domingo, 13 de junio de 2010
MINERIA INGLESA EN ARGENTINA
Por Eduardo Duhalde y Rodolfo Ortega Peña
La instalación y expansión de la minería de capitales británicos en la naciente formación social iberoamericana tuvo poco vuelo, a pesar del rotundo impulso que cobró con la expansión capitalista desde 1820.
Como bien señalan los autores: "En el plan de apoderamiento, la formación de las empresas mineras es un singular capítulo aparte. Por de pronto, señalemos algo muy extraño: al momento de llevarse a cabo la constitución de esas sociedades, se dictan en Inglaterra una serie de disposiciones restrictivas, que traban la formación de las empresas. Baring Brothers se expresa, tras una vacilación inicial, contra la explotación de las minas. Y efectivamente, todas las asociaciones fracasan en poco tiempo, juntamente con la espectacular crisis londinense de 1825. Pero nunca contaron con un decidido apoyo oficial británico: a la Alta Banca le interesaba mucho mas la contratación de empréstitos, que la explotación de minas".
Sin embargo, en este breve fragmento extraído de Facundo y la montonera (1968) se pueden percibir los entramados existentes entre el sistema de empréstitos y la radicación de firmas inglesas —verdadero prólogo histórico a la conformación del capital financiero y el imperialismo— durante la brevísima "fiebre minera" del Río de la Plata.
El capitán Joseph Andrews, pintoresco "caballero de minas" en América, explicaba, tiempo después de su gira:
"La reducción de una clase de fondos públicos, junto con las aprensiones de los tenedores de títulos en general, de que todas las seguridades públicas correrían la misma suerte, llevó al merecido una cantidad abrumadora de capital sin empleo".
Otro célebre agente, Francis Bond Head analizaba el fenómeno minero de este modo:
"El repentino levantamiento y caída, la inesperada aparición y desaparición de tantas compañías Mineras, es tema que debe ocupar necesariamente unas pocas líneas en la historia futura de nuestro país; y cuando se olviden tanto el regocijo de los gananciosos como el disgusto de los perdidosos, el historiador que con calme narre la vida momentánea de estas Compañías, solamente averiguará las causas generales de su formación y las causas generales de su fracaso".
Pero por supuesto hoy es posible aclarar mucho más que generalidades, pues la reforma del sistema monetario implantado por William Pitt trae como consecuencia una disminución de la tasa del interés de los bonos consolidados estatales.
Los inversores, en consecuencia, buscan mercados más redituables. Surgen así, en espectacular proceso, las compañías mineras.
Disraeli y la especulación minera
"Durante los últimos meses de su permanencia en Frederick's Place —escribe André Maurois en su biografía de Disraeli— vio cómo varios clientes ganaron fabulosas sumas especulando con las minas de la América del Sur".
"Casi todas las colonias españolas —continúa Maurois— se hallaban en pleno estado de rebeldía; el ministro Canning las apoyaba en nombre de los principios liberales. De este modo conseguían los financieros ingleses algunas concesiones mineras. El público inglés, feliz al poder servir al mismo tiempo que a sus doctrinas a sus intereses, se precipitaba sobre unos valores que subían de un modo disparatado. Disraeli decide, junto con otro pasante, especular con la baja. Lograron así los dos muchachos ganar 1.000 libras, y con la ganancia cambiaron de juego, especulando con el alza".
Estas operaciones ponen en contacto a Disraeli con el banquero John Diston Puwh Powles. Tiene el futuro primer ministro 20 años entonces, y se vincula al mundo de la alta finanza. Powles le encarga preparar un folleto sobre las minas americanas destinado a lograr entre el público el impacto bursátil necesario.
Escribe un librito muy claro que publica el famoso John Murray, por cuenta de Powles.
Benjamín Disraeli, juntamente con Murray, Powles y Lockart, yerno éste de Sir Walter Scott, fundan un diario para reforzar los negocios mineros. Buscan afanosamente corresponsales en los distintos países sudamericanos. Las empresas de Powles son la "Colombian Mining Association", la "Anglo-Mexican Mining" y la "Chilian Mining". Es necesario preparar el clima en Londres, y Disraeli se esfuerza en ello, con sus ya insinuadas calidades literarias y políticas.
Cuando la "imagen de inversión" se halle suficientemente preparada, habrá llegado la hora de la desenfrenada especulación.
Las empresas mineras y el Parlamento
Inicialmente Baring Brothers apoya las empresas mineras. No es exacto, entonces, de una manera absoluta, lo que sostiene el investigador norteamericano Peters, en el sentido de que: "Baring Brothers no tenía nada que hacer con la promoción de compañías mineras, que repudiaba como especulativas, si no fraudulentas". A una banca especializada en realizar empréstitos fraudulentos no era precisamente la estafa minera lo que podía preocuparle.
Pero es que exactamente cuando ha logrado concretar el empréstito con Buenos Aires (julio 1821), deja de interesarse en las minas. Ya tiene un medio mucho más efectivo y silencioso para apoderarse del oro y la plata criollos.
Los escándalos parlamentarios
El veintiocho de febrero de 1825, Alexander Baring, jefe de la Casa, argumenta enfáticamente en el Parlamento que debe aplicarse un control sobre la especulación minera. Las limitaciones y restricciones serán poco después impuestas por el Lord Chancellor.
Pero el escándalo alcanza a ambas Cámaras. El Earl Grovenor sostiene indignado que es inexacto que él hubiere ganado de 60.000 a 80.000 £ en especulación de minas. Willian Husskisson, sagaz funcionario que preside el "Board of Trade", se ve obligado a aceptar que se aplique una medida de orden general a las empresas, sin entrar a detallar.
El triunfo de Baring House es casi completo.
El capitán Andrews dirá más tarde en su libro que la competencia minera, estaba dirigida a hacer ver que las minas no iban a alcanzar para tantas compañías, con lo cual provocaban una violenta puja por parte del público con la consiguiente alza de las acciones,
Lord Hobbhouse se opone a la aprobación de la carta de la Pasco Peruvian, El ruidoso debate sobre esta empresa "peruana" adquiere ribetes grotescos. Pascoe Grenfell, integrante de la Cámara de los Lores, aclara públicamente ¡que aquella empresa no debe su primer nombre al suyo propio! La discusión sobre la compañía "peruana" prosigue con gran violencia.
Nuevamente Mr. Hobbhouse ataca la empresa y menciona al peruano Quirós como integrándola en su calidad de dueño de las minas. También está en ella Juan Vives. El sistema es el habitual: búsqueda de influyentes políticos locales que integren los directorios indianos. Se llega en los discursos rápidamente a los orígenes históricos y se invoca a los primeros misioneros de la civilización". Hobbhouse esgrime teatralmente a Celms y Lord Buxton se remite, en brillante retórica, a los libros de Alejandro Humboldt. Sir Alexander Baring, sutilmente, apoya las críticas, sin citar autores.
Cada uno de aquellos lores, salvo Baring, en general está vinculado a alguna de las empresas. Esto también forma parte del juego. Hay que contar con incluyentes en la política británica. Por eso Mr. Ellice (de la "Colombia" y la "Anglo-Mexican", las mismas de Powles y Disraeli) defiende estas empresas enfáticamente "porque sus países tienen gobiernos estables".
El tenaz enfrentamiento parlamentario es seguro preludio de las trágicas consecuencias que arrastrará el negocio minero para nuestra tierra.
El capitán Popanilla: un Rivadavia de ficción
A José María Rosa se le debe el descubrimiento de que Benjamín Disraeli pintó en su obra Las Aventuras del Capitán Popanilla, a Bernardino Rivadavia.
Rivadavia era la quinta esencia de esos indianos pedantes que, utilizados por políticos y banqueros de la City, desembarcan como "estadistas" en Londres, cuando en realidad son sólo aventureros engreídos, útiles al plan de colonización mundial británico, del cual son instrumentos serviles.
A la sagacidad del futuro primer ministro británico no escaparía este personaje de ficción, que lamentablemente existió realmente para la historia argentina.
El "Popanilla" portuario colabora efizcazmente en el procedimiento habitual de la City; primero hace ver que los títulos están agotados, concentrándolos en pocas manos, para producir, tras la falsa imagen, una venta masiva.
De esa manera, "El Dorado" resurgió con toda la fuerza imaginativa del pasado, acompañado esta vez del peso de la sostenida publicidad británica.
El Dorado americano
La inteligente princesa Lieven, esposa del embajador ruso en Londres, escribe a su amigo y confidente Metternich, el veintisiete de enero de 1825:
“No puedes imaginar cómo todos aquí se muestran alucinados con las compañías en América del Sud. Toda la gente, la lady o el lacayo, están arriesgando su dinero en esas empresas, e inmensas fortunas han sido hechas, en el periodo de una semana. Acciones de la compañía de minas de oro Real del Monte, adquiridas a 70 libras, ocho días después fueron vendidas a 1.350 libras...”
Y el Times a su vez sostiene en ese mismo mes, que:
“Raramente pasa un día sin que alcance madurez algún proyecto, requiriendo enormes capitales”.
Por eso señala José María Rosa acertadamente:
“Las leyendas de El Dorado y de la ciudad de los césares resurgían como en los años de los galeones españoles y las aventuras de Francis Drake”.
(...) La Nueva Arcadia o Dorado había comenzado con la fundación de las compañías para México. Las compañías mineras para América llegan a casi veintiséis, entre ellas se destacan la "Río de la Plata" y la "Famatina". Pero hay algo especial: ambas ofrecen en Londres la explotación de las "celebradas minas de Famatina". (...)
Ha llegado la hora
Como despertándose del descanso mineral en que se encontraba aquel proyecto con que tanto había soñado Bernardino Rivadavia (gran negociado que haría valer sus "acciones" en Inglaterra), Famatina surgió como un capítulo especial de la "Bubble Mania" londinense.
Era un buen negocio. Pero lo que en Londres sería motivo de notables especulaciones bursátiles, para nuestra patria constituiría sólo dolor y luchas fraticidas.
La fiebre minera atrapaba a los más débiles. Y los más débiles eran esos hombres sin pueblo, los estadistas de salón, "progresistas" en el verbo y entreguistas en los hechos, por más que encubrieran sus peculados con un lenguaje universalista y aún hasta aparentemente nacional.
Había llegado el minuto de don Bernardino. El momento de los "hombres del progreso". Pero en La Rioja el criollaje esperaba tranquilo, y por el momento, confiado...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Este Eduardo Luis Duhalde es el mismo que es secretario de derechos humanos de los Kirchner, socios de ingleses, canadienses, norteamericanos, sudafricanos, en la explotación de minas de oro y plata en Santa Cruz...? ¿No, no es no, es otro? Seguramente es otro...Atte. Eduardo Linares
Publicar un comentario