martes, 18 de agosto de 2009

GUERRA Y NACION

por Juan B. Alberdi

El 29 de marzo de 1865, la República Argentina, presidida por Bartolomé Mitre, le declaró la guerra al Paraguay de Francisco Solano López. Detrás de la injustificable y criminal decisión estaban Inglaterra y el Imperio del Brasil, así como el obediente Partido Colorado de la Banda Oriental.

Juan Bautista Alberdi fue considerado un traidor por oponerse tenazmente a lo que llamó la "Guerra de la Triple Infamia". Años más tarde explicaba su posición al escritor Ernesto Quesada, en estos términos: “(...) los hombres de Buenos Aires se enfeudaron a la política brasilera, y fomentaron la revolución Oriental de Flores, el escándalo de Paysandú y terminaron con el tratado de la triple alianza para arrasar al Paraguay y obligar a las provincias, so capa de la guerra internacional y merced al estado de sitio, a someterse a la política porteña. Consideré tal guerra como el más funesto error histórico y la mayor calamidad para nuestra nacionalidad: por eso la combatí desde el extranjero, como lo hicieron Guido Spano y la mismo Navarro Viola, que como verdadero patriota, debía mostrar a nuestras provincias el abismo que conducía tan monstruosa guerra, contraria a los intereses verdaderos de Plata y que solo serviría al Brasil para debilitar a sus linderos del Sud, consolidar su influencia agresivamente imperialista y legalizar sus usurpaciones territoriales...

En 1872, bajo la profunda impresión que le produjo la destrucción paraguaya, escribió El Crimen de la Guerra, de donde proviene el texto que ofrecemos a continuación.

Seguidamente, puede leerse un fragmento del prólogo escrito para dicha obra por Alfredo Palacios, en la publicación de la editorial Luz del Día de 1957. Prólogo éste donde se califica, con justicia, al genial tucumano como el “fundador del derecho internacional iberoamericano”.


Lo que podemos decir, por nuestra parte, es que la libertad que los presidentes (Bartolomé) Mitre y (Faustino) Sarmiento han servido por la guerra contra el Paraguay, cuesta a la República Argentina diez veces más sangre y diez veces más dinero que le costó toda la guerra de su independencia contra España y que si esta guerra produjo la independencia del país respecto de la corona de España, la otra está produciendo la enfeudación de la República a la corona del Brasil.

En cuanto a la libertad interior nacida de esas campañas, su medida entera y exacta reside en este simple hecho: el autor de estas líneas es acusado de traición por el gobierno de su país, por los escritos en que ha condenado esa guerra y ha probado que no puede tener otro resultado que el de desarmar a la República de su aliado natural y servir al engrandecimiento de su antagonista tradicional, que es el imperio del Brasil, único refugio de la esclavatura civil en América.

El autor se ve desterrado por los liberales de su país y por el crimen de que son cuerpo de delito sus libros; por haber defendido la libertad de América en el derecho desconocido a una de las Repúblicas, por un imperio mal conformado, que necesita destruir y suceder a sus vecinos más bien dotados que él, a unos como aliados y a otros como enemigos. Para las Repúblicas de Sud América, tan hostil es el odio como la amistad del imperio portugués de origen y raza.

Si no fuese que ellas son buscadas y arrastradas por el imperio a la alianza que las convierte en su feudo, lejos de buscar ellas al imperio, se diría que están más atrasadas en política que los indios que ocupan sus desiertos. Pero es la verdad que el Brasil las arrastra cuando parece que es impelido por ellas y que ellas ceden cuando parecen impulsar y solicitar. Obediente a la corriente de los hechos, Mitre no ha podido no buscar al Brasil.

La guerra en Sud América, sea cual fuere su objeto y pretexto; la guerra en sí misma es, por sus efectos, reales y prácticos, la anti-revolución, la reacción, la vuelta a un estado de cosas peor que el antiguo régimen colonial: es decir, un crimen de lesa América y lesa civilización.

La guerra permanente cruza de este modo los objetos tenidos en mira por la revolución de América, a saber:

Ella estorba la constitución de un gobierno patrio, pues su objeto constante es cabalmente destruido tan pronto como existe con la mira de ejercerlo, y mantiene al país en anarquía, es decir en la peor guerra: la de todos contra todos.

La guerra disminuye el número de la población indígena o nacional, y estorba el aumento de la población extranjera por inmigraciones de pobladores civilizados: no se puede hacer a Sud América un crimen más desastroso.

Despoblarla es entregarla al conquistador extranjero. La guerra es la muerte de la agricultura y del comercio; y su resultado en Sud América es el empobrecimiento y la miseria de sus pueblos; es decir, fuente de miseria, de pobreza y debilidad.

La guerra aumenta la deuda pública, y sus intereses crecientes obligan al país a pagar contribuciones enormes que no dejan nacer la riqueza y el progreso del país.

La guerra engendra la dictadura y el gobierno militar, creando un estado de cosas anormal y excepcional incompatible con toda clase de libertad política. La ley marcial convertida en ley permanente, es el entierro de toda libertad.

La guerra compromete la independencia del Estado inveterado en sus estragos, porque lo debilita y precipita en alianzas de vasallaje y de ruina, con poderes interesados en destruirlo.

La guerra absorbe el presupuesto de gastos, deja a la educación y a la industria sin cuidados, los trabajos y empresas desamparados, y todo el tesoro público convertido en beneficio permanente de una aristocracia especial compuesta de patriotas, de liberales y de propagandistas de civilización por oficio y estado.

La guerra constituida en estado permanente y normal del país, pone en ridículo la república, hace de esta forma de gobierno el escarnio del mundo.

En una palabra, la guerra civil o semi-civil, que existe hoy en Sud América erigida en institución permanente y manera normal de existir, es la antítesis y el reverso de la guerra de su independencia y de su revolución contra España.

Ella es tan baja por su objeto, tan desastrosa por sus efectos, tan retrógrada y embrutecedora por sus consecuencias necesarias, como la guerra de la independencia fue grande, noble, gloriosa por sus motivos, miras y resultados.


Alberdi, el pionero
por Alfredo Palacios

Alberdi, estudiando la naturaleza jurídica de la guerra, cuando universaliza sus conceptos en El Crimen de la Guerra se refiere al cobro compulsivo de las deudas internacionales y se anticipa en un siglo a Luís María Drago, que con su doctrina defendió a nuestra América.

La ejecución corporal por deudas —barbarie de otras edades— ha sido abolida por la civilización en materia de derecho civil privado. ¿Quedaría vigente —se pregunta el americano ilustre— la ejecución corporal por deudas, es decir la guerra por deudas en materia de derecho internacional?

¿Si la una es la barbarie, la otra sería la civilización? Y contesta categóricamente: las guerras por deudas son tal, pura barbarie.

Hemos acusado a los estadistas y a los representantes de los países iberoamericanos en las conferencias Panamericanas de no haber citado nunca al gran precursor. Tal injusticia se pone de manifiesto una vez mas al observar que el autor de El Crimen de la Guerra precedió en más de un siglo a Luís María Drago al combatir la especulación a mano armada por las naciones poderosas. El cobro compulsivo de las deudas internacionales pretendió efectuarse en 1902 contra un país hermano.

Los representantes de Alemania y Gran Bretaña en Caracas exigieron del gobierno de Venezuela el reconocimiento inmediato y el pago sin discusión de sus deudas, dentro de un plazo perentorio de 48 horas, y ante la justa negativa de Venezuela los aliados realizaron actos de guerra. Venezuela había contratado con particulares, como persona de derecho privado, y por lo tanto, no había creado relaciones internacionales. Era aplicable la, regla caveat emptor. Pero aunque las hubiere creado, el cobro compulsivo, es decir la guerra por deudas, era criminal. Luís María Drago, bajo la presidencia del General (Julio A.) Roca, admirador de Alberdi, el 29 de diciembre de 1902, expuso en nombre de la República Argentina principios sobre la inviolabilidad de la soberanía de las naciones.

La deuda pública —afirmó con dignidad— no puede dar lugar a la intervención armada y menos a la ocupación material del suelo de las naciones americanas. Cualquiera que sea la fuerza de que dispongan, todos los Estados son perfectamente iguales entre sí y con derechos recíprocos a las mismas consideraciones y a los mismos respetos.

La 2da. Conferencia de La Haya de 1907 adoptó el principio del argentino Drago de que el cobro de las deudas nunca debe ser causa de guerra; tesis sostenida en El Crimen de la Guerra, por Alberdi.

1 comentario:

CEH dijo...

Muy buen post.
Estamos trabajando en ésto:
Proyecto de Investigación y Divulgación Documental: Guerra de la Triple Alianza

Guerra do Paraguai / Ñorairô Guasu / Bibliografía, imagen y cine


http://proyectotriplealianza.blogspot.com

Saludos entrerrianos!