A la redacción de COMUNIDAD NACIONAL, medio en el cual colaboraba Arturo Jauretche llegó desde Tucumán —con fecha 14 de junio de 1967— una carta en donde se le pedía al creador de FORJA su opinión en torno al conflicto árabe israelí en Oriente Medio:
“…Visto la actitud parcial y deformante de la Prensa (Mundial y Nacional) en los sucesos recientemente acaecidos en Medio Oriente, los abajo firmantes, deseosos de tener no sólo una información lo más fidedigna posible de los hechos, sino también conocer una postura clara y definida respecto a los problemas reales que aquejan a ese sector del Mundo, hemos decidido remitirnos a Vd. para solicitarle la inclusión de un artículo sobre el tema en el espacio que esta revista le tiene otorgada.
Esta decisión está avalada por la confianza y el respeto que su persona nos merece, la cual conocemos a través de libros, conferencias y comentarios periodísticos donde siempre dio testimonio de una vocación auténticamente nacional.
Creemos también que los problemas de los países árabes del Medio Oriente, se identifican con nuestros propios problemas en cuanto a su dependencia del Imperialismo."
Esta fue la respuesta de Jauretche, publicada en ese mismo medio en la edición nro. 42 de noviembre de 1967:
Es muy posible que esta respuesta, por tardía y elusiva, no satisfaga las esperanzas de estos amigos corresponsales. Más aún, es mi deseo no satisfacerlas y a eso obedecen la elusión y la tardanza.
Hablan estos amigos tucumanos de la confianza y el respeto que mi persona les merece por mi vocación auténticamente nacional.
Pues bien: creo que esa confianza, etc., y esa "vocación" acreditada son producto precisamente de que siempre he eludido pronunciarme sobre acontecimientos externos; y sabe Dios lo caro que esto me cuesta.
No es que yo no forme opinión en cada caso y que no me apasionen como cualquier hijo de vecino, máxime cuando la situación tiene analogías con la nuestra. Pero desde mí militancia en F.O.R.J.A. todos los que allí combatimos nos impusimos el deber de no dejamos arrastrar por la pasión encendida en los conflictos externos precisamente con la ayuda de esa prensa (mundial y nacional, como dicen mis corresponsales), pues todos los conflictos externos han sido
aprovechados en el país para que nos embanderáramos perdiendo de vista el propio o haciéndonos simples apéndices de otras militancias.
Fue una tarea muy dura porque siempre hubo una razón movida periodísticamente para que postergáramos lo nuestro a lo de afuera, y para que en lugar de clavar los ojos en el país dirigiéramos la mirada al exterior subordinando nuestras soluciones al drama de los otros, o postergándolos.
Por eso, también prefiero postergar la respuesta que me piden a contribuir a postergar nuestra lucha nacional.
Recuerdos de mi niñez
Desde mi infancia recuerdo cómo se nos embanderaban las cosas ajenas. Era un niño, tal vez un poco precoz, y por eso alcanzo a rememorar las pasiones que se agitaron con la guerra ruso-japonesa y después con las balcánicas. Más tarde con la guerra ítalo-turca.
Aún recuerdo a un compañerito muerto de una pedrada en el ejército italiano que combatía con el ejército turco en las calles de mi pueblo, y me duele ese absurdo final que quizá me impacto para siempre.
En cambio nunca nos apedreamos por federales o unitarios, ni defendimos una calle suponiendo que defendíamos el Paso de Obligado frente al invasor extranjero. Entonces a los árabes de hoy los veíamos como turcos y también a gran parte de los armenios que en Turquía eran exterminados.
Porque las noticias que teníamos, como las de ahora, respondían a la geografía conveniente a los distribuidores de noticias.
Después vimos la guerra del ‘14 y los niños de la generación que me seguía, combatían por la cultura "Aliada" o por la "Kultur", germánica, a la que se llamaba barbarie. Y entonces, adolescentes, participamos en las calles de Buenos Aires en tumultuosas manifestaciones en que los neutralistas eran germanófilos y los belicistas eran aliadófilos. Y así fue como en mi adolescencia agarré la manija al revés, y todavía me avergüenzo de haber salido del incendiado Club Alemán, orgulloso con la astilla de un mueble del edificio saqueado.
Y también estuve en la tentativa de incendiar al diario La Unión, con su director adentro, que era Amable Gutiérrez Diez, que después fue mi compañero de lucha en F.O.R.J.A.
Viví el país dividido por causas extranjeras y dividido dentro de sí hasta por colonias, con los descendientes de italianos embanderados en la vereda de los "tanos" que era la de los aliados, y los descendientes de españoles, en la de los "gaitas" que eran germanófilos, de manera que el conflicto interno se evadía, y neutralistas y belicistas, en lugar de fundar una posición argentina fundaban su neutralismo y belicismo en sus simpatías externas. Recién en ese momento se empezó a insinuar una posición propia que maliciosamente se intentaba significar como la de uno de los bandos con Yrigoyen y su política de soberanía, que era la neutralidad, y no por neutralismo sino por soberanismo.
Una técnica de F.O.R.J.A.
Cuando empezamos con F.O.R.J.A ya teníamos hecho nuestro aprendizaje que queríamos convertir en enseñanza: no embanderamos afuera para embanderamos adentro. La causa nacional exigía la concentración en lo propio y los conflictos exteriores eran uno de los medios más eficaces para desviamos, y postergar la comprensión de los nuestros.
En un libro —Los Profetas del Odio— recuerdo una expresión de Juan Jarvis, nacionalista de Puerto Rico, que nos dijo en una conferencia: "Cada vez que el problema de Puerto Rico se plantea hay un gran motivo internacional para que desviemos la atención, y como Puerto Rico es el culo del mundo nunca llega la ocasión de que arreglemos ese culo".
La más difícil tarea de F.O.R.J.A. en su labor preparatoria en la formación de una conciencia nacional de nuestros problemas, fue desbrozar la confusión que producían los conflictos externos que robaban el escenario de la Patria para sustituirlo, y desviar la pasión argentina hacia las otras pasiones combatientes.
Los hombres que provenimos de F.O.R.J.A. nos hemos impuesto una consigna. Del mismo modo que no queremos que los otros interfieran en lo nuestro, nosotros no interferimos en lo ajeno. Pero además perseguimos una finalidad de la que no me apartaré: que haya siempre voces advertidas para advertir, porque es mucha la facilidad con que se nos arrastra fuera del país para eludir lo nuestro. Esta es la razón porque eludimos lo ajeno.
No quiere decir que lo ajeno no nos interese; somos hombres y formamos parte de la comunidad humana y sabemos conocer también los paralelismos de situaciones cuyo análisis nos permite equiparar los casos. Pero evitemos hacerlo en el momento de la pasión combatiente, porque facilitaríamos el juego de los que aprovechan la pasión combatiente para remachar nuestras cadenas mientras nos distraemos por las cadenas ajenas. Y distraerse con éstas es olvidar la tarea propia y facilitar el juego de los que nos quieren seguir encadenando.
Yo no sé si lo que digo tiene un valor universal. Pero tiene un valor total y definitivo para nosotros porque aún no estamos realizados para permitimos el lujo de robarle un solo minuto, un solo segundo, una sola inquietud, a esa realización que es nuestra empresa. Entender a los otros resulta así un lujo cuando aún no nos hemos entendido sobre nuestras propias bases, cuando aún no hemos consolidado nuestro ser nacional lo suficientemente para que sepamos distinguir entre lo nuestro y lo ajeno, y sobre todo mientras subsista un aparato cultural que trabaja para que nuestro ser no se realice y utiliza todos los medios de dispersión de la conciencia nacional para que ella no se logre.
Un funcionario de Vialidad me decía una vez que para impedir que un camino se trace no hay que oponerse al camino; hay que proponer otro trazado, e inmediatamente se fundan dos bandos que impiden que el camino se haga con uno o con otro trazado.
Aprender si; fugar no
Esto que digo parecerá contradictorio con un artículo mío aparecido en Azul y Blanco (10 de julio de 1967) titulado Enseñanza del conflicto israelí, ya que me meto en el mismo. Pero el que lo ha leído habrá comprobado que lo único que hago es aprovechar la circunstancia para demostrar cómo una pequeña potencia —en el caso Israel, enclave y cabecera de puente de los Estados Unidos— realiza su propia política aún contra el interés de Estados Unidos, que
era mantener el statu quo que impuso en ocasión del ataque franco-inglés-israelí al Canal de Suez; también analizo la finalidad perseguida con el aniquilamiento del barco "Liberty" norteamericano y que era el centro de comunicaciones que los Estados Unidos tenían allí para vigilar el mantenimiento del statu quo, informando con la suficiente celeridad a la Flota del Mediterráneo, y en condiciones de hacer "jaming" en las comunicaciones israelíes, manejadas por el general Rabin.
El objetivo de la nota no era embanderamos en el conflicto sino mostrar cómo un país pequeño puede hacer su propia política aún contra quien lo maneja, aprovechando la coyuntura favorable, y haciendo jugar como factor interno en los Estados Unidos la existencia de un poderoso grupo judío de doble nacionalidad, que al optar por la israelí rompe, la unidad interna del imperialismo dominante.
Así en ese artículo también el conflicto en lugar de ser aprovechado para embanderarme, lo aprovechaba para mostrar los peligros del embanderamiento, que es lo que ocurre cuando un país se divide por causas ajenas y facilita su atomización en nacionalidades de origen.
No se puede negar —y es un triunfo que siendo en parte como propio— que los argentinos están mejor definidos hoy que ayer en su conciencia nacional, pero continúan a pesar de todo, y más a medida que se sienten ilustrados, tentados a fugar con variados pretextos de su responsabilidad inmediata como hijos del país. Por mi parte no quiero contribuir al escapismo. Que otros traten esos temas. Yo tengo mi tarea concreta que acabo de explicar y de ella salen los títulos que me atribuyen estos amigos de Tucumán.
viernes, 24 de abril de 2009
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