En Valparaíso, en 1905, junto a sus compañeros de la asonada revolucionaria radical. José Néstor Lencinas aparece sentado en el sillón de brazos.
Por Dardo Olguín
Tras la asunción presidencial del abogado de los ferrocarriles británicos Manuel Quintana, Hipólito Yrigoyen eligió la noche del 3 de Febrero de 1905 para dar inicio a su proyectada revolución. Ya desde tiempo antes, el “Peludo” venía manteniendo contactos con la oficialidad joven del Ejército y organizando militarmente a los dirigentes civiles de su movimiento.
Si bien fracasó el objetivo de apoderarse del Arsenal de Guerra de Buenos Aires —de fundamental importancia, porque allí debían concentrarse las fuerzas para irradiarse a todo el país—, los insurrectos lograron tomar algunas comisarías de la Capital Federal e imponerse en Córdoba, Rosario, Bahía Blanca y Mendoza.
En esta última provincia, la conducción política estuvo a cargo del “Gaucho” José Néstor Lencinas, quien llegó a tomar el poder como gobernador provisional. Al ser derrotada la revolución en el ámbito nacional, Lencinas se fugó a Chile, junto a sus compañeros, en una locomotora del Ferrocarril Trasandino.
De un episodio —convertido durante muchos años en leyenda— ocurrido durante dicho viaje, da cuenta el presente texto del historiador Dardo Olguín. Fragmento extraído de la nota que publicara la revista Todo es Historia en abril de 1969.
Todo cuanto se ha dicho, escrito y fantaseado sobre la revolución de 1905 en Mendoza, es pálido comparado con la novela urdida en torno a los famosos 300.000 pesos que Lencinas se lleva al emigrar hacia Chile. Estos habían sido retirados por el jefe revolucionario de la sucursal del Banco de la Nación, durante el breve tiempo que dura su gobernación. En efecto, uno de los primeros decretos dictados por Lencinas al hacerse cargo del mando, designa gerente de la mencionada institución en Mendoza a don Nicolás Ojeda.
La entrega se hace con todas las formalidades, en presencia del tenedor de libros, del tesorero y dos testigos. Tropas armadas con máuser custodian la operación. Después de un balance general de los libros y caja, que termina a las once de la noche, se comprueba que hay $ 521.000 más o menos entre billetes, oro y plata sellada de diferentes naciones, más de un millón y medio en letras y documentos, escrituras de comerciantes, contratos sociales y documentos de valor.
Luego se le permite al gerente retirarse, previa entrega de las llaves del tesoro. Inmediatamente de hacerse cargo Ojeda del Banco, se recibe una presentación de Lencinas, que en su carácter de jefe del movimiento revolucionario y primer mandatario de la provincia, solicita se le acuerde un préstamo de pesos 300.000, pedido que es resuelto de inmediato.
El mismo Lencinas, acompañado por otras personas, retira los fondos del Banco. Los mismos están destinados a sufragar los gastos de la revolución y las necesidades urgentes del gobierno que ha instalado, pues las arcas fiscales están vacías.
Realizados esos trámites y ya en posesión del dinero, llega la noticia de la entrada de las tropas de (Ignacio) Fotheringham a Mendoza. Los momentos son de apremio. Los revolucionarios piensan trasladarse a Potrerillos o Uspallata y desde allí continuar la resistencia. Ya en viaje cambian de opinión y resuelven dirigirse a la frontera, llevando los famosos 300.000 pesos que tantos dolores de cabeza les habrán de dar.
La tentación del dinero pronto comienza a obrar. Uno de la partida pretende que antes de transponer el límite, se reparta el dinero. Quiere que se le entreguen 100.000 pesos, que es su parte, por haber actuado como jefe militar. Los otros 200.000 serian para el jefe civil y sus acompañantes. Lencinas lleva en su poder el tesoro y se opone terminantemente a su reparto. El siempre ha pensado restituir el dinero al Banco. Lo quiere hacer por intermedio del doctor Manuel Carlés, entonces joven abogado que veranea en Puente del Inca.
Pero Carlés no quiere afrontar una misión tan riesgosa, con tanto dinero en un sitio tan inseguro en esa época y le aconseja hacerlo por intermedio de las autoridades chilenas.
El viaje prosigue y en Las Cuevas, estación fronteriza, los requerimientos del reparto se actualizan. Lencinas no cede, y cuando por la fuerza se lo quiere obligar, tiende de un balazo al prepotente.
Así llegan, los exiliados a la población chilena de Los Andes, con un herido que dejan depositado en el hospital del lugar. Los demás se trasladan a Valparaíso donde, al descender del tren. son detenidos por la policía. Se les hace un registro y en los equipajes se encuentran 298.843 pesos, que son secuestrados por la justicia hasta tanto se aclare la situación. Faltan 1.057 pesos, que es la suma gastada por los revolucionarios.
La defensa de los emigrados queda a cargo del abogado chileno don Bartolomé Palacios, quien inmediatamente impone un recurso de habeas corpus en favor de los presos. El presidente de la Suprema Corte, ante quien se ventila el mismo, pide los antecedentes al juez del crimen de Valparaíso. En conocimiento de ellos ordena la libertad.
En el caso intervienen eminentes juristas. Los diarios publican interesantes notas sobre la cuestión. Entrevistado Lencinas por los periodistas declara que "a pesar de estar triunfante la revolución en Mendoza, se ha visto obligado a emigrar en vista de haber fracasado la sedición en Buenos Aires". Uno de los oficiales agrega: "La revolución ha fracasado porque las tropas de guarnición en Buenos Aires faltaron a su compromiso de unirse para derrocar a Quintana".
Los revolucionarios no solamente consiguen la libertad, sino que uno de los jueces de Valparaíso, ordena se les entreguen $ 10.000 del dinero depositado para sus gastos personales mientras permanezcan en Chile.
En la tramitación del dinero también interviene el abogado chileno don Antonio Vargas y como representante del Banco de la Nación, el abogado Máximo Campos. No obstante la claridad del trámite, las murmuraciones continúan en torno a los famosos 300.000 pesos.
Los comentarios son tales que el propio Yrigoyen se ofrece a devolver el dinero de su peculio personal. Enterado Lencinas le hace un telegrama al coronel Martín Yrigoyen, diciéndole que "tenia conocimiento que su hermano ha vendido campos por 350.000 pesos para devolver dineros de Córdoba y Mendoza, significándole no poder aceptar tal actitud, ya que es mi propósito inquebrantable devolver ese dinero tan luego se pronuncie la justicia chilena".
Yrigoyen desiste de su oferta. Cuando un año después Lencinas regresa a Mendoza, devuelve íntegramente el saldo de los $ 10.000, para lo cual hipoteca una propiedad que posee en el Alto Moyano. Yrigoyen le telegrafía en esa oportunidad desde Buenos Aires, diciéndole que dispusiera de su dinero para saldar la deuda, ofrecimiento que Lencinas no acepta.
Ante la empecinada negativa, don Hipólito envía al ingeniero Florencio Romero, para que entregue al caudillo mendocino, en su nombre, esa suma, rogándole que la acepte. Pero el escrupuloso "Gaucho" nuevamente rechaza la ayuda.
Mucho tiempo después se sigue usando el mito de los trescientos mil, para molestar a Lencinas. En el año 1913, ya bastante alejados los acontecimientos, debe entablar una querella criminal ante los tribunales de Mendoza contra J. M. de la Reta, por injurias relativas a ese dinero.
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