jueves, 9 de abril de 2009

ALFONSÍN FRENTE A LA HISTORIA


por Justo Fernández Sánchez

La pasión de los argentinos por la necrofilia tal vez sea una de las pocas constantes históricas que se mantienen vigentes hasta nuestros días.

Posiblemente en el relato de los detalles de la muerte de Juan Lavalle —la descomposición del cadáver y toda la épica que envolvió el periplo para el traslado del mismo— puedan encontrarse algunos indicios de su origen.

El entierro de Gardel y la multiplicidad de teorías sobre su muerte; el sepelio de Hipólito Yrigoyen; el embalsamamiento, secuestro y profanación del cuerpo de Evita; la mutilación de las manos de Perón y la conflictiva mudanza de sus restos a San Vicente, marcan una secuencia directa que continúa hasta un conmovedor acontecimiento reciente: la emotiva despedida —con veneración incluida— de los restos de Raúl Alfonsin.

Cuanto menos es llamativo cómo la sociedad argentina se vuelve amnésica, indulgente y valorizadora cuando se trata de abrir juicios sobre los ya fallecidos. Y cuan intransigente, ingrata y poco compasiva suele ser con los que gozan de buena salud. Pareciera que asumir un compromiso, aunque sea emocional, con alguien que dejó de existir es más confortable y menos traumático que hacerlo con alguien que aún vive y es todavía capaz de generar acontecimientos.

La transición y el mal menor

Más allá de este reconocimiento tardío, Alfonsín dejó una importante huella. Y si bien no va a quedar en la historia como el hombre de las grandes transformaciones, sí —aún a su pesar— quedará como un presidente de transición. Ya que pese a sus truncos esfuerzos por instalar el “tercer movimiento histórico” o el “unicato” radical, la historia lo va a terminar empujando hacia una suerte de umbral o limbo de la memoria política, habitado por personajes como el ex presidente español Adolfo Suárez.

Se trató de una figura difícil de definir en blanco y negro y, a la vez, muy lejos del gris. Su personalidad y proceder poco tenían de tenue y mucho de contradictorio (algo que dejaría como sello). Se podría hasta decir que de la lucha entre estos polos opuestos surgía su equilibrio emocional.

Inauguró el marketing político en Argentina, sin perder el timbre severo de voz y sin dejar de agitar enérgicamente, de arriba hacia abajo, el dedo índice de su mano derecha en los discursos. Incorporó, por influencia de las estrategias de David Ratto, gestos y miradas que terminaron formateando su imagen: más alejada del estereotipo radical de los años ‘30 y lo suficientemente versátil como para convertirse en un producto publicitario. A partir del ´83, los argentinos terminaríamos siempre consumiendo primero al candidato, para recién después votarlo. Alfonsín fue el pionero.

Aunque tal vez algunos textos escolares lo instalen como el creador de la democracia (los mismos que establecieron que Sarmiento inventó la escuela), se sabe que la apertura democrática se debió a un proceso más complejo, que incluye la derrota de Malvinas; la creciente resistencia del sindicalismo peronista desde 1979 en adelante y la necesidad del poder económico internacional —junto al establishment local— de ir hacia un sistema que garantice mejor los negocios. Algo que se verificó también en toda la región.

Algunas crónicas del momento (por supuesto no muy difundidas) señalan la existencia de una reunión en la embajada norteamericana, que incluyó un brindis por la democracia argentina. En ese preciso instante, los empresarios y políticos que participaron del ágape pudieron ser testigos de cómo las miradas de los dueños de casa se clavaron en uno de los asistentes: Raúl Alfonsín. Esta suerte de bendición trascendió hasta el punto de ser señalado por los opositores como el candidato de Coca Cola.

Más allá del detalle, es innegable que tanto los poderosos foráneos como internos lo consideraban “potable” o como “el mal menor”. “Lo peor” era siempre el peronismo.

Marca registrada

Sin lugar a dudas, Alfonsín fue el primer presidente posterior a la última dictadura militar y quien consolidó este modelo de democracia liberal, de hecho virtual, excluyente y no participativo; pero siempre preferible a la imposición autoritaria.

Alfonsín, también, fue el señor de los milagros. Se le pueden contabilizar tres:

1. Incorporó a la vida democrática a importantes sectores gorilas y reaccionarios de las capas medias, que consetudinariamente apoyaban los fraudes y golpes de Estado (algunos promovían el voto calificado en cuanto herramienta útil para vencer al ignorante electorado peronista). Gracias a su discurso y casi por arte de magia se convirtieron en los campeones de la democracia. Sin la participación de esta franja, el futuro de la institucionalidad democrática no sería muy promisorio.

2. Fue el primer radical que se atrevió a enfrentar al peronismo sin trampas ni proscripciones; y pudo transmitir la seguridad de que se podía triunfar enfrentando al peronismo. De alguna manera, la clase media pudo tener su Perón propio y sacarse este complejo de encima.

3. La denuncia del pacto militar-sindical no sólo fue un acierto electoral sino una jugada a tres bandas: descalificó al conjunto de la dirigencia gremial (una de las grandes victimas de la dictadura), igualándolo con los burócratas sindicales que sacaron ventajas y convivieron con los militares de la dictadura (entre los que había varios radicales). Funcionó como un delicioso botín para la clase media, tremendamente intolerante y prejuiciosa hacia el sindicalismo. La denuncia les alimentó, les sació, de una razón infundada. Finalmente, para el poder económico actuó como un complemento de lo iniciado por los militares. Algo así como una fase dos para acorralar al movimiento obrero. Después vendría el intento de la Ley Mucci, cuyo objetivo real era dejar libres a las fuerzas del mercado.

Un balance

Antes de ser presidente, Alfonsín ya mostraba antecedentes de compromiso con los derechos humanos. Juzgó a la Juntas Militares, algo inédito a nivel nacional e internacional, y sancionó, también, las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.
Tal vez su talón de Aquiles no haya residido, solamente, en su debilidad de gestión sino, también, en la flojedad de origen. Pues ¿qué firmeza moral podía tener, finalmente, un gobierno que, en el seno de su gabinete, contaba con antiguos partícipes del golpe contra Perón —hoy se sabe que hubo un ‘76 porque, previamente existió, el ´55— y que llevó, como aliada electoral, a la procesista jujeña María Cristina Guzmán? Como suele decirse, en el pecado tuvo la penitencia.

Fue un político honesto que, al menos, consiguió gobernar alejado de la corrupción. No fue el caso de numerosos funcionarios que lo acompañaron y es algo que hoy brilla por su ausencia.
Firmó el Pacto de Olivos y fue ideólogo de la Alianza.
Dejó al radicalismo con la posta del republicanismo a ultranza (López Murphy y Carrió corrieron los límites hasta el borde de la caricatura), aunque gobernó con la mayoría de los medios de comunicación en su poder.

En definitiva, Alfonsín fue una suerte de bisagra entre los hombres del siglo pasado —buenos o malos, como Mao, Hitler, Fidel, Perón, De Gaulle, Stalin, Mussolini, Churchill, Evita o Ghandi— y las figuras encorsetadas y mediocres que tenemos en nuestros días.
Un hombre campechano de Chascomús al que le sentaba bien el deje porteño y no por casualidad vivía en Recoleta, el mismo barrio en donde fue enterrado. (Es que la ciudad no exige acta de nacimiento a quien adopta como hijo; pensemos en Gardel, sin ir más lejos).

A modo de despedida, sin ironías y con el respeto que merece su trayectoria y la hora, aquí va mi responso: adiós Alfonsín… la casa está en orden. Que sea bienvenido en la vida eterna.

2 comentarios:

dvd dijo...

Me gustó la nota, me parece equilibrada. Y más que comentar la nota, la intención es alentarlos a que sigan con esta práctica de pensar y escribir...

David.

Rafael Quero dijo...

Hola, muy buena la nota. Pero acordate que ya en esa epoca teniamos un peronismo de saco y corbata (no el peronismo que representaba a los trabajadores y a los humildes). Lamentablemente no hay un partido que represente a la clase trabajadora. El peronismo de hoy representa a las clases dominantes. Y no te olvides de Menem.