por José María Rosa
Conversaciones con José M. Rosa (Colección Diálogos Polémicos, Editorial Colihue/Hachette, 1978) de Pablo J. Hernández es un libro más que recomendable. Especialmente, porque sus páginas incluyen el relato de las experiencias de este escritor emblemático del revisionismo rosista en la política. Lo cual permite —con permiso, Don Arturo— entender también su política de la historia y no sólo su historia de la política.
De allí hemos seleccionado algunos fragmentos que recuperan la juventud y militancia del historiador, en las filas del Partido Demócrata Progresista y en medio de las complejas jornadas que sucedieron al derrocamiento de Hipólito Yrigoyen.
A muchos sorprenderá que el testimonio de Pepe Rosa revele la íntima vinculación existente entre el régimen uriburista —identificado con el corporativismo aristocrático— y el extraño progresismo democrático encabezado por Lisandro de la Torre.
Me enteré (de la revolución del 6 de setiembre de 1930) porque mi padre era revolucionario y el general (José Félix) Uriburu amigo de mi casa. También era amigo de Lisandro de la Torre.
Uriburu era un hombre honesto. (...) No quería saber nada con los políticos, palabra que pronunciaba con gesto despectivo en la boca, a su juicio causantes del mal del país, fueran radicales, conservadores o socialistas independientes. A los únicos que salvaba era a los demócrata progresistas, gente decente, y sobre todo a Lisandro de la Torre, un político tan decente que nunca ha podido ganar una elección.
Poco antes del 6 de setiembre se puso en contacto con de la Torre. Le habló de la revolución que preparaba y le ofreció un ministerio, que de la Torre no aceptó. No por estar en desacuerdo, como dicen algunos, sino porque a de la Torre no le gustaba ser segundo de nadie. Pero cuando Uriburu le dijo que esta revolución va para usted, ofreciéndole la próxima presidencia, de la Torre no se negó, se limitó a callar y esperar.
Que de la Torre seria el próximo presidente constitucional, gustara o no gustara a los políticos, lo sabía todo el mundo. Uriburu lo decía, y repetía. Si no pudo hacerlo, es otra cosa.
(...) Esa noche (5 de setiembre de 1930), noche de tensión, al llegar a mi casa, mi padre me explicó que la revolución estallaba al día siguiente. Que Uriburu levantaría Campo de Mayo (después no pudo hacerlo y debió limitarse al Colegio Militar) y necesitaba gente para pegar el bando que imponía la ley marcial.
Salí a hablar con mis amigos; resolvimos consultarlo a de la Torre. Fuimos a verlo a don Ricardo Bello para que nos facilitara el acceso a don Lisandro: lo despertamos a las seis de la mañana. Bello le habló por teléfono. De la Torre, que estaba despierto esperando la revolución, dijo que cumpliéramos lo que se nos pedía porque esto va para nosotros. Fueron sus palabras textuales.
(...) Sólo puedo decirle que Uriburu con su ministro (Matías) Sánchez Sorondo había desmontado la Federación Nacional Democrática de conservadores, antipersonalistas y socialistas independientes para beneficiar, ingenuamente tal vez, la candidatura presidencial de de la Torre que sería sostenida por los demócratas progresistas; en Santa Fe y la Capital, y un nuevo partido nacional depurado de políticos del tipo Rodolfo Moreno, (Antonio) de Tomaso, (Federico) Pinedo.
Así se planeó la elección piloto de gobernador en Buenos Aires el 5 de Abril: los candidatos serían dos estancieros, Antonio Santamarina y Celedonio Pereda.
(...) Uriburu tenía fe que los gobiernos así elegidos le responderían, para su proyecto de suprimir el sufragio popular y establecer el sistema corporativo, y Lisandro de la Torre sería presidente constitucional en 1932. Visitó Rosario en el mes de marzo y acompañado por de la Torre asistió a todas las demostraciones. Hizo en Rosario la pública proclamación de de la Torre. No digo que le gustaba mucho a los conservadores pero tenían que resignarse. El presidente ordenaba, y a ellos les tocaba obedecer.
(...) Claro, nosotros los demócratas progresistas estábamos en la gloria. ¡Don Lisandro, presidente! Nuestro sueño dorado. Las cosas llegaron a tanto que allá por febrero Mario Antelo y Enzo Bordabehere se fueron a quejar que el interventor Rothe era contrario a llamar a elecciones en Santa Fe, porque este viejo zorro político tenía olfato, y se daba cuenta que los demoprogresistas eran una minoría en Santa Fe y ni aun con el fraude mejor preparado podrían ganar.
Uriburu les dijo que la elección en Santa Fe estaba asegurada, y cuando llegase el momento yo saldré a este balcón —señaló el de la Casa de Gobierno— para decir que Lisandro de la Torre es mi candidato, y al que no le guste que se vaya a su casa. Y verán ustedes como ningún conservador chistará, y todas las provincias votarán a de la Torre. Esta es la versión que oí a Antelo y Bordabehere.
De la Torre, en sus recuerdos y en sus cartas íntimas a la señora de Aldao, lo cuenta, pero omite la frase y al que no ¡e gusta que se vaya a su casa, supongo que por discreción. Pero aceptó que Uriburu lo proclamaría desde la Casa de Gobierno, y don Lisandro sabía muy bien que eso significaba que los conservadores se plegarían al candidato del gobierno.
Pues bien. Vino la elección piloto del 5 de abril (de 1931). Los radicales no se querían presentar porque se encontraban muy desamparados. (...) Fuera de unos núcleos de viejos amigos de Yrigoyen y de la juventud radical, que con Emir Mercader y Ricardo Balbín se mantenía firme, no se encontraban radicales en Buenos Aires.
Pero al gobierno le convenía que se presentaran a elecciones para que fueran derrotados. Movilizó a los antipersonalistas como Mario Guido, y después de muchas vacilaciones se consiguió que, sin esperanza alguna, aceptaran ir a elecciones.
(...) La campaña política fue entre los conservadores amansados con Santamarina/Pereda, y los radicales pesimistas con (Honorio) Pueyrredón/Guido. Había tan poca gente en los actos radicales, que varias veces pensaron en retirarse. ¿Qué pasaba? Afiliados o simpatizantes radicales había pocos. (...) En cambio los comités conservadores estaban llenos de gente, supongo que pidiendo puestos o comiendo empanadas o jugando a la taba.
Los ingenuos consejeros de Uriburu, aseguraban un triunfo abrumador de 50 ó 100.000 votos el 5 de abril. Al que seguiría otro el 19, más apretado, pero triunfo al fin, de los demócratas progresistas en Santa Fe. Después sería la bola de nieve en todas las provincias, y Lisandro de la Torre sería presidente.
(...) No había contado el gobierno con algo que hoy nos parece sencillo, pero que entonces no se tomaba en cuenta. La gente vota generalmente en contra, no a favor. Era cierto que había en esos momentos más conservadores que radicales en Buenos Aires, pero no toda la gente se clasifica por partidos políticos. El electorado independiente es el ochenta por ciento del padrón, y esos independientes estaban disconformes con el gobierno de la Revolución.
De allí lo ocurrido el 5 de abril, que asombró a todo el mundo, conservadores, radicales, y sobre todo a nosotros que perdimos la esperanza de que de la Torre fuera presidente.
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