lunes, 12 de octubre de 2009

ULTIMA ENTREVISTA A JAURETCHE


Por Blas Matamoro

Poco queda por agregar a este documento invalorable, que no esté dicho en la presentación de Matamoro. Simplemente decir que fue publicado originalmente en el número cuatro, correspondiente al mes de agosto de 1974, de la formidable revista Latinoamericana, que dirigían los escritores Alberto Vanasco y Juan Carlos Martini Real.


Con motivo de una encuesta dirigida a diversos escritores argentinos, acerca de la profesión del escritor y sus relaciones con el público, hice llegar un formulario de preguntas a Arturo Jauretche. El 18 de mayo de 1974, una semana exacta antes de su muerte, me reintegró el texto con las correspondientes respuestas. Pensaba viajar a Bahía Blanca, pero el malestar que ya lo llevaba a la muerte lo obligó a internarse inmediatamente. Quizá por aquel viaje, que el azar convertiría en definitivo, se apresuró don Arturo en contestar mis cuestiones. Ni él ni yo sabíamos que eran los últimos párrafos de ese discurso, esa conversación infinita que es su obra escrita. Por este hecho definitivo, desgloso sus contestaciones y las recuadro en este artículo.

De todos los escritores consultados, Jauretche es el único que no se reconoció como tal, o sea, como un especialista o un profesional de la escritura. Era quizás el único y el último representante de una especie decimonónica, romántica, primitiva de hombre –que– escribe (no hombre de letras, justamente, sino hombre en las letras). No es casual que, en su última prosa, se considere enraizado con la tradición de los escritores del 80, que fueron, a la vez, dirigentes políticos, funcionarios, doctrinarios de un proyecto nacional a medias frustrado, y practicantes de una literatura que, inconscientemente, se definía como nacional a partir del uso del idioma tal como se daba en la conversación cotidiana.

En Jauretche la escritura no era, como a partir de la generación modernista, un acontecimiento del idioma dentro de la literatura. En Jauretche era un sustituto de la comunicación directa, un sucedáneo del habla. Dictaba sus textos, que eran mero reflejo del discurso hablado, y se enojaba con el escribiente si pretendía introducir alguna modificación que beneficiase el estilo en desmedro del documento. Le parecía que congelar la charla y petrificarla literariamente era como traicionar la inmediatez de la conversación que sostenía con sus interlocutores virtuales; su pueblo, digo yo; sus paisanos, decía él.

Jauretche era el último exponente de una literatura íntimamente ligada a la acción: a la acción en el aire libre de la historia, en el gran espacio de la convivencia social (o de la guerra civil). Escribir estaba, en él, conciente y expresamente subordinado a lo políticamente eficaz. Esto no lo exilia del mundo de la literatura. Todo ejercicio literario es un ejercicio ideológico; quiere decir: un inciso en un cuerpo de normas para la acción práctica. En el hombre de letras corriente, este ejercicio se enmascara en el mostrar o en el demostrar, en el tener o en el contener, en la impasibilidad del decadente o en el delirio verbal del metaforista. En escritores como Jauretche, el ejercicio se practica desnudamente: la literatura muestra su raíz ideológica o, si se quiere, retórica en el sentido íntimo y original del término: práctica de la persuasión, convicción de lo que está bien y, por lo mismo, debe hacerse.

Los hombres del 80 (Viñas lo muestra y Jauretche lo recuerda, no sin fastidio, como diría un hombre de letras) fraguaban en su prosa la conversación del club aristocrático. Su prosa evocaba la aterciopelada y bien comida intimidad del Círculo de Armas o del Club del Progreso. Jauretche, por el contrario, supone otro ámbito modelo: el comité yrigoyenista, la cuna de los misterios morales que encaminan la actitud política, y también el ámbito del café bohemio, donde se redactan las actas de acusación a la sociedad farisea, las fantasías de un futuro país activo y sin tutelajes.

Este paralelismo acción/escritura se da en proporciones inversas de ambas partes durante la vida productiva de Jauretche: mientras militó en FORJA y en el peronismo, se redujo a escribir manifiestos, documentos de época, o al periodismo resistente de 1955 (el diario El 45). Fue durante el exilio interior (interior a su país, no a la dudosa intimidad del alma del hombre de letras, que constituye su soledad con su escritura), durante la marginación de la actividad política, que se dedicó a componer sus libros, con un aliento de estabilidad que no tienen sus otras prosas (y versos). De ahí que su escritura sea un constante recurrir nostálgico de la actividad, su incierto sustitutivo: añora los tiempos en que era artículo que se leería al día siguiente, panfleto que caería entre la multitud, horas después. Añoraba la barricada o la tribuna desde donde la palabra se emite cara a cara del receptor.

No es casual ni debe mover a curiosidad esta mención postuma —ahora— de Jauretche a Victoria Ocampo. Hay una inédita correspondencia entre Victoria y don Arturo que algún día, quizá, sea un capítulo menor de nuestra historia literaria. Más allá de esa diferida conversación de viejos, que recuerdan un mundo connotado por su juventud y cerrado por el paso del tiempo, el entendimiento —tan delgado entre dos personajes tan distantes en el espacio político— entre ellos pasó por otro vaso comunicante: era el diálogo entre la última conservadora del 80 (ella diría mejor la derniére caúsense y el último escritor-hombre-de-acción del siglo XIX. Los separaba un proyecto nacional completamente distinto, pero los acercaba un lenguaje común. El de la Ocampo era el lenguaje que recontaba las glorias pretéritas de un mundo ya concluso, el que habían construido sus mayores, a la sombra del mito de un espíritu de ultramar encarnado en el cuerpo americano. Era un mito que caminaba lentamente la única dirección del tiempo, pero con la cabeza vuelta hacia el pasado. El lenguaje de Jauretche, aunque a menudo comprometido con esa misma imagen pasada (al considerarse, por ejemplo, en la opción sarmientina, continuador de la "barbarie") estaba orientado por un mito inconcluso, cuya culminación estaba en el porvenir. Era el lenguaje de un discurso a sus paisanos, una persuasión a la práctica de una lucha libertadora.


- ¿Vive Ud. de sus derechos de autor?

- No.

- En caso afirmativo: ¿ha vivido de ellos desde que escribe?

- Voy a contestar aunque el caso sea negativo. He sido escritor privado, es decir, sólo para los que comulgan conmigo, pues carecía de medios de promoción y contacto con el público, como ocurrió seguramente a la mayoría de los escritores argentinos que por nacionales quedaron inéditos. Ser más explícito sería redundar en lo que ya tengo dicho particularmente en Los profetas del odio y la yapa, sobre la colonización pedagógica y la constitución de la inteligentzia. Después de los sesenta años he resultado escritor, pero esto por la transformación, nacionalización de los nuevos lectores que buscaron algo que estuviera fuera de lo impuesto por el sistema.

- En caso negativo: ¿de qué vive o vivió?

- No he vivido del libro. Muchos años de mi trabajo de abogado, cinco o seis como funcionario. También del producto de actividades diversas porque afortunadamente tengo múltiples aptitudes para ganarme la vida, entre ellas el periodismo. Y también para vivir como pobre, porque eso he sabido serlo siempre que fuera la garantía de mi libertad. Ahora hace años que soy jubilado.

-¿Hace habitualmente vida literaria (si concurre habitualmente a actos, conferencias, , presentaciones de libros, reuniones de escritores)?

- No he frecuentado habitualmente las reuniones literarias y no lo hago ahora. En una respuesta anterior se encontrará la explicación. Además no me considero literato sino un hombre que usa el instrumento de la pluma para tomar contacto con sus paisanos y servirlos en lo que pueda. No me opongo a que haya literatos, pero a mí me parece que es con el riesgo de perder algo la condición humana para ser un experto más: en belleza si se quiere. A mí esto no me tira.

- En caso negativo: ¿por qué?

- Creo que ya está contestada.

- ¿Tiene militancia en organizaciones de intelectuales? ¿La ha tenido en organizaciones profesionales o gremiales?, ¿en organizaciones de otro tipo? En caso negativo: ¿por qué?

- Creo que ya está contestada.

- ¿Entiende que su tarea de escritor tiene implicancias extraliterarias?

- Creo que sí y también lo acabo de decir de una manera general, política, pero en el término está implícito lo demás.

- ¿Con cuál de estas ideas considera más afín su tarea de escritor? Hobby, divertimento, profesión, obsesión, refugio, cura (entendida como salida a un malestar), otras.

- Contestada en la anterior. Para mí el fin ha sido comunicación, difusión y proselitismo. Ni hobby, ni divertimento, profesión, obsesión, ni mucho menos refugio y cura. Debo advertirle que escribo con alegría y que las angustias me vienen cuando no me sale nada que comunicar y en forma digerible por el lector.

- ¿Se considera continuador de: la obra de algún escritor argentino anterior, la obra de algún escritor extranjero anterior, la obra y los principios de alguna escuela literaria, la obra y los principios de alguna escuela o grupo de otro tipo?

- No creo continuar la obra de ningún escritor argentino y de todos, si se entiende por éstos los nacionales. Si alguno me ha influido fuertemente ha sido Scalabrini Ortiz. En cuanto a escuela literaria es la de mis lecturas, pero éstas abarcan tan distintas escuelas que no puedo identificar a ninguna. Tal vez en mi estilo han influido Sarmiento, Mansilla, en general los del 80. Recuerdo aquí que Ramón Doll decía de éstos que habían creado una escuela literaria cuya base consistía en el uso de un lenguaje coloquial y llano que convertía la prosa en un diálogo con el lector, abundante en referencias circunstanciales y de general conocimiento. También en cierta medida Doll escribía así señalando como perniciosa la influencia de Groussac, que había extirpado el floripondio y el tropicalismo pero al mismo tiempo la espontaneidad creadora. David Viñas dice que el carácter coloquial de aquellos escritores surgía de que escribieron para un público reducido de clubmen. En mi modesto esfuerzo creo haber mostrado que también el lenguaje coloquial vale para el gran público y no sólo en la letra de los tangos. Tenemos el caso de Victoria Ocampo que a no dudarlo ha sido uno de los factores del extrañamiento de nuestra literatura, pero cuya prosa periodística, cuando la emplea dejando de lado cultura libresca, corre en una atmósfera que repite la de aquellos escritores. Tengo presente un artículo no muy lejano sobre un tema tan francés como puede ser algo sobre Chanel, la modista, y cuyo estilo se vincula con aquel de los argentinos cuya restauración literaria quiero convertir en modelo.

- ¿Ha sentido nostalgia alguna vez por desarrollar alguna tarea afín no ejercida?

- No he tenido nunca la tentación de ningún género de esos para los que posiblemente soy incapaz. Es cierto que con Manzi hicimos un sainete: Lengua larga, que nunca se representó y que colaboré con el mismo en la letra de una milonga; Milonga de Puente Alsina donde empleo el pseudónimo de Julián Barrientos que es el personaje de un poema gauchesco, El Paso de los Libres, que tal vez quiera estar en la huella de Hernández, según el prologuista. Está al salir la tercera edición, pues la primera era en 1934. Pero en realidad siguiendo lo de Hernández no pretendo haber buscado reproducir sus aptitudes poéticas. Los fines eran políticos como en todos mis escritos. Después vino mi largo silencio en el libro y sólo fui periodista en sueltos que algunos consideran sólo panfletos. He coleccionado alguno de éstos en: Prosa de Hacha y Tiza; Filo, Contrafilo y Punta y Mano a mano entre nosotros, cuyas terceras ediciones están también al salir. Me parece que muchos de esos panfletos han resistido la prueba del tiempo, con lo que tengo derecho a suponer que no son tan panfletos como se dice, sino que más bien había algo que decir, y para su eficacia periodística se recurrió a la apariencia del panfleto.

- En caso afirmativo: ¿por qué no la ejerció?

- Ya está explicado.

- ¿Considera que, en nuestra sociedad, la literatura es una ocupación marginal?

- También se sobreentiende con lo que he dicho antes.

- ¿Ejerce la literatura en detrimento de otra tarea personal?

- No sé si hay detrimento; más bien creo que hay integración.

- ¿Hay una escisión entre literatura y pueblo? Antes de contestar, trate de definir ambos términos; si es posible, por ideas afines.

- Esta pregunta es para otro tipo de escritor. Yo trato de comunicarme y para determinados fines generalmente proselitistas; no puedo de tal manera separar literatura y pueblo. No pretendo que ésta sea la contestación de un literato sino de quien soy. Es toda la cuestión del arte, pero yo no me propongo ser un artista; si por casualidad lo llego a ser en un momento no es porque lo busque. No me meto en la cuestión. Tal vez porque toda mi prosa es un entretenimiento.

- ¿Hace caso de algún tipo de lector de sus libros?

- Sí y no. Escribo para los que me leen y me gusta que me lean, pero no escribo para ser grato a ningún oído. Mi objeto es persuadir especialmente a los no persuadidos y, lógicamente, si me pongo a pensar en éstos tengo que tenerlos en cuenta, pero no por lo que ellos piensan sino por lo que yo quiero que piensen. Mis lectores son numerosos y esto no es jactancia porque tengo tres o cuatro libros que andan entre las siete y las doce ediciones. A veces me sor- prende cuando me paran en la calle, cosa constante, pero no estoy muy seguro que lo hagan porque me han leído sino porque me han visto en televisión. Tengo muchos escritores amigos pero no voy a nombrar a ninguno porque aquellos que excluya aquí van a considerar que he establecido jerarquías entre escritores y entre amigos, y ya me he ganado bastantes enemigos que me interesan como tales para que se agreguen aquellos que quiero y estimo.

- ¿Da a leer sus obras antes de publicarlas?

- Algunas personas de mi más íntima confianza suelen aguantar la lectura de los borradores pero soy muy prudente, por ellos y por mí, pues no quiero ser influido.

- En caso afirmativo: ¿atiende las sugerencias y correcciones propuestas?

- Muy por cuenta gotas. Diría que ni siquiera someto a mi propia censura mis originales. Eso explica muchas erratas de la que no tiene la culpa ni el linotipista, ni el editor, ni el corrector de pruebas.

- ¿Qué opina de esta encuesta?

- Muy interesante si los que la contestan dicen su verdad y no la de la imagen que ya tienen de sí. Porque en toda acción pública hay el peligro de construir una imagen y luego ser prisionero de la misma que obliga a serle fiel, expresando a un escritor —lo mismo a un político— que se convierte en un embalsamado, para mantener la identidad de la imagen.

No hay comentarios: