domingo, 9 de mayo de 2010

ESTEBAN ECHEVERRIA

Por Rodolfo Puiggrós

Como es costumbre en toda práctica política totalitaria, el régimen de los poderosos estancieros instaurado en 1835 y encabezado por Juan Manuel de Rosas, se presentó con el ropaje de un nuevo orden. Claro que fueron objetivos como la superación del unitarismo extranjerizante o el control a las pretensiones expansivas de los caudillos provincianos, los argumentos fundamentales de este período signado por el absoluto predominio bonaerense y portuario.

A poco de comenzar el nuevo período, un grupo de jóvenes intelectuales le declaró su apoyo a Rosas con la ilusión de apoyarse en él para poner en práctica sus ideas nacionalistas. Subestimaban estos militantes, reunidos en el Salón Literario de Marcos Sastre en 1837, el programa terrateniente y probritánico de la "restauración". No así el principal referente e inspirador de este impetuoso grupo: Esteban Echeverría.

En su obra Rosas, el pequeño, el historiador Rodolfo Puiggrós explica que: "La nueva generación se asomaba a la vida de la inteligencia proclamando la genialidad de Juan Manuel de Rosas y confiando en que, al fin, la nación se había encontrado, en él, a sí misma. (...) El tirano no podía menos que desconfiar desde el primer momento, no obstante las alabanzas que se le hicieron, de los muchachos que se atrevían a opinar desembozadamente sobre el carácter nacional que debía tener la política, la ciencia y la literatura entre nosotros. La palabrita —nacional— debía recordarle, sin duda, las pretensiones, tantas veces invocadas, de los caudillos de provincias de organizar a la nación en un pie de equilibrio que comprendiese a todas las partes de la República. Don Juan Manuel sólo sentía su provincia y, dentro de su provincia, la estancia y el puerto único. Además, toda tiranía es supersensible a la más ínfima manifestación del pensamiento libre, aunque este pensamiento la ensalce. Solo se admite a sí misma como fuente de todo pensamiento”.

Del mismo texto hemos extraído estos fragmentos que delinean la personalidad del autor de El Matadero.



Echeverría había residido en Europa cuatro años y medio. Dejó el país durante la presidencia de Rivadavia y se encontró al regresar con el primer gobierno de Rosas.

En la Francia agitada por las convulsiones que precedieron a la revolución de 1830, el argentino descubrió el sedimento de amargura y descontento que en las conciencias mas avanzadas de la época había dejado la revolución burguesa. No se dejó encandilar como Rivadavia por las luces de la civilización europea, sino que recogió la visión crítica de que estaban impregnadas las obras de los socialistas utópicos.

Tuvo la suerte de mezclarse con el pueblo y vivir la existencia sencilla del forastero anónimo, en vez de frecuentar las antesalas de las cancillerías o de tratar en los salones a los mas brillantes y menos representativos de los hombres públicos. Fue anotando las obras de los escritores franceses "desde Pascal y Montesquieu hasta Leroux y Guizot" y asimilando los conocimientos más variados.

Pero nada contribuyó tanto, sin duda. a darle una concepción definida que luego aplicaría a la solución de los problemas de su patria, como el espectáculo de las luchas políticas y el empeño de los santsimonianos por superar las contradicciones creadas por la sociedad capitalista que la revolución había alumbrado de las entrañas de la sociedad feudal.

Echeverría pisó nuevamente tierras del Plata con la conciencia orientada por dos líneas convergentes: una posición eminentemente crítica ante los problemas sociales y la inquebrantable creencia de que éstos solo podían encontrar solución en la Argentina partiendo de los antecedentes nacionales y de la realidad concreta de su. estado de desarrollo económico y político.

Volvió a su patria no para deslumbrarla con las maravillas de la civilización europea, sino para ponerla a la altura del más alto grado de progreso alcanzado por la humanidad en su época.

(...) No asumía la posición pedante de los próceres unitarios, que extraían conclusiones afrentosas y se avergonzaban al comparar el atraso de América con el adelanto de Europa. Echeverría —romántico en literatura y socialista utópico en política— se sintió de inmediato sugestionado por el paisaje y la vida de su tierra natal. Toda su obra poética fue inspirada por el afán torturante de descubrir y realizar lo nacional en literatura, como poco después trataría de lograrlo también en política y sociología.

"Celebridad de Mayo", "Profecía del Plata antes de la Revolución de Mayo", "Elvira o la Novia del Plata", "Cautiva", "El Matadero" revelan, hasta en sus títulos, el sentido nacional de su obra poética.

La imaginación de los jóvenes literatos, poblada de dioses griegos y clásicos latinos, debió ser, sin duda, reciamente sacudida por los poemas de ese innovador, del que esperaban alambicadas recetas europeas y les señalaba, en cambio, el camino de lo nacional.

El poeta vio sucederse en esos agitados días los gobiernos de Balcarce y Viamonte, la expedición al desierto, la revolución de los restauradores y la vuelta de Rosas al gobierno con la suma del poder público. No se ilusionó, empero, como Sastre y Alberdi, por las esperanzas que despertaba la iniciación de la tiranía y se negó a entonar loas al conquistador del desierto.

Su influencia sobre los jóvenes del "Salón Literario" fue inmediata y decisiva. En dos disertaciones que compuso para ser allí leídas desarrolló brillantemente las ideas que serían la base de su credo social. Dijo en la primera:

"Nuestros sabios, señores, han estudiado mucho, pero yo busco en vano un sistema filosófico, parto de la razón argentina y no la encuentro; busco una literatura original expresión brillante y animada de nuestra vida social, y no la encuentro; busco una doctrina política conforme con nuestras costumbres y condiciones que sirva de fundamento al Estado, y no la encuentro. Todo el saber e ilustración que poseemos no nos pertenece; es un fondo, si se quiere pero no constituye una riqueza real, adquirida con el sudor de nuestro rostro, sino debida a la generosidad extranjera. Es una vestidura hecha de pedazos diferentes y de distinto color, con la cual apenas podemos cubrir nuestra miserable desnudez".

"El pobre pueblo ha sufrido todas las fatigas y trabajos de la revolución, todos los desastres y miserias de la guerra civil y nada, absolutamente nada, han hecho nuestros gobiernos y nuestros sabios por su bienestar y educación. Nuestras masas tienen casi todos los vicios de la civilización sin ninguna de las luces que los modera”.

En la segunda disertación va más a fondo en el análisis de los problemas argentinos. Su crítica del atraso económico del país es aguda y de una impresionante exactitud. Dice:

"El humilde artesano puede en su taller bastarse a sí mismo para ganar lo suficiente para la vida y satisfacer sus limitados deseos; pero las grandes operaciones de la industria fabril, mercantil, agrícola, exigen capital y brazos. Nosotros carecemos de uno y de otros, y de aquí resulta que tensamos que mendigar del extranjero lo necesario en estos ramos para satisfacer nuestras necesidades, dándole en cambio los escasos productos de nuestra industria".

“Verdad es que los campos y haciendas han tomado después de la revolución un valor infinitamente mayor que el que antes tenían, merced a la libertad de comercio; pero este valor no es debido a ninguna transformación ni mejora en la cría de animales ni en los productos de nuestra industria, sino a la concurrencia del extranjero en demanda de esos frutos, y al aprecio y estimación que de ellos se hace. Debemos esa riqueza, mas a la naturaleza que a nuestra industria y trabajo".

Y luego enjuicia sin nombrarla a la política rivadaviana y afirma que a nuestra sociedad primitiva no pueden aplicársele los métodos propiciados por los economistas europeos para sociedades desarrolladas. Aconseja transformar al máximo los productos ganaderos antes de enviarlos al extranjero y que nuestro país

"antes de construir canales y puertos, piense en mejorar los caminos, en facilitar los medios de transporte, en remover las infinitas trabas naturales que se oponen a su desarrollo, que se afane más para fundar el resultado de sus especulaciones en el cálculo y la diligencia y la actividad, que se ponga a cubierto de las inclemencias de la naturaleza, que cave pozos, que construya aguadas permanentes para abrevar sus haciendas, que no se entregue a la providencia, sino que confíe en su trabajo y diligencia".

Llega finalmente a plantear la situación de la clase más esquilmada y oprimida de la campaña: los pobres labradores, aquellas "polillas" que en 1810 había visto el visitador García sucumbir bajo el yugo del estanciero.

“Los habitantes de nuestra campaña —dice— han sido robados, saqueados, se les ha hecho matar por millares en la guerra civil. Su sangre corrió en la de la independencia, la han defendido y la defenderán, y todavía se les recarga con impuestos, se les pone trabas a su industria, no se les deja disfrutar tranquilamente de su trabajo, única propiedad con que cuentan mientras los ricos huelgan''.

(...) A continuación explica de la siguiente manera el abandono en que se tiene a los agricultores:

"Malograda la cosecha, los infelices pierden su trabajo, se empeñan sobre el fruto de su trabajo venidero para poder subsistir mientras llega el tiempo; y lejos de hacer ahorros para acumular riquezas, salen de la miseria. Si la cosecha es buena, o ha sido bueno el año, unos para recoger su trigo, piden prestado; otros enajenan el derecho de recogerlo a medias: otros lo venden en la sementera, porque ninguno tiene recursos para hacer frente a los gastos de levantarla. Contados son los que llevan su trigo (por los crecidos gastos de transporte) y logran un precio acomodado por su trabajo".

(...) "¿Y es posible que no se hayan tomado providencias por nuestros gobiernos para fomentar este ramo de industria ¿Es posible que tierras tan fértiles como las nuestras, consagradas únicamente al pastoreo y siembra de trigo y maíz, apenas produzcan lo suficiente para el consumo de la Provincia, cuando podían abastecer medio mundo? ¿Es posible que cuando la cosecha es mala media población no coma pan, y la otra media, caro y malo?".

"¿No podrían, tantos caudales consumidos en vanas empresas, ser empleados en establecer emigraciones regulares en las tierras de chacras? ¿No podría estimularse y protegerse a los labradores industriosos que no tienen campo de propiedad suya, dándoles suertes de chacras, que se han malvendido? ¿No podrían premiarse a los más diligentes, suministrándoles recursos para cosechar, con un fondo público que se destinase a este objeto para que no malgastasen y empeñasen su trabajo, e hiciesen ahorros?"

Termina el manuscrito de la disertación con estas dos frases que quedan truncas:

"Pero lejos de hallar protección de los gobiernos, los labradores, la industria rural no encuentra sino inestabilidad y desaliento. El estado de guerra en que nos hallamos desde la revolución y con los salvajes y aún con nosotros mismos, y el régimen militar que reina en la campaña..."

Los párrafos transcriptos bastaban y sobraban para sembrar la. alarma en el oficialismo rosista. El delator Pedro de Angelis indicó al tirano que había llegado el momento de clausurarlo.

Los "muchachos reformistas y regeneradores" pasaron a la ilegalidad. Sastre, Echeverría, Alberdi, Gutiérrez y todos sus compañeros son vigilados de cerca y perseguidos por los alguaciles de Rosas.
Resuelven entonces organizar una sociedad secreta.

Así nació la Joven Generación Argentina o Joven Argentina con el propósito de "consagrarse a trabajar por la Patria".

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