Radical, con cerca de diez mil votos. Era una lista unitaria integrada por radicales, socialistas y socialistas obreros. No estarían tan enojados los radicales conmigo.

También podría haberse enterado que en los años anteriores a esa elección, el suscripto ha ocupado tribunas junto a los radicales y ha luchado con ellos en la Legislatura local, en acciones comunes y ha afrontado con ellos en numerosos comicios al matonaje conservador.

También hurgando en papeles antiguos, usted alude a una carta dirigida por mí a los obreros peronistas en vísperas de la elección que diera el triunfo a Perón.

Ese era mi pensamiento en esa época. Lo ratifico en su aspecto sustancial. Los hechos demostraron que yo no me equivocaba. El movimiento sindical fue un movimiento al Servicio de un partido o de un hombre; con discriminaciones, expulsiones y comandos verticales. El movimiento sindical era un apéndice del Estado, como en cualquier régimen fascista. Ahora mismo el señor Rucci dice que la C.G.T. es un organismo peronista. Es decir, que los obreros que no son peronistas no tienen nada que hacer en ella o tienen que someterse a lo que resuelvan los dirigentes peronistas o ser expulsados de sus organizaciones. En esa época se dictaron leyes represivas no sólo contra el movimiento obrero. Se encarceló a los opositores. Se persiguió a la prensa no adicta.
Y, finalmente, los que habían repudiado de palabra a Braden, firmaban el contrato de la entrega del petróleo a la California Company.

No hace falta señalar que la masa peronista nada tiene que ver con todo esto. No hace falta decir que jamás hubo problemas entre los obreros peronistas y los obreros comunistas. No hace falta recordar que inmediatamente después de las elecciones, la posición del Partido Comunista fue la siguiente:

"La línea divisoria entre los argentinos no debe pasar entre, peronistas y antiperonistas sino entre argentinos que quieren la independencia nacional y quienes procuran la entrega". Hemos sido fieles a esta consigna. De ahí que el grueso de las promociones comunistas nuevas hayan sido integradas por obreros peronistas.

No es cierto que hayamos sido antiperonistas. Hemos estado y estamos en contra de quienes escamotean la voluntad revolucionaria de las masas peronistas. De quienes quieren introducir la conciliación de clase en el movimiento obrero, de quienes quieren hacer esto mismo hablando de ''Socialismo Nacional".

Porque de esto se trata.

Usted se asombra porque yo, en aquella declaración haya hablado de la necesidad de civilizarnos políticamente. Como puede advertirse he hablado en plural y me he considerado incluido en esa necesidad.

Para nosotros la actitud realmente revolucionaria y realmente leal hacia la masa peronista no consiste en acoplarse como furgón de cola a la misma sino luchar con ella y a través de las enseñanzas de la propia lucha y de una justa orientación, elevarla hasta el nivel del marxismo leninismo, salvo que usted crea que Paladino se haya convertido en una especie de Federico Engels de una nueva doctrina pampeana.

Tampoco consiste en levantar la insignia de lo "nacional" para contraponerla al internacionalismo proletario que es de la esencia de un verdadero movimiento revolucionario y marxista. Quien hace estas distinciones procede así porque no quiere, en realidad el Socialismo. Lo usa simplemente como anzuelo. El nacionalismo burgués ahora no puede ser tragado sin aditamento. Hay que endulzarlo con el almíbar del Socialismo y en esa tarea están ustedes.

Sin lucha de clases no hay revolución. Sin lucha de clases orientada por el marxismo leninismo, habrá cualquier cosa, populismo, democracias más o menos avanzadas, reformismo, pero no revolución. Y si se predica la conciliación de clases, como lo hace la jerarquía peronista y ustedes con su "socialismo nacional”, todo resulta muy claro.

Usted afirma que en el año 1955 nosotros, los comunistas, hemos apoyado el golpe. Es falso. Ahí están los documentos del Partido. A usted que le agrada andar rebuscando en los archivos, también le aconsejo que se informe bien antes de hacer tales afirmaciones. En esa oportunidad y antes de ella estuvimos contra el golpe. En esa oportunidad aconsejamos la huelga general y que se dieran armas a los trabajadores organizados, pero su amigo Perón declaró, más tarde, en el Paraguay, que no podía hacer eso porque, en tal caso, los obreros irían más allá de lo previsto...

En esa misma oportunidad los comunistas de Mendoza, doctor Palero, estuvimos en el Comité Provincial de la Unión Cívica Radical, en la calle Avenida España. Recuerdo que solicitamos una reunión con la dirección radical. Sólo fuimos atendidos por el doctor Leopoldo Suárez y el doctor Alfredo R. Vítolo. No recuerdo a otro. Les planteamos que era incomprensible que los radicales y cualquier fuerza popular se mezclara en este golpe. No logramos convencerlos. Era tarde. Por mi parte fui al local de la C.G.T. para tratar de mantener contacto con los dirigentes gremiales peronistas. No había nadie. No recuerdo haberlo visto a usted por ahí. Comprendo que usted, entonces, era muy joven, pero los jóvenes de otras épocas, mejor dicho, los adolescentes que teníamos 14 ó 15 años ya actuábamos en las luchas políticas y nos enfrentábamos con los matones, que los había no sólo conservadores sino también radicales y lencinistas, aunque no parezca.

Tampoco es cierto que hayamos estado siempre contra Yrigoyen. Hemos elogiado su actitud en defensa del petróleo argentino y no hemos hurgado nunca papeles para enrostrar a los radicales la Semana Trágica o las trágicas jornadas de la Patagonia.

En los debates de la Convención Reformadora de la Constitución de Mendoza, tiene expresada usted mi opinión sobre el radicalismo y también en mi libro sobre la Argentina.

Si el oligarca Santamarina apoyó a los antifascistas contra Hitler, esa actitud es más digna de quienes proclamándose amigos del pueblo, guarecían a los criminales nazis en el país.

Respuesta de Marcelo Palero

Doctor Benito Marianetti
Presente

El carácter injurioso de su literatura epistolar vuelve obvia la necesidad de que esta respuesta, con la que declaro cerrada este desigual intercambio de ideas, le sea dirigida a Ud. La redacto con destino a la revista de mi partido y con miras a su publicación. Dar a conocer sus juicios e inventivas me eximiría de toda respuesta, pues Ud. se condena por sí mismo. Solo haré, en mérito a la claridad, unas pocas observaciones.

En materia de "escrúpulos para las citas", el lector observará que el Señor Marianetti no desmiente una sola de ellas, debidamente documentadas en mi carta publicada en nuestra revista en su número 15.

A mi interlocutor parece fastidiarle que le recuerde su elogio a Uriburu cuando la caída de Yrigoyen; pero no le fastidia en modo alguno que evoque la alianza idílica del Partido Comunista con el embajador norteamericano Braden en 1945.
Apoya la Unión Democrática de ese año, que tenía "un programa popular". Glorifica a Vittorio Codovilla, cuyas actividades en la guerra civil española, como hombre de la policía secreta soviética, figura en toda la bibliografía de aquellos que participaron en aquella gran tragedia. Por lo que se ve, el pacifico Doctor Benito Marianetti no se priva de nada, pues mentar a Codovilla en la era post-staliniana requiere una gran dosis de fe anacrónica.

Marianetti afirma que un sector conservador votó por la Unión Democrática; y que otros sectores conservadores, los más reaccionarios, votaron por Perón. O sea, los conservadores "que habían estado del lado de los nazis". Este Marianetti aparece como una venerable antigualla política: ya ni los niños creen en nuestros días las patrañas con que las Embajadas aliadas en Buenos Aires abrumaban al pis y que designaban con el nombre de “nazis”, a patriotas que, como Raúl Scalabrini Ortiz o Arturo Jauretche, se negaban a empujar a la Argentina a la segunda guerra mundial. Entre aquellos que deseaban mandar a nuestra juventud a las trincheras de Francia, estaba el Dr. Marianetti. Como todos los cipayos de la Unión Democrática que venera, era "rupturista" y belicista". Que a un cuarto de siglo persista en justificarlo, es loable, en cuanto a la continuidad de sus ideas, pero políticamente es un certificado de defunción, debidamente legalizado.

La frase "Braden apoyó a la Unión Democrática por ese motivo, es decir, porque era una fuerza integrada por antinazis y, por su parte, representaba a una potencia imperialista que había estado contra la potencia imperialista nazi”, es tan hermosa, tan leninista, tan reveladora de la naturaleza del partido de Marianetti, que no la comentaré. Temo echar a perder esa gema.

Marianetti afirma que en América Latina no merece el prestigioso vocablo de "revolución" ninguno de los movimientos habidos en ella, ni siquiera los movimientos de emancipación. Exceptúa de esta enunciación tajante a la revolución cubana. Para demostrar su sabiduría marxista, Marianetti nos ilustra acerca de que “una revolución es el cambio de poder de una clase por otra". Pero a fuerza de ghioldismo, bradenismo y stalinismo, el leninismo y el marxismo de Marianetti han ido perdiendo color con los años.

Si la clase de les terratenientes, por ejemplo, es sustituida en el poder por la pequeña burguesía revolucionaria, que abra el camino a la burguesía urbana, eso es una revolución. Tal fue el caso de Francia. Si los terratenientes son eliminados y sustituidos por campesinos propietarios, eso es sin duda una revolución. Fue lo que hizo Paz Estenssoro y su MNR, en 1952, en Bolivia.

Pero Marianetti de esto no sabe mucho, pues la URSS y Codovilla llamaron en su tiempo a Paz Estenssoro y sus amigos, "partido nazi". Si los terratenientes son sustituidos por comunidades indígenas organizadas en cooperativas con el apoyo crediticio del Estado, que es lo que están haciendo los militares peruanos, eso es sin duda una revolución, según el aforismo marxista que Marianetti cita a tontas y a locas solo para añadir enseguida que en América Latina no hubo nunca una revolución. Sustraer a los propietarios de esclavos su propiedad, o sea liberar a los esclavos, que es lo que hizo entre otras muchas cosas Bolívar en la Gran Colombia, ¿no supone, un cambio de poder entre las clases y en consecuencia una "revolución"?

En verdad, Marianetti tiene un criterio muy curioso para clasificar las revoluciones y las contrarrevoluciones. Con mucha frecuencia, su partido y él mismo, dócilmente, confunden ambas nociones. Basta recordar cuando el 21 de Julio de 1946 un golpe imperialista en La Paz derribó al Mayor Villarroel del gobierno. El Presidente militar que había organizado a los mineros y convocado por primera vez en Bolivia un Congreso de indígenas, fue colgado en la Plaza Murillo de un farol. Tanto Estados Unidos como el Partido Comunista de la Argentina (y Pablo Neruda en nombre del stalinismo chileno) felicitaron a los miembros de la Rosca minera que recobraron el poder.

A esa contrarrevolución, los amigos de Marianetti la llamaron una "revolución". Por estos ejemplos y otros muchos que podríamos citar es que Marianetti como marxista no merece mucho crédito, y su Partido que usa el nombre de “Comunista” ha perdido su reputación por completo.

La defensa de Juan B. Justo que formula Marianetti es oportunísima. En realidad, arroja una luz esencial sobre el tema, pues Justo es el verdadero precursor de la izquierda cipaya. De sus criterios generales son dependientes tanto los stalinistas, como los modernos “chinoistas” (no sabemos si se trata de chinos de Hong-Kong, pues dudamos que sean chinos de los buenos) y tantos otros grupitos ultras que sestean en el espigón a la pesca de un bagre joven.

En efecto, Justo “planteó los problemas de fondo en sus verdaderos términos", dice Marianetti: "La cuestión de la moneda y del salario, la cuestión agraria, la cuestión de un partido de los trabajadores, la cuestión de los trust y de los monopolios... la política concebida como ciencia". Hacer de la política una ciencia para terminar apoyando a los conservadores contra Yrigoyen y a Tamborini contra Perón, deja a la ciencia en tal mal estado como la historia ha dejado al partido Comunista. ¿Serviría la "ciencia" solamente para equivocarse en política? Esto hace recordar a la frase que los generales prusianos dijeron cuando descubrieron las nuevas tácticas militares que empleaba contra ellos Napoleón: "Gana, pero no es científico". Así le ha pasado a Marianetti y sus colegas: están de ciencia como para reventar, pero nadie se les acerca, como no sean sus amigos en los Tribunales.

¿De modo que Justo planteó bien la cuestión de la moneda? Justo tenía a este respecto la misma posición que la Sociedad Rural y que la Embajada británica: era partidario de la moneda fuerte, en un país débil, con una capital rica y un interior enfermo. Quien relea a Justo dirá: Era librecambista y Marianetti pretende decirnos que luchó por un partido de obreros.
Si dijera que trabajó por un partido de obreros calificados, ilustrados, con casita propia, de preferencia empleados en los servicios públicos de capital extranjero diría bien. Fue el Partido Socialista de Justo —al que perteneció durante muchos años Marianetti—, el partido de la aristocracia obrera, y no vamos a discutir ese mérito al Dr. Justo. Pero para luchar por un partido revolucionario de la ciase industrial desprotegida, fue necesario enfrentar histórica y políticamente a Justo, a su partido y a sus discípulos de otros partidos; entre ellos, a Marianetti mismo. Esta tarea no correspondió al Partido Comunista, precisamente, sino al Partido Socialista de la Izquierda Nacional que Marianetti, aquejado de amnesia, finge no conocer, cuando en realidad lo conoce muy bien, pues es asiduo lector de las obras de sus dirigentes aunque, ay, sin provecho.

Según Marianetti, Justo habría planteado en sus verdaderos términos la cuestión agraria ¡Sorprendente! Creíamos que Justo era partidario de una democracia de estancieros para la exportación y de chacareros propietarios del Litoral, asociados a un falansterio australiano con sede en la Capital Federal. El Partido Comunista hace bien en reconocer sus deudas.
En cuanto a los trusts y monopolios, sabemos que el antimperialismo de Justo es del mismo género que el antimperialismo de Braden, amigo de Marianetti. Dejemos este punto donde está, no sea que el lector crea que queremos mortificar al señor Marianetti.

Pero hay un punto que es preciso definir. Nuestro ocasional interlocutor no tiene el sentido de la medida y pierde rápidamente los estribos (en cuanto a sus ideas no corre ese peligro).

Afirma temerariamente que esta polémica no se inició a raíz de un comentario sobre un libro suyo, sino que perseguía el propósito "de llevar a cabo una campaña, de difamación personal y partidaria". Marianetti exagera. No puede llamarse campaña de difamación citar una declaración de Marianetti hecha en 1930, a menos que el propio autor la considere desdorosa para su prestigio.
Por el contrario, opino qué tal declaración guarda perfecta coherencia con la trayectoria posterior de Marianetti hasta nuestros días. Marianetti opina lo mismo; la diferencia consiste en que Marianetti sostiene que esa trayectoria es positiva, mientras que yo afirmo que es negativa y no marxista. No hay tal difamación, según se prueba.

Por el contrario, Marianetti, al comentar sus declaraciones de 1930, se ratifica en un todo de su antiyrigoyenismo. Describe la segunda presidencia de Yrigoyen como lo hizo "La Fronda" y afirma, para evidenciar que "todo el país" estaba contra Yrigoyen, que "estaban en contra los socialistas, los demócratas progresistas, los comunistas, los conservadores". Yrigoyen, al que reconoce honradez y patriotismo "cayó sin tener a su lado a nadie". "El Parlamento era un escenario del escándalo". Es cierto. El escándalo era ofrecido por los amigos socialistas, socialistas independientes y conservadores de Marianetti que jaqueaban a Yrigoyen y preparaban el clima civil para el golpe de Uriburu. El señor Marianetti se describe por entero en sus recuerdos de la época. No tenemos nada que agregar a todo lo dicho.

En cuanto al peronismo, Marianetti tampoco ha cambiado. Se ve que cuando asume un error lo asume para siempre, como si fuera una convicción. "El movimiento sindical era un apéndice del Estado, como en cualquier régimen fascista". Añade Marianetti que los comunistas estuvieron en contra "de quienes quieren introducir la conciliación de clase en el movimiento obrero". Palabras extrañas en boca de Marianetti, quien acaba de afirmar su solidaridad con los opositores al caudillo radical y de quien acabamos de oír su justificación de la alianza contra Braden.

Las luchas de clases o los frentes de clases no se hacen fuera del planeta, o fuera del país, como parece entender Marianetti, demasiado habituado a arreglar su conducta política de acuerdo a las volteretas de los burócratas del Kremlin. Se hacen aquí, en Argentina. ¿Había una "conciliación de clases" entre aquellos que apoyaron a Perón en 1945? Sí, la había, pues las fuerzas que concurrieron en ese año a sostener esa candidatura, constituían un Frente Nacional Antiimperialista, lo que resulta natural en un país semicolonial, como lo ha señalado repetidamente Lenin. Ese Frente Nacional se encaraba con otro Frente de las clases no nacionales, o aliadas a los intereses antinacionales (pequeña burguesía urbana, a la rastra de la gran oligarquía terrateniente). En el Frente Democrático-portuario, también había conciliación de clases, como se infiere de la defensa de Braden y hasta de la constitución de listas parlamentarias comunes entre el partido Demócrata Progresista y el Partido Comunista. Tenemos una grave duda: esto último ¿era lucha de clases o conciliación de clases? Seguramente Marianetti sabe la respuesta.

Para concluir: el señor Marianetti se refiere a la carta a los obreros peronistas que escribió en el pasado y a la que yo aludo en mi carta anterior. Y contesta: "Ese era mi pensamiento en esa época. Lo ratifico en su aspecto sustancial". Y agrega: "En esa época se dictaron leyes represivas no sólo contra el movimiento obrero. Se encarceló a los opositores". Y así sigue. El tema ya aburre.

Marianetti deja en el tintero que después de quince años de ilegalidad a que lo sometió la democracia oligárquica de Justo-Ortiz (a este último lo apoyaron en 1940-1941) el Partido Comunista recobró su legalidad, sus locales y su prensa, además de su derecho de concurrir a elecciones, en el gobierno de Perón, del mismo modo que ese gobierno restableció las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Es mucho lo que podría agregarse. Pero está tan dicho, tan escrito y repetido, que remitimos a nuestros lectores a la enorme bibliografía que omite en sus recuerdos el señor Marianetti y que desmienten todas y cada una de sus exaltadas afirmaciones.
No fue por azar que empleamos en nuestra crítica bibliográfica que originó la cólera de Marianetti la palabra cipayo. Estaba justificada.

2 comentarios:

walter besuzzo dijo...

los pongo en mi lista de blogs

Barrabasada dijo...

Genial este debate por dios.
Sigan asi, muchsisimas gracias.