por Carlos Astrada
No pocos desmerecen la obra del filósofo cordobés Carlos Astrada (1894 - 1970) por su eclecticismo, al que consideran la marca de una obra poco rigurosa. Efectivamente, Astrada fue decididamente heideggeriano en los años '30 e igualmente marxista en los '60. Acompañó al peronismo en los '40 y hacia el final de su vida se identificó con el maoísmo (Mao Tsé Tung —quien nunca accedió a concederle una entrevista a Jean Paul Sartre o a Georgy Lucaks, por ejemplo— lo recibió en China y mantuvo con él una conversación por casi tres horas).
A pesar de las críticas aludidas, su biógrafo Guillermo David afirma que Astrada recorre cada momento de su vida "con una coherencia impresionante (... ) no hay pasaje de una posición a otra, sino relevo dialéctico (...) Durante los ‘60, Astrada alentó todas las heterodoxias marxistas, como conexión entre tradiciones de izquierda y la tradición nacionalista popular argentina”.
Precisamente, estos párrafos —extraídos de Tierra y figura, escritos entre 1951 y 1958— aluden a una línea de conducta conformada como destino en la figura del Libertador.
En carta al general Tomás Guido, fechada en Bruselas el 18 de diciembre de 1827, ante el reproche de éste, que le dice "jamás perdonaré a Ud. su retirada del Perú, y la historia se verá en trabajos para cohonestar este paso", San Martín, al defenderse del mismo, alude a documentos que pondrán de manifiesto, después de su muerte, "las razones" que lo "asistieron", para retirarse del escenario de sus triunfos y, remitiéndose ya al juicio de la posteridad, enuncia como síntesis de la razón de ser de su vida y de todos sus actos, la máxima: "serás lo que hay que ser, si no, eres nada".
Pensamiento que él deriva, quizá, en lo que hace a su literalidad, de uno de los motes del blasón familiar, pero dándole, por reminiscencia de ideas griegas, otro sentido, y dimensión en profundidad.
"Serás lo que hay que ser, si no, eres nada". Sentencia que, por venir de quien viene, trasunta toda una ejemplaridad realizada en plenitud, e incide en el espíritu de los argentinos como un imperativo, una incitación a ser fieles a un destino, a ser lo que hay que ser conforme a
una vocación humana e histórica. Ser lo que hay que ser es, para nosotros, tarea esencial, a la que nunca podemos pensar terminada.
(...) San Martín, en la lucha por la emancipación sudamericana, como adalid y como hombre, fue lo que había que ser, lo que él tenía que ser, vale decir el fundador de la libertad de Latinoamérica.
Porque se atuvo, a través de todos sus actos decisivos, al "serás lo que hay que ser...", logró el objeto de la más difícil ambición, aquella que, por la plenitud ejemplar de una vida en que se hace carne un principio, se vincula al libre destino de una comunidad de pueblos; ambición que, porque está en función de historia y de posteridad, sabe sacrificar los éxitos materiales del presente y ser insensible a la seducción del brillo efímero del poder político que hace y deshace personajes, y que frecuentemente desgarra pueblos.
En discrepancia, pues, con sólitas opiniones, estereotipadas ya en lugar común, afirmamos que no hay en toda la actuación de nuestro héroe máximo el más mínimo renunciamiento; tampoco ningún hecho que contradiga la ley básica de su ser y de su conducta. El desinterés, el desprendimiento personal y político no están, como puede infundadamente creerse, reñidos con la más legítima y pura ambición, la que por su misma esencia se eleva por encima de intereses transitorios de carácter individual y de las vicisitudes suscitadas por el egoísmo e incomprensión de los contemporáneos.
El hombre que, como San Martín, procede con más generosidad de alma es, en realidad, el más celoso y avaro de la autenticidad de la norma emergente de su conducta personal y, a la vez, y por esto mismo, el más fiel al destino que lo impera. El que sabe de la grande y auténtica ambición y va al encuentro, de la gloria por el camino de la soledad, el más difícil y penoso, ése, como San Martín, gana su vida porque la inscribe en el historial de la estirpe, a cuyo destino sirve, e ingresa como creador de historia y numen de pueblos en el reino de los arquetipos vaciados en molde personal.
(...) Fue y es lo que tenía que ser en la constelación naciente de un nuevo linaje de hombres libres: modelo, arquetipo apenas entrevisto, en su efectiva irradiación, por sus contemporáneos y compañeros de jornadas épicas, pero cada vez más nítido e influyente en la posteridad.
Él mismo así lo entiende, y en su proclama a los argentinos y chilenos, cuando va a iniciar su marcha hacia el Perú, afirma: "voy a seguir el destino que me llama". Dijérase que el destino — aquí la libertad de un continente — elige a aquellos que van a oír y obedecer su llamado.
(...) Su espada, de temple heroico, fue sólo el instrumento eficiente del ideal que él encarnó, y su genio de militar y estratego los medios, la capacitación para realizarlo. El genio militar del Gran Capitán, representa el aspecto técnico-ejecutivo de su personalidad, que él supeditó enteramente a su concepción política y civil de hombre visionario. Más allá de la victoria en las batallas que luchó y venció, en su espíritu se iluminaba y cobraba relieve la victoria de la libertad, la conquista de la independencia integral de América.
Nunca se identificó con el éxito del "militar afortunado", faceta meramente profesional a la que él asignó su justo valor, previniendo, incluso, del peligro que significaba su "presencia" para "los Estados que de nuevo se constituyen", según sus propias palabras. Es que San Martín, por encima de los aspectos parciales de su personalidad, que él coordinó admirablemente en vista a una única finalidad, fue el héroe civil de la libertad sudamericana. Esto es su mayor gloria y lo que da relieve definitivo a su ejemplaridad.
(...) Desde que llega a Buenos Aires, en 1812, e inicia su actuación hasta que la da por terminada con su retiro del Perú, y desde esta etapa decisiva hasta su muerte, toda la trayectoria de su vida está uniformada por el espíritu de su máxima, que en su ecuación personal es lúcido y constante servicio a la libertad, al destino histórico de una comunidad de pueblos.
Educado y formado en España desde los ocho años, después de haberla servido con valor y lealtad durante una permanencia de 22 años en su ejército, va a entregar por fidelidad a sí mismo y a su origen todo su esfuerzo a la libertad de América.
Su contacto, en Europa, con Miranda y los hombres de la Gran Reunión Americana ha preparado su espíritu y fortificado sus convicciones. Se siente identificado con la causa de la revolución argentina y de la emancipación americana, y desde este momento su decisión está tomada. En el fondo, el poderoso llamado de la tierra, de su destino histórico —la voz de una nueva estirpe que comenzaba a articular su palabra —es la sustancia y el íntimo resorte de aquella decisión que lo llevó a poner totalmente su vida, nutrida con la savia y la luz de su Yapeyú nativo, al servicio de la revolución emancipadora.
(...) Convencido de la necesidad de un núcleo ideológico difusor y ejecutivo, a la vez, de una asociación secretamente organizada para abrir camino a la revolución emancipadora, toma como modelo la organización de las logias masónicas europeas y principalmente la de la Gran Reunión Americana de Francisco Miranda y funda con sus compañeros de lucha la Logia de Lautaro, que es al mismo tiempo órgano de sus convicciones doctrinarias, con un programa también similar al de las Logias europeas, pero circunscripta su acción al aspecto libertario en lo político.
Desde este momento todos sus actos en su proyección social, van a adquirir la significación que les otorga la íntima legalidad de su conducta, expresando el sentido total y unitario de su personalidad identificada con una misión.
Su mundo espiritual es de firmes y austeras líneas ideológicas, pero nunca hizo ostentación de sus convicciones doctrinarias últimas, las que no obstante constituir el adentrado ritmo de su conducta, no aparecen en un primer plano porque en todo momento tuvo en cuenta, con las necesidades de la acción, la idiosincrasia, los sentimientos y estado espiritual de los pueblos cuya liberación y destino político estaban en juego.
Como lo testimonian las reflexiones y pensamientos dispersos en su epistolario y también Máximas a mi hija, San Martín, en sus opiniones y en sus convicciones doctrinarias definitivas estaba influido por el ideal de humanidad del siglo XVIII y por las ideas emergentes del mismo. Estas, por su origen común, se avenían perfectamente con las que preconizaban la tolerancia en cuestiones de religión y de otra índole. Conocía el ideario de los enciclopedistas y la posición ideológica de Rousseau y Voltaire. (La lista de los títulos de su biblioteca delata ya el carácter de sus lecturas y formación intelectual).
Entre las Máximas..., la primera reza: «Humanizar el carácter y hacerlo sensible...», y otra: «Inspirar sentimiento de respeto hacia todas las religiones», denotando ambas claramente la apuntada ascendencia espiritual y también la iluminista. A los preceptos de la moral cristiana, asimilados en el ambiente familiar y operantes en su conducta, él los retoma en la formulación que ellos recibieron en las concepciones inspiradas en ese ideal de humanidad y en el de la ética iluminista.
Por su temperamento y disposición espiritual es explicable, además, que tuvieran buena parte —la principal— en la formación de su personalidad los principios que informaron el ideal del hombre clásico y de su moral. Algunos de sus enunciados, de concisión aforística, son de neto giro socrático. Así éste: «la calumnia, como todos los crímenes, no es sino obra de un discernimiento pervertido». Aquí para él, la virtud está muy próxima a ser un saber, resultado de una inteligencia sana y lúcida.
San Martín no fue un filósofo práctico, si se malentiende por tal el que aplica un saber, ciertos conocimientos, con un fin práctico, para satisfacer las necesidades utilitarias de la vida; sino un hombre de acción, de principios claros e ideas bien asimiladas que armonizan con su temperamento y se reflejan en su conducta.
(...) Los contemporáneos de San Martín no vieron, por falta de la necesaria perspectiva histórica, que éste, signado por el destino, tenía que serlo todo en la unidad arquetípica de su personalidad. Y esto exigía declinar posiciones conquistadas, dar la espalda a los halagos del éxito y del prestigio. De ahí que ellos hablasen de abdicación y renunciamiento, y así lo siga pensando aún hoy la mayoría, supeditada, en su juicio, y sin sospecharlo, a una falsa y parcial clave retrospectiva.
Con esto sólo se ve su actuación protagónica, materializada en hechos, situaciones y acontecimientos, pero no lo que ella promueve, lo grande y definitivo que, más allá de la caducidad de todas las pasiones e intereses, estaba en trance de advenir y que nada debía frustrar: la libertad de pueblos y su accesión a la soberanía espiritual y política. Lo grande y definitivo alentaba en el ensueño visionario de San Martín. Transmutarlo en realidad fue la misión que abrazó, encarnando un ideal. Por eso su pensamiento, su intuición genial y todos sus actos, ritman al unísono con esta misión, con este ideal.
En la misma medida en que es consecuente consigo mismo es también fiel al imperativo que lo hace inclinarse ante el supremo interés. En carta al general Bolívar, fechada en Lima el 29 de agosto de 1822 —la carta publicada por Lafond en su libro Voyages autour du Monde— le
dice a aquél: (al escribirle) "no sólo lo haré con la franqueza de mi carácter, sino con la que exigen los grandes intereses de América... En fin general, mi partido está irrevocablemente tomado".
En su proclama a los peruanos expresa: "Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos".
Y en carta al presidente del Perú, general Ramón Castilla, fecha en Boulogne-Sur-Mer, el 11 de setiembre de 1848, próxima ya su puesta de sol en el ostracismo, escribe: "En el período de diez años de mi carrera pública, en diferentes mandos y estados, la política que me propuse seguir fue invariable..., la de no mezclarme en los partidos que alternativamente dominaron en aquella época en Buenos Aires,... y mirar a todos los Estados americanos, en que las fuerzas de mi mando penetraron, como Estados hermanos interesados todos en un santo y mismo fin".
E iluminando definitivamente la razón de ser de su actitud, una con su misión y con su existencia, agrega: "Si algún servicio tiene que agradecerme América es el de mi retirada de Lima".
La libertad de América y la autodeterminación de sus pueblos son el leit-motiv de su conducta política, y la fidelidad a estos dos ideales deciden y realzan su actitud.
En carta al general Bolívar, fechada en Lima el 10 de setiembre de 1822 le dice: "V. E. no ignora que Guayaquil, provincia libre, se encuentra bajo el Protectorado del Perú; tampoco ignora que batallo ejerciendo sin reservas el apostolado de la libertad, por lo que estoy impedido de reconocer a Colombia soberanía en ese territorio. Rehúso el conflicto porque la retroacción sería guerra fratricida. No sacrificaré la causa de la libertad a los pies de España. Mi obra ha llegado al cenit; no la expondré jamás a las ambiciones personales; de aquí que no acepte ser el cooperador de vuestra obra" (es decir lograr que "el Perú reconozca a Colombia soberanía en Guayaquil").
Es que la delgada línea que separa al libertador de pueblos del caudillo, dispuesto a usufructuar una situación política, fue para San Martín una barrera infranqueable por propia decisión.
Por último, cuando se informa de los anacrónicos ensueños virreinales del general Bolívar, quien quiere incluir dentro de un solo molde estatal a Bolivia, Perú y Colombia bajo su jefatura vitalicia, con el aditamento de imponer una sucesión dinástica, y ve los males que esto puede acarrear para los pueblos sudamericanos, se dirige al mismo Bolívar desde Bruselas, con fecha 28 de mayo de 1929 y le dice: "Al llegar ahora hasta mí las más alarmantes noticias, siendo la más grave la que se refiere al proyecto de federar a Bolivia, el Perú y Colombia con el vínculo de la Constitución Vitalicia cuyo Jefe Supremo Vitalicio sería V. E. y con la facultad de nombrar sucesor, me apresuro y me permito darle el mismo consejo que el año 22 pusiera en práctica al sacrificar mi posición personal de aquella hora, para que pudiera triunfar la causa de la libertad americana. Vuestra obra está terminada como lo estuvo la mía; deje que los pueblos libres de América se den el gobierno que más convenga a su estructura política..." Y como colofón estampa esta verdad, abonada e iluminada por su ejemplo: "Los pueblos no podrán aceptar el someterse a la voluntad de un hombre a quien ellos consideran el abanderado de las libertades ciudadanas".
Este es el hombre que categorizó la línea de una conducta para devenir lo que tenía que ser, en consonancia con una misión y como depositario de un mandato del destino. Si partimos del hombre mismo, de la plenitud señera de su personalidad, nos explicamos perfectamente el porqué de sus actitudes y decisiones, y percibimos la secuencia de sentido de todos sus actos.
E inversamente, siguiendo la sucesión de éstos, en función de situaciones y circunstancias, hasta el ejecutor cuyo espíritu los anima y potencia, descubrimos que el hombre en el cual se anuda su génesis no puede ser otro que San Martín.
domingo, 31 de mayo de 2009
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2 comentarios:
Genial genial me encanto el texto.
Muy bien escrito. Considerable.
Astrada: donde estés, ¡Genial!
Nicolás
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