domingo, 15 de noviembre de 2009

URUGUAY: LA LIGA FEDERAL DE 1950

Por Alberto Methol Ferré

Ahora que acaba de fallecer, Alberto Methol Ferré está definitivamente afincado en su fenomenal obra ensayística, historiográfica y periodística. Ya no existe nada que pueda separarlo de allí; ni de la memoria de quienes descubrimos o confirmamos el drama de la desintegración iberoamericana en alguno de sus escritos.

A continuación, reproducimos fragmentos de la obra La crisis del Uruguay y el imperio británico que publicó la editorial Peña Lillo, en 1959, para su colección “La Siringa”.

Aquí, Methol Ferré analiza las causas del movimiento rural que desembocó en la creación, en 1950, de la Liga Federal de Acción Ruralista, liderada por Benito Nardone, surgida al margen de los partidos políticos y destinada a organizar a los pequeños y medianos productores.



Las masas rurales se han caracterizado por su actitud refleja, de reacción, ante acontecimientos que les "llegan" y no "hacen". Son el colmo del "estar".

Muchos factores se congregaron para dar razón de tal hecho. La dificultad de una acción colectiva es esencial. Produce una serie de movimientos locales, nunca globales. De ahí lo indirecto de su presión entre los poderes públicos, que residen y están amurallados en las ciudades.

(...) La acción campesina es silenciosa, cavilosa. Sus reacciones son lentas, de difícil coordinación. Además, los recuerdos y fidelidades le traban la percepción despejada del futuro. El campo ha sufrido en la historia moderna de un perpetuo anacronismo; va siempre un paso atrás de los hechos. A lo más, se ha logrado “empujarle” en coyunturas críticas, como ha ocurrido en varias revoluciones sociales de este siglo.

En nuestro país, la poca intensidad de la sociabilidad rural, la índole de actividades agropecuarias, facilita la soledad, la parquedad, la primacía de la memoria. Se tiene tiempo para sopesar cosas dichas y oídas, puesto que las relaciones dejan un natural intervalo a solas, sin el bombardeo ininterrumpido de palabras que implica la vida urbana.

El diálogo campesino va al tranco, pausado, venciendo el silencio; el ciudadano tiene que recortarse, recogerse, de la habladuría permanente para alcanzar la intimidad. La propaganda tiene que ser estridente, dominar y destacarse entre el ruido; en el campo tiene que colarse con suavidad, madurar sin perturbar los silencios, tener la paciencia del turno de cada estación, sin la uniformidad y la impaciencia de las máquinas que si no se mueven siempre al máximo fracasan.

El descanso de las máquinas y las ciudades es fatal, o diversión. El descanso en el campo sólo por accidente es diversión y se confunde con esperas necesarias. Su desajuste con la "actualidad", la falta de información, su dispersión, le empujaban al paladeo del recuerdo, como en los payadores y los viejos narradores. El ámbito histórico de los campesinos —a pesar de sus desgracias— tenía algo de fantasmal y añejo, de acogedor, pues hay una magia propia de las ausencias retomadas, contadas.

Hay una poesía inherente a la memoria. De ahí el arraigo y la espontaneidad de lo "blanco" y lo "colorado", que constituyen el fondo épico de nuestra historia. Es que la memoria fundamental de los pueblos es épica. Sin épica propia no hay pueblo original. Por eso el campesinado es fuente "nacional" por excelencia de los pueblos, la vida enraizada en las tradiciones vividas, el gran asimilador.

(...) La economía agropecuaria no es puramente lucrativa, porque si bien el tipo de empresa capitalista se realiza, se cumple bastante bien en los terratenientes, que no en vano se adelantaron y fundaron hace varias décadas la Federación Rural, y hace una década proliferan en sociedades anónimas.

(...) Lo decisivo es que la explotación agropecuaria tiene un ritmo que no es maleable a voluntad. Podemos acelerar la construcción de un edificio de manera apreciable, pero no podemos comprimir el tiempo para obtener el trigo. Los factores naturales juegan un rol más importante que en la ciudad. Las lluvias, sequías, plagas, etc., son irracionales que asaltan de improviso e introducen un aleas mucho mayor que en cualquier industria.

En suma, la estructura misma de la producción agropecuaria es difícil de racionalizar, y por ende hay una irremediable imprecisión contable. En su conjunto, los costos agropecuarios terminan en el misterio, dada la variabilidad e incertidumbre de los factores (incluso la gran heterogeneidad de los suelos uruguayos desde el punto de vista físico).

El margen de lo que escapa al dominio del hombre es mayor que en las industrias urbanas. Esta situación económica hace que el campesino no esté integrado completamente al capitalismo, a su psicología. Que conserve con tenacidad memorias del viejo mundo semifeudal de la estancia cimarrona o las emociones de las divisas tradicionales, y toda una constelación de valores que no cejan al impacto de lo calculable.

Sin embargo, hoy estamos frente al más sorprendente fenómeno rural. Algo que no tiene precedentes en nuestra historia. Ese fenómeno se objetiviza y documenta a través del surgimiento público de la Liga Federal.

Las notas singulares que la caracterizan significan una verdadera revolución psicológica en nuestra campaña. En efecto, es por medio de esta institución que las clases medias rurales han iniciado una nueva etapa de su vida, han iniciado el tránsito hacia otras formas sociales y políticas. En vez de limitarse a reivindicaciones inmediatas, avanzan sobre el terreno nacional, en búsqueda de una futura reestructuración general del país.

A primera vista no puede menos que sorprender ese "futurismo" rural. No hay política auténtica, política que quiere adelantarse a los acontecimientos, sin un proyecto —que cabalga sobre esos mismos acontecimientos— que abra el futuro. ¿Cómo es esto posible si el campo es naturalmente tradicional; si tiene una propensión a la inercia, a "estar"?

A esta pregunta fundamental para entender lo que ocurre hoy de importancia en el Uruguay es que debemos responder. Y para hacerlo es necesario comprender la significación profunda de la Liga Federal y del hombre representativo que encarna esta nueva situación, Benito Nardone.

(...) ¿Cuál es el rasgo primero, más visible, de la Liga Federal? El de realizar una movilización permanente, continua. El de un dinamismo incansable. Hace ya una década, en todos los rincones de nuestra campaña, el mundo rural se congrega, se asocia, se conoce, entra en combustión y acelera su sociabilidad, multiplica sus contactos.

Es que el ruralismo sólo puede tomar conciencia de sí, moviéndose. Los hombres de cada pago han abandonado su natural fijeza (el viejo nomadismo gaucho murió en los alambrados), se desplazan. Han caminado de un departamento a otro, de un pueblo a otro, atravesando y descubriendo el país en todas direcciones, han trabado relación, se han dado confianza mutua y, lo que es más importante, se han "visto" a sí mismos como multitud, como unidad.

Por consiguiente, se saben ya, y por primera vez, "fuerza social". No lo sabían antes, cuando sus vidas transcurrían en el límite de su pago, y sus salidas eran rumbo a Montevideo, donde se encontraban inhibidos, desorientados, en una densidad humana extraña: "pajuerano". Ahora también se conocen como densidad humana específica.

Para formar el nuevo ruralismo, las clases medias han debido vencer al enemigo primordial: la distancia, el espacio. Para que el ruralismo se constituyera, tenía que vencer los "lugares", la fijeza espontánea del campesino. Para unirlos había que comunicarlos, para comunicarlos había que moverlos.

El movimiento es esencial a la Liga Federal, sin él no habría ruralismo posible. En la ciudad, la comunicación es hasta forzada, es una situación natural. En el campo no, hay que producirla, crearla en cada momento. La Liga Federal es esto, la producción incesante de la sociabilidad global de nuestra campaña.

(...) Y como la Liga Federal es el centro de esa creación de sociabilidad rural, la adhesión que suscita no es ante todo “ideológica”, es algo más profundo, se confunde con el símbolo y la expresión del nuevo "hombre social" que va descubriendo y haciendo nuestro paisano.

Mercado y traslación de renta

Si el rasgo del campesinado es la dispersión, ¿dónde encontrar su unidad? ¿Cómo se le podía mostrar para que se movilizara? La respuesta es clara: la unidad está en el terreno económico, en el mercado, en los precios.

La acción de Nardone, centrada desde sus comienzos en la “claridad del mercado”, nos pone en la pista. La lucha de Nardone bajo el signo de la transparencia del mercado, su rol de información veraz, es la piedra de toque del nuevo ruralismo.

La avaluación de los productos, de cualquier bien, se hace en la economía capitalista, en esta compleja sociedad de la división extrema del trabajo, a través del mercado. Al mercado podemos considerarlo como el “espacio económico” (ya no es más lugar) para cualquier bien o servicio, por el conjunto de ofertas y demandas que conciernen a tales o cuales bienes.

(...) Y justamente, en la unidad común del precio, en la generalidad de los precios, es que encontramos la “unidad de interés” del mundo agropecuario. El ruralismo se unifica en la universalidad de los precios.

El productor lanero de Cerro Largo se “identifica” con el de Salto en la identidad del precio y así sucesivamente en los diversos renglones y sus respectivos grupos sociales. Los rurales se reencuentran, se unen y comunican en la comunidad de interés que es objetivamente "comunidad de precios". La información debe estar sincronizada, para que haya una acción sincronizada, simultánea.

Todo esto da la impresión de algo elemental, obvio. Sin embargo, en una sociedad de intercambios tan complejos, el mundo rural tenía nociones vagas, oscuras, incluso despreocupadas de la realidad del mercado. Jamás tuvo una comprensión clara de sus mecanismos y formas, de los modos de determinación de los precios, del juego de poder de las empresas y países.

Para el campesino los precios parecían ajenos a toda humanidad, daban la sensación de moverse por sí mismos, eran como una fatalidad, hoy acogedora, mañana desventurada. La verdad es que el campesinado nunca se había incorporado plenamente al mundo capitalista, a su psicología y exigencias.

Como es lógico, fueron los terratenientes los primeros en tener en cuenta la situación, pero los verdaderos usufructuarios eran los barraqueros y exportadores, filiales de trusts internacionales.

Por eso el choque primero del nuevo ruralismo fue con la Cámara Mercantil, donde aparecieron los primeros perjudicados de esa prédica de esclarecimiento, que terminó con la confianza ingenua e ignorante del productor medio con el “intermediario”, vinculado en un país dependiente a los grandes intereses de los centros manufactureros.

La lucha por la claridad del mercado fue un modo lateral de "antimperialismo", más efectivo que declamaciones abstractas, en un país que depende íntegramente de la defensa de los precios agropecuarios.

La paulatina "clarificación de los mercados" —hoy cualquier paisano sabe de Boston, Sydney, Bradford, Roubaix, etc.— significa el descubrimiento de la unidad antes oculta, es el primer paso para configurar un poder consciente de las clases medias rurales, que sabe ahora que los precios salen del "regateo", que el "cambio" es "lucha de precios", de grupos sociales y de países.

A través del mercado, el ruralismo encuentra que los precios son en realidad una transacción entre probabilidades de lucha, de presión social.

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