miércoles, 12 de agosto de 2009

REPORTAJE A PEPE ROSA (1968)

José María Rosa junto a Arturo Jauretche en Punta del Este

En 1968, la desaparecida Editorial Merlín publicó en su “Colección Nuestros Ayeres” un volúmen con varios artículos breves de José María Rosa quien, por entonces, comenzaba a figurar en los topes de ventas con su Historia Argentina. La compilación se llama Historia del revisionismo y otros ensayos.

A modo de presentación del libro, la editorial incluyó un reportaje (de autor anónimo) que el historiador contestó por corespondencia. Allí subraya caracterizaciones e influencias que son, también, las de su generación de historiadores militantes.


- Generalmente usted no responde cuando se le pregunta si es hombre de derecha o de izquierda porque considera —según lo declaró más de una vez— que esas son categorías propias de un liberalismo que rechaza. Veremos si tenemos la suerte de hacerle contestar mediante un camouflage. Para (Karl) Mannheim, progresista es el que ve el presente como el comienzo del futuro, y reaccionario el que lo ve como la continuación del pasado. De acuerdo a este esquema, ¿cómo ve usted el presente?

- La gran dificultad de un reportaje consiste en que, a veces, reporteado y reporteador no hablan el mismo lenguaje, y las respuestas de aquél deben encogerse o estirarse a la medida de las ideas políticas o filosóficas de éste, cuando no adaptarse, simplemente, al valor que el reporteador da a las palabras. Hecha esta aclaración de que me someto voluntariamente a un lecho de Procusto, empiezo. Eso de progresista o reaccionario, dicho en términos absolutos, lo usan quienes creen en el avance de las sociedades hacia una meta determinada, como los liberales o los marxistas.

Para mí, "progreso y reacción" son términos de física, que pueden aplicarse a la historia de las sociedades en relación con algo: el bienestar individual, el de una clase social, el de una comunidad nacional, o mi concepto personal del arte, del confort, de la moral, del derecho, etc. Entonces, sólo así podría decirle si hay progreso o regreso: en relación a eso "algo". Y usted me podría catalogar, con Mannheim, según creyese que comienzo el futuro o continúo el pasado.

- ¿A qué historiadores considera sus maestros, tanto en escala nacional como universal?

- En escala nacional debo mucho al porteño (Ricardo) Font Ezcurra, al entrerriano (Julio) Irazusta y a los santafesinos Alfredo Bello y José María Funes, en orden al conocimiento auténtico de nuestra historia. En escala universal, Rómulo Carbia me enseñó a reconstruir críticamente los hechos históricos con el método objetivo de (Leopold von) Ranke.

- Como en el pensamiento de un historiador son importantes las coordenadas filosóficas que lo encauzan, resultaría interesante saber a qué filósofos —del pasado y del presente— se siente más vinculado.

- Tal vez a los sociólogos de (Auguste) Comte en adelante. El francés (Émile) Durkheim me impresionó en lecturas juveniles por su concepción del hecho social y el riguroso método de análisis; el alemán (Ferdinand) Tönnies, por su síntesis de lo que es "comunidad" y de lo que es "sociedad"; (Oswald) Spengler, con su teoría de los ciclos históricos. En mi lejana juventud me entusiasmé con los románticos alemanes y encontré en (Johann) Fichte una explicación racional, que me satisfizo, de mi sentimiento nacional. Pero todo eso pertenece a un remoto pasado; hace mucho que no leo libros de filosofía.

- La historia de los demás países latinoamericanos fue tan intencionalmente falseada por sus oligarquías como en el caso de la Argentina? De ser así, ¿hay en ellos corrientes historiográficas heterodoxas, comparables a nuestro revisionismo?

- Las hay. Por ejemplo, el revisionismo paraguayo, iniciado por Juan O'Leary, que en orden de tiempo es anterior al nuestro, o el oriental, de Luis Alberto de Herrera, donde militan figuras de la talla de (Alberto) Methol Ferré, (Washington) Reyes Abadie, Claudio Williman, Oscar Bruschera, Vivían Trías, (Manuel) Fonseca, (Mateo) Magariños de Mello, Julio César Vignale y muchos más que representan distintos matices. En Brasil, Pandiá Calogeras hizo escuela, hoy mayoritaria. Y puede seguirse así en toda América latina.

- A nuestro requerimiento (Arnold) Toynbee declaró, la última vez que estuvo en Buenos Aires, que no había oído hablar jamás del revisionismo, y nos preguntó, a su vez, de qué se trataba. El presidente del Consejo Británico se apresuró a aclararle que es "sólo una corriente historiográfica local caracterizada por sus fuertes prejuicios antibritánicos".

Poco después, tuvimos ocasión de preguntarle a H. S. Ferns —cuyo libro Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX es tan sincero en algunos aspectos— si no le parecía que Inglaterra había expoliado concienzudamente a nuestro país. El historiador canadiense respondió que "en las relaciones entre ambos países no hubo un explotador ni un explotado, sino dos pueblos en distintas etapas de desarrollo cuya estrecha vinculación los benefició mutuamente". ¿Qué comentarios le sugiere esto?

- No me extraña lo de Toynbee, cuyos conocimientos historiográficos no son vastos; tampoco me llama la atención que al presidente del Consejo Británico todo lo revisionista le parezca un prejuicio antibritánico. Las palabras de Ferns responden al concepto que preside todo su libro sobre las relaciones de Inglaterra con la Argentina en el siglo XIX. Deben interpretarse. Nuestra "estrecha vinculación" con Inglaterra produjo necesariamente un dominante y un dominado, dadas sus "distintas etapas de desarrollo". Fue un matrimonio de amor y conveniencia: a nosotros nos quedó el amor y a ellos la conveniencia.

- ¿Qué juicios le merecen La decadencia de Occidente, de Spengler, y la Historia universal de Toynbee? ¿Adhiere a una concepción cíclica de la historia universal?

- Spengler me gusta; Toynbee me aburre.

- ¿Conoce aportes historiográficos realizados en el campo socialista que le merezcan respeto?

- Hay grandes revisionistas en el campo socialista.

- ¿No cree que el patriotismo —o el nacionalismo— son insuficientes para sustituir a la ideología? Si usted hubiera nacido en Inglaterra, ¿admiraría a (Benjamin) Disraeli y convalidaría la piratería del imperialismo británico o los rechazaría en nombre de una ética supracional, de una ideología?

- Al revés: la ideología es insuficiente para sustituir al patriotismo. No necesito ser inglés para "admirar" a Disraeli. Si lo fuera, no sólo lo admiraría sino que estaría de acuerdo con él, lo que no me ocurre por ser argentino. (...) La historia nos dice que, sí hay una ética supranacional, ella es muy débil. Es una lástima, pero como la ética pertenece al campo de las cosas que son y no al de las que pueden ser, debemos resignarnos a esa falta. (Reservadamente, le diré que si la Argentina, integrada con sus hermanas de Hispanoamérica, llegase al estado de imperio y dominase a Estados Unidos e Inglaterra, no me disgustaría del todo ver a los norteamericanos e ingleses con un pico en la mano trabajando para nosotros.)

- Cuando Ricardo Zorraquín Becú presidía la Academia Argentina de la Historia, le preguntamos por qué eran académicos el cardenal (Antonio) Caggiano, el poeta (Arturo) Capdevila y el fisiólogo (Bernardo) Houssay y, en cambio, no lo eran revisionistas autores de una obra vasta e importante como, por ejemplo, usted mismo. Se nos respondió que varios académicos amenazaban con renunciar si usted ingresaba. ¿Cómo explica esa intransigencia? ¿Qué papel juegan las academias, para usted, en los países sometidos?

- Las academias, en los países sometidos, forman parte del aparato de sometimiento, como tantas otras cosas: la gran prensa, la radio, la televisión. No me incomoda, porque ya lo sabía desde el vamos.

- ¿Cómo explica que (Oliver) Cromwell, (Otto von) Bismarck, Napoleón (Bonaparte) y hasta cierto punto (Abraham) Lincoln ya no movilicen pasiones políticas en sus países, mientras (Juan Manuel de) Rosas o (Faustino) Sarmiento tienen la virtud de hacerles hacer mala sangre a los argentinos?

- Un historiador español —el duque de Maura (Gabriel Maura Gamazo)— me dijo que no debería entristecerme o molestarme que en mi país se hable mal de Rosas, porque sólo se habla bien de los muertos, y la política de recuperación nacional de Rosas está ahora tan viva como lo estuvo cien años atrás. Lo mismo pasa con Sarmiento, como símbolo de la política opuesta a la de Rosas. En líneas generales, toda la historia argentina está viva, y esto es de buen augurio. Si sólo se hablara bien de sus figuras, tendríamos un país muerto. Pero no crea en las premisas de su pregunta. He escuchado fuertes y tremendas discusiones sobre Napoleón en París. No hay pueblo, estatua ni calle que recuerde a Lincoln al sur del Potomae; en Baltimore he visto flores en la tumba de Wilkes Booth (que lo mató); Bismarck no es "el Canciller de Hierro" para los alemanes "democráticos", y Cromwell no está enterrado en la Abadía de Westminster. Pero éstas son desviaciones minoritarias —como lo será el antirrosismo de mañana (¿de hoy, tal vez?)—, ya que Napoleón, Lincoln, Bismarck y Cromwell simbolizan, en general, la nacionalidad en sus respectivos países.

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