A lo largo de su obra, Arturo Jauretche alertó sobre las distintas formas en que la colonización pedagógica instala, como premisas válidas, categorías surgidas del proceso histórico europeo —y que poco o nada tienen que ver con la realidad concreta de nuestro país—, entorpeciendo así las corrientes de pensamiento y acción política orientadas hacia un desarrollo nacional autocentrado.
El diario La Nación (creado como medio de difusión de la alta burguesía comercial porteña) puede ser considerado un modelo ejemplar de este mecanismo. No es para menos: ningún otro sector ha gozado de los beneficios del eurocentrismo —económico y cultural— como aquel que lideró, en el siglo XIX, Bartolomé Mitre, el legendario fundador del matutino.
Entre los frutos ideológicos transplantados a nuestro suelo, no pocos estaban podridos ya en su planta de origen. Tales los casos del nacionalismo xenofóbico y el antisemitismo, que habrán de aparecer cada tanto en el escenario político argentino, vociferados por diminutas y enardecidas minorías.
No decimos nada nuevo. Pero sí resulta curioso que haya sido La Nación —que aún hoy declama su proverbial liberalismo republicano— el que haya introducido en la Argentina la literatura judeofóbica. Hablamos de La bolsa, una novela publicada por entregas en 1891, en las páginas del diario, surgida de la pluma del propio periodista asignado al ámbito bursátil, José María Miró (que la firmó con el seudónimo de Julián Martel).
El carácter eurocéntrico de la misma lo confirman tanto la propia confesión de fe del autor —que explícitamente reconoce haber tomado sus estereotipos del racismo entonces en boga en Europa (como en el nefasto libelo La France Juive de Edouard Drumont, varias veces citado)— hasta la propia ausencia de una comunidad judía relevante en nuestro medio. Como bien señala Osvaldo Pellettieri, "en 1888 entraron 8 familias judías y al año siguiente 136 y casi todos se fueron al interior, que mal podían ser responsables de los problemas que preocupaban a Martel".
A continuación, presentamos dos fragmentos que aluden al mismo problema. El primero, fue extraído del excelente artículo publicado por Alberto Liamgot en 1992. El otro, es un tramo de La bolsa que, como se confirma leyendo el texto anterior, constituye casi un breve manual de estilo para aquel La Nación; paladín de los intereses portuarios, cuyo interés fundamental por aquellos años era impugnar los gobiernos impulsados por las provincias del interior argentino desde 1874.
Lo cual incluía, entre otras cosas, manifestar un marcado desprecio por el modelo inmigratorio del roquismo. Un modelo demasiado ajeno al proyecto impuesto por el enigmático triunfo de Pavón. Pues aquellos angustiados de la baja Europa en nada se parecían a los esbeltos inmigrantes, nórdicos o anglosajones, que —según la quimérica prosa sarmientina— portarían las luces de la auténtica civilización a esta tierra embrutecida por las razas débiles.
Desventuras de la inmigración judía
por Alberto Liamgot
La inmigración judía en la Argentina guarda algunos entretelones sobre los cuales no siempre se dijo toda la verdad. (...) Mucho se ha hablado y se ha escrito sobre ese período cardinal de la historia argentina. Sin embargo, algunas circunstancias no fueron registradas con la debida prolijidad.
Y nos atreveríamos a decir que hubo otras que quedaron en la penumbra, ya sea por desinformación, por intereses o simplemente por negligencia.
(...) La histeria colectiva que sucedió a la crisis económica del noventa, expresada por la exaltación nacionalista, la apelación a la xenofobia, a los mitos patrióticos y al rechazo a lo distinto, apuntaba a encontrar un culpable sobre quien descargar la responsabilidad de los males del país. Grupos politizados trataban de enervar a la opinión, de presionar sobre el espectro socioeconómico y realimentar antiguas frustraciones.
En el marco de esa realidad, donde el conflicto entre lo endogrupal y lo exogrupal se profundizaba, el escritor Julián Martel —periodista del diario La Nación—, publicó su novela La bolsa. Por primera vez asomaban a nuestra literatura dos temas hasta entonces inéditos: el del prejuicio racial y el de la intolerancia.
(...) En una sociedad que recién abría sus puertas a la inmigración, no dejó de sorprender la aparición de este injerto antisemita, donde un autor, a pesar de su aprobado talento, se negaba a juzgar a las personas sobre la base de sus valores intrínsecos.
La política oficial de promover la inmigración agrícola, en un país donde la tierra constituía la principal fuente de riquezas, fue saludada auspiciosamente por algunos sectores de la opinión pública. Sin embargo, por falta de precisiones, mucha gente todavía no tiene en claro las enormes resistencias que hubo que vencer para que dicho proyecto pudiera arribar a buen término.
Diarios prestigiosos como La Nación, de inobjetable tradición liberal, no sólo no dio apoyo a este programa de colonización agraria judía, sino que intervino a través de insistentes críticas para oponerse al mismo, tratando de introducir elementos de desconfianza en la sensibilizada opinión pública. No se adivinaba un solo gesto de hospitalidad en este influyente diario argentino, cuya ambigua política editorial contradecía todos los principios que decía defender. Para colmo de males empezó a publicar en forma de folletín la novela La bolsa, de modo que no quedaron dudas sobre cuál era el pensamiento de algunos de sus colaboradores.
Cuando el presidente Julio A. Roca designó a José María Bustos como agente oficial del gobierno, con atribuciones para encauzar a nuestro país la emigración de judíos procedentes del Imperio Ruso dispuestos a dedicarse a tareas agrícolas, el diario de Mitre decía: "Pueden venir aquí los israelitas espontáneamente, pero intervenir el gobierno para atraerlos oficial y artificialmente, nos parece un error muy evidente".
Más adelante agregaba: “Poblar no es aumentar el número de los estantes de un país, sino constituir una raza coherente que se vincule al suelo, con sus instintos, sus tendencias y sus aspiraciones. Las facilidades para el desembarco, alojamiento temporario e internación, son medidas apropiadas a los grandes objetos de la población por la inmigración y colonización, pero el reclutamiento de inmigrantes, los cuales entonces vienen obedeciendo a móviles distintos de los que nos llegan atraídos por la liberalidad de nuestras leyes y la bondad de nuestro suelo, es un hecho artificial que vicia el sistema de la población e inocula en la sociabilidad gérmenes perjudiciales y quizá disolventes”. (Editorial de La Nación del 26 de agosto de 1881).
(...) Se dice que este criterio, tan fríamente expuesto por La Nación, era de algún modo el pensamiento del propio Mitre, quien en un debate parlamentario en 1870, abogó por la inmigración espontánea y opuso sus reservas a aquella otra organizada por empresarios con apoyo del gobierno nacional.
De La bolsa
por Julián Martel
Glow, más calmado por el tono familiar de Granulillo, dijo que su ley prohibía al israelita naturalizarse en país alguno, pudiendo, sin embargo, hacerlo, pero sólo en la apariencia, por llenar la fórmula, y así poder ejercer mejor, gozando de la mayor suma de derechos posibles, sus malas artes.
Hay en el “Talmud”, en ese código civil y religioso de los judíos, una cláusula curiosa, que no recuerdo al pie de la letra, pero cuyo sentido es éste: "Si eres juez y se presentan ante ti dos litigantes, uno cristiano y otro judío, darás aunque no la tenga, la razón a este último, y serán un mérito ante Jehová todas las artimañas a que recurras para hacer aparecer como culpable al cristiano". Aquí tienes consignado, un pocas palabras, el espíritu que anima a los judíos respecto de nosotros.
Una sola cosa, en el orden moral, los hace simpáticos a mis ojos: el espíritu de solidaridad que los hace fuertes y poderosos. Rarísimos son los ejemplos, después de Judas, que parece agotó de una vez toda la traición de su pasado, rarísimos son los ejemplos de que un judío haya faltado a la unión que se tienen jurada entre ellos.
Drumont, en una obra escrita con tanta pasión como talento, y en la cual abundan datos abrumadores que nadie ha rectificado, dice, entre otras cosas, que tienen formada una gran asociación que se llama Alianza Universal Israelita, y cuyas ramificaciones se extienden a todas partes del mundo en que haya modo de lucrar a costillas del hombre ario. Cremieux, que la fundó en Francia, centro de operaciones del pueblo maldito, en el año 1860, le dio una organización tan maravillosa, que hoy es quizás la sociedad secreta más poderosa del mundo.
domingo, 25 de abril de 2010
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1 comentario:
como siempre y en todo el mundo el
mal solo lo traen los judíos, y nunca se piensa que este se haya en cualquier persona,aun si esta no es judía.
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