domingo, 31 de mayo de 2009

SERAS LO QUE DEBAS SER

por Carlos Astrada

No pocos desmerecen la obra del filósofo cordobés Carlos Astrada (1894 - 1970) por su eclecticismo, al que consideran la marca de una obra poco rigurosa. Efectivamente, Astrada fue decididamente heideggeriano en los años '30 e igualmente marxista en los '60. Acompañó al peronismo en los '40 y hacia el final de su vida se identificó con el maoísmo (Mao Tsé Tung —quien nunca accedió a concederle una entrevista a Jean Paul Sartre o a Georgy Lucaks, por ejemplo— lo recibió en China y mantuvo con él una conversación por casi tres horas).
A pesar de las críticas aludidas, su biógrafo Guillermo David afirma que Astrada recorre cada momento de su vida "con una coherencia impresionante (... ) no hay pasaje de una posición a otra, sino relevo dialéctico (...) Durante los ‘60, Astrada alentó todas las heterodoxias marxistas, como conexión entre tradiciones de izquierda y la tradición nacionalista popular argentina”.
Precisamente, estos párrafos —extraídos de Tierra y figura, escritos entre 1951 y 1958— aluden a una línea de conducta conformada como destino en la figura del Libertador.

En carta al general Tomás Guido, fechada en Bruselas el 18 de diciembre de 1827, ante el reproche de éste, que le dice "jamás perdonaré a Ud. su retirada del Perú, y la historia se verá en trabajos para cohonestar este paso", San Martín, al defenderse del mismo, alude a documentos que pondrán de manifiesto, después de su muerte, "las razones" que lo "asistieron", para retirarse del escenario de sus triunfos y, remitiéndose ya al juicio de la posteridad, enuncia como síntesis de la razón de ser de su vida y de todos sus actos, la máxima: "serás lo que hay que ser, si no, eres nada".

Pensamiento que él deriva, quizá, en lo que hace a su literalidad, de uno de los motes del blasón familiar, pero dándole, por reminiscencia de ideas griegas, otro sentido, y dimensión en profundidad.

"Serás lo que hay que ser, si no, eres nada". Sentencia que, por venir de quien viene, trasunta toda una ejemplaridad realizada en plenitud, e incide en el espíritu de los argentinos como un imperativo, una incitación a ser fieles a un destino, a ser lo que hay que ser conforme a
una vocación humana e histórica. Ser lo que hay que ser es, para nosotros, tarea esencial, a la que nunca podemos pensar terminada.

(...) San Martín, en la lucha por la emancipación sudamericana, como adalid y como hombre, fue lo que había que ser, lo que él tenía que ser, vale decir el fundador de la libertad de Latinoamérica.

Porque se atuvo, a través de todos sus actos decisivos, al "serás lo que hay que ser...", logró el objeto de la más difícil ambición, aquella que, por la plenitud ejemplar de una vida en que se hace carne un principio, se vincula al libre destino de una comunidad de pueblos; ambición que, porque está en función de historia y de posteridad, sabe sacrificar los éxitos materiales del presente y ser insensible a la seducción del brillo efímero del poder político que hace y deshace personajes, y que frecuentemente desgarra pueblos.

En discrepancia, pues, con sólitas opiniones, estereotipadas ya en lugar común, afirmamos que no hay en toda la actuación de nuestro héroe máximo el más mínimo renunciamiento; tampoco ningún hecho que contradiga la ley básica de su ser y de su conducta. El desinterés, el desprendimiento personal y político no están, como puede infundadamente creerse, reñidos con la más legítima y pura ambición, la que por su misma esencia se eleva por encima de intereses transitorios de carácter individual y de las vicisitudes suscitadas por el egoísmo e incomprensión de los contemporáneos.

El hombre que, como San Martín, procede con más generosidad de alma es, en realidad, el más celoso y avaro de la autenticidad de la norma emergente de su conducta personal y, a la vez, y por esto mismo, el más fiel al destino que lo impera. El que sabe de la grande y auténtica ambición y va al encuentro, de la gloria por el camino de la soledad, el más difícil y penoso, ése, como San Martín, gana su vida porque la inscribe en el historial de la estirpe, a cuyo destino sirve, e ingresa como creador de historia y numen de pueblos en el reino de los arquetipos vaciados en molde personal.

(...) Fue y es lo que tenía que ser en la constelación naciente de un nuevo linaje de hombres libres: modelo, arquetipo apenas entrevisto, en su efectiva irradiación, por sus contemporáneos y compañeros de jornadas épicas, pero cada vez más nítido e influyente en la posteridad.

Él mismo así lo entiende, y en su proclama a los argentinos y chilenos, cuando va a iniciar su marcha hacia el Perú, afirma: "voy a seguir el destino que me llama". Dijérase que el destino — aquí la libertad de un continente — elige a aquellos que van a oír y obedecer su llamado.

(...) Su espada, de temple heroico, fue sólo el instrumento eficiente del ideal que él encarnó, y su genio de militar y estratego los medios, la capacitación para realizarlo. El genio militar del Gran Capitán, representa el aspecto técnico-ejecutivo de su personalidad, que él supeditó enteramente a su concepción política y civil de hombre visionario. Más allá de la victoria en las batallas que luchó y venció, en su espíritu se iluminaba y cobraba relieve la victoria de la libertad, la conquista de la independencia integral de América.

Nunca se identificó con el éxito del "militar afortunado", faceta meramente profesional a la que él asignó su justo valor, previniendo, incluso, del peligro que significaba su "presencia" para "los Estados que de nuevo se constituyen", según sus propias palabras. Es que San Martín, por encima de los aspectos parciales de su personalidad, que él coordinó admirablemente en vista a una única finalidad, fue el héroe civil de la libertad sudamericana. Esto es su mayor gloria y lo que da relieve definitivo a su ejemplaridad.

(...) Desde que llega a Buenos Aires, en 1812, e inicia su actuación hasta que la da por terminada con su retiro del Perú, y desde esta etapa decisiva hasta su muerte, toda la trayectoria de su vida está uniformada por el espíritu de su máxima, que en su ecuación personal es lúcido y constante servicio a la libertad, al destino histórico de una comunidad de pueblos.

Educado y formado en España desde los ocho años, después de haberla servido con valor y lealtad durante una permanencia de 22 años en su ejército, va a entregar por fidelidad a sí mismo y a su origen todo su esfuerzo a la libertad de América.

Su contacto, en Europa, con Miranda y los hombres de la Gran Reunión Americana ha preparado su espíritu y fortificado sus convicciones. Se siente identificado con la causa de la revolución argentina y de la emancipación americana, y desde este momento su decisión está tomada. En el fondo, el poderoso llamado de la tierra, de su destino histórico —la voz de una nueva estirpe que comenzaba a articular su palabra —es la sustancia y el íntimo resorte de aquella decisión que lo llevó a poner totalmente su vida, nutrida con la savia y la luz de su Yapeyú nativo, al servicio de la revolución emancipadora.

(...) Convencido de la necesidad de un núcleo ideológico difusor y ejecutivo, a la vez, de una asociación secretamente organizada para abrir camino a la revolución emancipadora, toma como modelo la organización de las logias masónicas europeas y principalmente la de la Gran Reunión Americana de Francisco Miranda y funda con sus compañeros de lucha la Logia de Lautaro, que es al mismo tiempo órgano de sus convicciones doctrinarias, con un programa también similar al de las Logias europeas, pero circunscripta su acción al aspecto libertario en lo político.

Desde este momento todos sus actos en su proyección social, van a adquirir la significación que les otorga la íntima legalidad de su conducta, expresando el sentido total y unitario de su personalidad identificada con una misión.

Su mundo espiritual es de firmes y austeras líneas ideológicas, pero nunca hizo ostentación de sus convicciones doctrinarias últimas, las que no obstante constituir el adentrado ritmo de su conducta, no aparecen en un primer plano porque en todo momento tuvo en cuenta, con las necesidades de la acción, la idiosincrasia, los sentimientos y estado espiritual de los pueblos cuya liberación y destino político estaban en juego.

Como lo testimonian las reflexiones y pensamientos dispersos en su epistolario y también Máximas a mi hija, San Martín, en sus opiniones y en sus convicciones doctrinarias definitivas estaba influido por el ideal de humanidad del siglo XVIII y por las ideas emergentes del mismo. Estas, por su origen común, se avenían perfectamente con las que preconizaban la tolerancia en cuestiones de religión y de otra índole. Conocía el ideario de los enciclopedistas y la posición ideológica de Rousseau y Voltaire. (La lista de los títulos de su biblioteca delata ya el carácter de sus lecturas y formación intelectual).

Entre las Máximas..., la primera reza: «Humanizar el carácter y hacerlo sensible...», y otra: «Inspirar sentimiento de respeto hacia todas las religiones», denotando ambas claramente la apuntada ascendencia espiritual y también la iluminista. A los preceptos de la moral cristiana, asimilados en el ambiente familiar y operantes en su conducta, él los retoma en la formulación que ellos recibieron en las concepciones inspiradas en ese ideal de humanidad y en el de la ética iluminista.

Por su temperamento y disposición espiritual es explicable, además, que tuvieran buena parte —la principal— en la formación de su personalidad los principios que informaron el ideal del hombre clásico y de su moral. Algunos de sus enunciados, de concisión aforística, son de neto giro socrático. Así éste: «la calumnia, como todos los crímenes, no es sino obra de un discernimiento pervertido». Aquí para él, la virtud está muy próxima a ser un saber, resultado de una inteligencia sana y lúcida.

San Martín no fue un filósofo práctico, si se malentiende por tal el que aplica un saber, ciertos conocimientos, con un fin práctico, para satisfacer las necesidades utilitarias de la vida; sino un hombre de acción, de principios claros e ideas bien asimiladas que armonizan con su temperamento y se reflejan en su conducta.

(...) Los contemporáneos de San Martín no vieron, por falta de la necesaria perspectiva histórica, que éste, signado por el destino, tenía que serlo todo en la unidad arquetípica de su personalidad. Y esto exigía declinar posiciones conquistadas, dar la espalda a los halagos del éxito y del prestigio. De ahí que ellos hablasen de abdicación y renunciamiento, y así lo siga pensando aún hoy la mayoría, supeditada, en su juicio, y sin sospecharlo, a una falsa y parcial clave retrospectiva.

Con esto sólo se ve su actuación protagónica, materializada en hechos, situaciones y acontecimientos, pero no lo que ella promueve, lo grande y definitivo que, más allá de la caducidad de todas las pasiones e intereses, estaba en trance de advenir y que nada debía frustrar: la libertad de pueblos y su accesión a la soberanía espiritual y política. Lo grande y definitivo alentaba en el ensueño visionario de San Martín. Transmutarlo en realidad fue la misión que abrazó, encarnando un ideal. Por eso su pensamiento, su intuición genial y todos sus actos, ritman al unísono con esta misión, con este ideal.

En la misma medida en que es consecuente consigo mismo es también fiel al imperativo que lo hace inclinarse ante el supremo interés. En carta al general Bolívar, fechada en Lima el 29 de agosto de 1822 —la carta publicada por Lafond en su libro Voyages autour du Monde— le
dice a aquél: (al escribirle) "no sólo lo haré con la franqueza de mi carácter, sino con la que exigen los grandes intereses de América... En fin general, mi partido está irrevocablemente tomado".

En su proclama a los peruanos expresa: "Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos".

Y en carta al presidente del Perú, general Ramón Castilla, fecha en Boulogne-Sur-Mer, el 11 de setiembre de 1848, próxima ya su puesta de sol en el ostracismo, escribe: "En el período de diez años de mi carrera pública, en diferentes mandos y estados, la política que me propuse seguir fue invariable..., la de no mezclarme en los partidos que alternativamente dominaron en aquella época en Buenos Aires,... y mirar a todos los Estados americanos, en que las fuerzas de mi mando penetraron, como Estados hermanos interesados todos en un santo y mismo fin".

E iluminando definitivamente la razón de ser de su actitud, una con su misión y con su existencia, agrega: "Si algún servicio tiene que agradecerme América es el de mi retirada de Lima".

La libertad de América y la autodeterminación de sus pueblos son el leit-motiv de su conducta política, y la fidelidad a estos dos ideales deciden y realzan su actitud.

En carta al general Bolívar, fechada en Lima el 10 de setiembre de 1822 le dice: "V. E. no ignora que Guayaquil, provincia libre, se encuentra bajo el Protectorado del Perú; tampoco ignora que batallo ejerciendo sin reservas el apostolado de la libertad, por lo que estoy impedido de reconocer a Colombia soberanía en ese territorio. Rehúso el conflicto porque la retroacción sería guerra fratricida. No sacrificaré la causa de la libertad a los pies de España. Mi obra ha llegado al cenit; no la expondré jamás a las ambiciones personales; de aquí que no acepte ser el cooperador de vuestra obra" (es decir lograr que "el Perú reconozca a Colombia soberanía en Guayaquil").

Es que la delgada línea que separa al libertador de pueblos del caudillo, dispuesto a usufructuar una situación política, fue para San Martín una barrera infranqueable por propia decisión.
Por último, cuando se informa de los anacrónicos ensueños virreinales del general Bolívar, quien quiere incluir dentro de un solo molde estatal a Bolivia, Perú y Colombia bajo su jefatura vitalicia, con el aditamento de imponer una sucesión dinástica, y ve los males que esto puede acarrear para los pueblos sudamericanos, se dirige al mismo Bolívar desde Bruselas, con fecha 28 de mayo de 1929 y le dice: "Al llegar ahora hasta mí las más alarmantes noticias, siendo la más grave la que se refiere al proyecto de federar a Bolivia, el Perú y Colombia con el vínculo de la Constitución Vitalicia cuyo Jefe Supremo Vitalicio sería V. E. y con la facultad de nombrar sucesor, me apresuro y me permito darle el mismo consejo que el año 22 pusiera en práctica al sacrificar mi posición personal de aquella hora, para que pudiera triunfar la causa de la libertad americana. Vuestra obra está terminada como lo estuvo la mía; deje que los pueblos libres de América se den el gobierno que más convenga a su estructura política..." Y como colofón estampa esta verdad, abonada e iluminada por su ejemplo: "Los pueblos no podrán aceptar el someterse a la voluntad de un hombre a quien ellos consideran el abanderado de las libertades ciudadanas".

Este es el hombre que categorizó la línea de una conducta para devenir lo que tenía que ser, en consonancia con una misión y como depositario de un mandato del destino. Si partimos del hombre mismo, de la plenitud señera de su personalidad, nos explicamos perfectamente el porqué de sus actitudes y decisiones, y percibimos la secuencia de sentido de todos sus actos.

E inversamente, siguiendo la sucesión de éstos, en función de situaciones y circunstancias, hasta el ejecutor cuyo espíritu los anima y potencia, descubrimos que el hombre en el cual se anuda su génesis no puede ser otro que San Martín.

viernes, 29 de mayo de 2009

IZQUIERDA CIPAYA Y REVOLUCION NACIONAL

Algunas breves precisiones. En aquel 1972, Marcelo Palero —titular del Partido Socialista de la Izquierda Nacional en Mendoza— escribió una crítica del libro “Las luchas sociales en Mendoza” para la revista de su partido, “Izquierda Nacional”. El autor del libro, el histórico dirigente del Partido Comunista mendocino, Benito Marianetti, contestó a la crítica y fue replicado, a su vez, por Palero. A continuación reproducimos las cartas que cerraron este debate. Debate cerrado en la redacción de aquella revista, aunque no del todo en la política argentina.

Carta de Benito Marianetti

Doctor Marcelo N. Palero
Presente

Por razones políticas me veo en la necesidad de contestar su carta del día 15 del corriente, la que recién llegó a mi poder el día 19. De lo contrario habría dado por terminado un desagradable episodio en el que sobresale su manifiesta y reiterada animadversión hacia mi Partido y hacia mi persona, su carencia de escrúpulos para las citas, su aire de suficiencia y el móvil mezquino que lo inspira.

Habla usted de un "Partido" que ha evolucionado desde la revolución de octubre (con minúscula) hasta la unión democrática (también con minúscula) con el embajador Braden y desde Lenín hasta Codovilla.

De esto se trata. Su faena consiste, en Mendoza, en tratar de ganar —de cualquier manera— algún adepto para su reducido movimiento. Ni usted ni sus asociados tienen otra finalidad. Nunca tuvieron otra distinta, por otra parte. Se dedicaron siempre a buscarle "algo" al Partido Comunista y a sus dirigentes. Aquí está su limitación, su miseria política y su precario destino. Ustedes que se dicen "marxistas" e irritan porque criticamos a Rosas; se autotitulan "socialistas" y se enojan porque no cantamos la "Marcha Peronista"; se dicen "izquierdistas" pero pretenden ignorar que la única izquierda organizada, con tradición de lucha, con tradición de lealtad a la clase trabajadora, con una vasta y profunda tarea realizada, es el Partido Comunista. En cuanto al camarada Victorio Codovilla, usted suma sus dicterios a los de la policía y del imperialismo. Mientras tanto, este dirigente mereció en vida y después de muerto, no sólo el respeto y la estima de los trabajadores y de los intelectuales honrados de la Argentina y de otros países, sino la más alta distinción del País de la Revolución proletaria. Plazas y escuelas, bibliotecas, llevan su nombre. Sus difamadores jamás alcanzarán ese honor, ni aquí ni en ninguna otra parte.

Se suma usted a los detractores de la Unión Democrática, integrada en su tiempo por los partidos Radical, Comunista, Socialista y Demócrata Progresista, con un programa popular. Esa organización era la unidad de las fuerzas democráticas que habían actuado en la Argentina y, sobre todo, que habían actuado en contra del fascismo y del nazismo. Esa Unión Democrática fue votada en los comicios por un porcentaje de votantes algo inferior al que obtuvo Perón estando en el gobierno. Ciertos sectores conservadores también la votaron; otros, los más reaccionarios, votaron por Perón. Es decir, votaron y apoyaron a Perón los conservadores que habían estado del lado de los nazis.

Braden apoyó a la Unión Democrática por ese motivo, es decir, porque era una fuerza integrada por antinazis y, por su parte, representaba a una potencia imperialista que había estado contra la potencia imperialista nazi.
La Unión Democrática no tuvo la culpa de ese apoyo, que le hizo más mal que bien. Pero mucho peor era estar apoyado o andar en arreglos con los exterminadores de seres humanos en los campos de concentración. Para usted parece que esto no tiene importancia. Además, nosotros, los comunistas, no podíamos apoyar a Perón en esa oportunidad ni debíamos apoyarlo, porque el G.O.U. del que formaba parte y del que se valió para escalar posiciones, era antisoviético, anticomunista y pro nazi. Tampoco podíamos apoyarlo porque habíamos estado en las cárceles y no estábamos dispuestos a cantar la marcha peronista detrás de los barrotes.

Usted habla de "injurias" que el Partido Comunista ha vertido sobre patriotas y militantes revolucionarios, salvo que usted tenga una concepción muy particular de lo que debe entenderse por revolución, no alcanzo a comprender de qué se trata.

Usted hace cuestión sobre las comillas que he puesto en la palabra "revolución", refiriéndome a la que se produjo aquí en el año 1905. Usted, que es tan escrupuloso en materia de términos científicos y que reclama para su "izquierda nacional" la exclusividad de la pureza principista en materia marxista, debe saber seguramente que la revolución para cualquier aficionado al marxismo es el cambio del poder de una clase por otra. En América latina, en consecuencia, salvo el caso cubano, aún no ha habido realmente ninguna revolución. Ni siquiera podemos dar esta calificación a los movimientos emancipadores que fueron esto y nada más que esto. Aquél fue un movimiento cívico—militar para obtener el sufragio.

No tengo noticias de que las fuerzas populares hayan tomado el poder en ninguna parte en el año 1905. En Mendoza, fugazmente, José Néstor Lencinas y un grupo de amigos se hicieron dueños de la situación, pero fue por un momento y el gesto romántico terminó con un exilio voluntario de los insurgentes hacia Chile. La inminencia de la llegada del general Fotheringham terminó con el episodio.

Es claro, en Rusia, en ese mismo año, hubo un movimiento de otras características. Y es claro también que en Rusia intervinieron los obreros y en la Argentina no intervinieron como clase porque era la clase media y sectores de la burguesía los que empujaban el movimiento Radical. Con ello no le resto importancia al hecho. Simplemente ubico cada situación en el lugar que le corresponde.

Y no es exacto que en 1905 la clase obrera estaba integrada únicamente por extranjeros anarquistas, socialistas o sindicalistas. Ya existía un proletariado argentino propiamente dicho y ya se habían producido numerosas huelgas en Buenos Aires, en otras ciudades y también en Mendoza.

Usted afirma que Justo y sus discípulos, los comunistas, siempre han estado desligados de la realidad nacional. Quiero decirle que Justo, con todas sus limitaciones, fue el primer gran político argentino que planteó algunos problemas de fondo, en sus verdaderos términos: la cuestión de la moneda y del salario, la cuestión agraria, la cuestión de un partido de los trabajadores; la cuestión de los trusts y de los monopolios, la organización obrera, la educación popular, el adecentamiento de las prácticas políticas, la política concebida como ciencia. En la polémica con Ferri demostró que había un proletariado en la Argentina y que si no lo hubiera habido lo mismo se justificaba un partido socialista. En cuanto a lo demás, los comunistas no somos discípulos de Justo. Este no era ni marxista ni comunista. Era reformista.

En cuanto al presunto abrazo con Braden, se trata de una apreciación que corre por su cuenta. No tenemos la culpa de que a Braden o a los Estados Unidos, por la situación política internacional de ese momento, les conviniera ver con simpatía a la Unión Democrática. También, al principio, los yanquis vieron con simpatía a Fidel Castro. No se olvide tampoco que su admirado general Perón, cuando vio que las cosas no andaban como en junio de 1943, logró que Farrell rompiera relaciones con su amado Eje. Eso le habrá gustado más aún a los yanquis.

Y, en lo que me refiere a la Unión Democrática, tema tan zarandeado, me remito a lo que tengo dicho al respecto en ese libro que usted ha citado y que no ha leído. Y si quiere más datos sobre el particular, puede pedírselos al señor Paladino (N. De la E.: Jorge Daniel, ex delegado personal de Juan Domingo Perón) que integra ahora un remedo de Unión Democrática, sin comunistas, sin programa y apoyando los planteos-trampa de una dictadura.

Para que se vea que su propósito inicial no ha sido siquiera el de comentar un libro mío, sino de llevar a cabo una campaña de difamación personal y partidaria, se ha dedicado a hurgar en viejos archivos y bibliotecas y ha encontrado una declaración mía de hace cuarenta años sobre el golpe de Uriburu. Si hurga usted en el pasado encontrará, por ejemplo, que por el año 1910, cuando yo cursaba la escuela primaria, no era muy aficionado a las matemáticas.

Como surge del mismo texto, que no he vuelto a controlar, se trata de una declaración hecha en el mismo momento del golpe. Era la primera vez que las fuerzas armadas argentinas salían de los cuarteles para "restablecer la legalidad", según lo dijeron. El gobierno radical, la segunda presidencia de Irigoyen, como es público y notorio, fue un desastre y estaba totalmente desacreditada. En Mendoza, por ejemplo, padecíamos la intervención Borzani, de nefasto recuerdo. Las libretas de enrolamiento se robaban a carradas. Se procesaba por cualquier motivo a los opositores y se los encarcelaba. Se había asesinado a Carlos W. Lencinas. No había atropello que no se hubiese llevado a cabo. El Ku Kux Clan hacía sus desmanes en Buenos Aires. La mayor parte de las provincias estaban intervenidas. El Parlamento era un escenario del escándalo. En tales condiciones, si bien no fuera totalmente justa, era explicable esta posición. Por lo demás no era una posición aislada. Era la posición del Partido Socialista al que yo pertenecía en ese entonces. Dentro del propio radicalismo había desconcierto. No se trataba sólo de los alvearistas sino de otros grupos. Estaban en contra los socialistas, los demócratas progresistas, los comunistas, los conservadores. Yrigoyen que era —a pesar de todo— un hombre honrado y un patriota, cayó sin tener a su lado a nadie. Y fíjese: don Juan Domingo fue uno de los militares que integró el grupo que provocó la caída de Yrigoyen.

Lisandro de la Torre también estaba en la misma posición. Pero, de inmediato, cuando se vio la verdadera cara de los golpistas, tomamos la posición que correspondía y fuimos acérrimos enemigos de la dictadura. Por mi parte fui atacado en toda forma después de un discurso que pronuncié en el teatro Independencia al proclamarse la fórmula De la Torre-Repetto, por la Alianza Demócrata Socialista. Se hicieron manifestaciones públicas en mi contra. El edificio donde yo tenia instalado mi escritorio fue empapelado, se me amenazó en toda forma y mi candidatura a diputado nacional fue escamoteada por los conservadores. En esos comicios centenares de miles de radicales nos votaron.

Usted que hurga en los papeles antiguos pudo hurgar un poco más y habría encontrado, por ejemplo, que tiempo después el suscripto fue elegido convencional provincial en una lista de la Unión Cívica Radical, con cerca de diez mil votos. Era una lista unitaria integrada por radicales, socialistas y socialistas obreros. No estarían tan enojados los radicales conmigo.

También podría haberse enterado que en los años anteriores a esa elección, el suscripto ha ocupado tribunas junto a los radicales y ha luchado con ellos en la Legislatura local, en acciones comunes y ha afrontado con ellos en numerosos comicios al matonaje conservador.

También hurgando en papeles antiguos, usted alude a una carta dirigida por mí a los obreros peronistas en vísperas de la elección que diera el triunfo a Perón.

Ese era mi pensamiento en esa época. Lo ratifico en su aspecto sustancial. Los hechos demostraron que yo no me equivocaba. El movimiento sindical fue un movimiento al Servicio de un partido o de un hombre; con discriminaciones, expulsiones y comandos verticales. El movimiento sindical era un apéndice del Estado, como en cualquier régimen fascista. Ahora mismo el señor Rucci dice que la C.G.T. es un organismo peronista. Es decir, que los obreros que no son peronistas no tienen nada que hacer en ella o tienen que someterse a lo que resuelvan los dirigentes peronistas o ser expulsados de sus organizaciones. En esa época se dictaron leyes represivas no sólo contra el movimiento obrero. Se encarceló a los opositores. Se persiguió a la prensa no adicta.
Y, finalmente, los que habían repudiado de palabra a Braden, firmaban el contrato de la entrega del petróleo a la California Company.

No hace falta señalar que la masa peronista nada tiene que ver con todo esto. No hace falta decir que jamás hubo problemas entre los obreros peronistas y los obreros comunistas. No hace falta recordar que inmediatamente después de las elecciones, la posición del Partido Comunista fue la siguiente:

"La línea divisoria entre los argentinos no debe pasar entre, peronistas y antiperonistas sino entre argentinos que quieren la independencia nacional y quienes procuran la entrega". Hemos sido fieles a esta consigna. De ahí que el grueso de las promociones comunistas nuevas hayan sido integradas por obreros peronistas.

No es cierto que hayamos sido antiperonistas. Hemos estado y estamos en contra de quienes escamotean la voluntad revolucionaria de las masas peronistas. De quienes quieren introducir la conciliación de clase en el movimiento obrero, de quienes quieren hacer esto mismo hablando de ''Socialismo Nacional".

Porque de esto se trata.

Usted se asombra porque yo, en aquella declaración haya hablado de la necesidad de civilizarnos políticamente. Como puede advertirse he hablado en plural y me he considerado incluido en esa necesidad.

Para nosotros la actitud realmente revolucionaria y realmente leal hacia la masa peronista no consiste en acoplarse como furgón de cola a la misma sino luchar con ella y a través de las enseñanzas de la propia lucha y de una justa orientación, elevarla hasta el nivel del marxismo leninismo, salvo que usted crea que Paladino se haya convertido en una especie de Federico Engels de una nueva doctrina pampeana.

Tampoco consiste en levantar la insignia de lo "nacional" para contraponerla al internacionalismo proletario que es de la esencia de un verdadero movimiento revolucionario y marxista. Quien hace estas distinciones procede así porque no quiere, en realidad el Socialismo. Lo usa simplemente como anzuelo. El nacionalismo burgués ahora no puede ser tragado sin aditamento. Hay que endulzarlo con el almíbar del Socialismo y en esa tarea están ustedes.

Sin lucha de clases no hay revolución. Sin lucha de clases orientada por el marxismo leninismo, habrá cualquier cosa, populismo, democracias más o menos avanzadas, reformismo, pero no revolución. Y si se predica la conciliación de clases, como lo hace la jerarquía peronista y ustedes con su "socialismo nacional”, todo resulta muy claro.

Usted afirma que en el año 1955 nosotros, los comunistas, hemos apoyado el golpe. Es falso. Ahí están los documentos del Partido. A usted que le agrada andar rebuscando en los archivos, también le aconsejo que se informe bien antes de hacer tales afirmaciones. En esa oportunidad y antes de ella estuvimos contra el golpe. En esa oportunidad aconsejamos la huelga general y que se dieran armas a los trabajadores organizados, pero su amigo Perón declaró, más tarde, en el Paraguay, que no podía hacer eso porque, en tal caso, los obreros irían más allá de lo previsto...

En esa misma oportunidad los comunistas de Mendoza, doctor Palero, estuvimos en el Comité Provincial de la Unión Cívica Radical, en la calle Avenida España. Recuerdo que solicitamos una reunión con la dirección radical. Sólo fuimos atendidos por el doctor Leopoldo Suárez y el doctor Alfredo R. Vítolo. No recuerdo a otro. Les planteamos que era incomprensible que los radicales y cualquier fuerza popular se mezclara en este golpe. No logramos convencerlos. Era tarde. Por mi parte fui al local de la C.G.T. para tratar de mantener contacto con los dirigentes gremiales peronistas. No había nadie. No recuerdo haberlo visto a usted por ahí. Comprendo que usted, entonces, era muy joven, pero los jóvenes de otras épocas, mejor dicho, los adolescentes que teníamos 14 ó 15 años ya actuábamos en las luchas políticas y nos enfrentábamos con los matones, que los había no sólo conservadores sino también radicales y lencinistas, aunque no parezca.

Tampoco es cierto que hayamos estado siempre contra Yrigoyen. Hemos elogiado su actitud en defensa del petróleo argentino y no hemos hurgado nunca papeles para enrostrar a los radicales la Semana Trágica o las trágicas jornadas de la Patagonia.

En los debates de la Convención Reformadora de la Constitución de Mendoza, tiene expresada usted mi opinión sobre el radicalismo y también en mi libro sobre la Argentina.

Si el oligarca Santamarina apoyó a los antifascistas contra Hitler, esa actitud es más digna de quienes proclamándose amigos del pueblo, guarecían a los criminales nazis en el país.

Respuesta de Marcelo Palero

Doctor Benito Marianetti
Presente

El carácter injurioso de su literatura epistolar vuelve obvia la necesidad de que esta respuesta, con la que declaro cerrada este desigual intercambio de ideas, le sea dirigida a Ud. La redacto con destino a la revista de mi partido y con miras a su publicación. Dar a conocer sus juicios e inventivas me eximiría de toda respuesta, pues Ud. se condena por sí mismo. Solo haré, en mérito a la claridad, unas pocas observaciones.

En materia de "escrúpulos para las citas", el lector observará que el Señor Marianetti no desmiente una sola de ellas, debidamente documentadas en mi carta publicada en nuestra revista en su número 15.

A mi interlocutor parece fastidiarle que le recuerde su elogio a Uriburu cuando la caída de Yrigoyen; pero no le fastidia en modo alguno que evoque la alianza idílica del Partido Comunista con el embajador norteamericano Braden en 1945.
Apoya la Unión Democrática de ese año, que tenía "un programa popular". Glorifica a Vittorio Codovilla, cuyas actividades en la guerra civil española, como hombre de la policía secreta soviética, figura en toda la bibliografía de aquellos que participaron en aquella gran tragedia. Por lo que se ve, el pacifico Doctor Benito Marianetti no se priva de nada, pues mentar a Codovilla en la era post-staliniana requiere una gran dosis de fe anacrónica.

Marianetti afirma que un sector conservador votó por la Unión Democrática; y que otros sectores conservadores, los más reaccionarios, votaron por Perón. O sea, los conservadores "que habían estado del lado de los nazis". Este Marianetti aparece como una venerable antigualla política: ya ni los niños creen en nuestros días las patrañas con que las Embajadas aliadas en Buenos Aires abrumaban al pis y que designaban con el nombre de “nazis”, a patriotas que, como Raúl Scalabrini Ortiz o Arturo Jauretche, se negaban a empujar a la Argentina a la segunda guerra mundial. Entre aquellos que deseaban mandar a nuestra juventud a las trincheras de Francia, estaba el Dr. Marianetti. Como todos los cipayos de la Unión Democrática que venera, era "rupturista" y belicista". Que a un cuarto de siglo persista en justificarlo, es loable, en cuanto a la continuidad de sus ideas, pero políticamente es un certificado de defunción, debidamente legalizado.

La frase "Braden apoyó a la Unión Democrática por ese motivo, es decir, porque era una fuerza integrada por antinazis y, por su parte, representaba a una potencia imperialista que había estado contra la potencia imperialista nazi”, es tan hermosa, tan leninista, tan reveladora de la naturaleza del partido de Marianetti, que no la comentaré. Temo echar a perder esa gema.

Marianetti afirma que en América Latina no merece el prestigioso vocablo de "revolución" ninguno de los movimientos habidos en ella, ni siquiera los movimientos de emancipación. Exceptúa de esta enunciación tajante a la revolución cubana. Para demostrar su sabiduría marxista, Marianetti nos ilustra acerca de que “una revolución es el cambio de poder de una clase por otra". Pero a fuerza de ghioldismo, bradenismo y stalinismo, el leninismo y el marxismo de Marianetti han ido perdiendo color con los años.

Si la clase de les terratenientes, por ejemplo, es sustituida en el poder por la pequeña burguesía revolucionaria, que abra el camino a la burguesía urbana, eso es una revolución. Tal fue el caso de Francia. Si los terratenientes son eliminados y sustituidos por campesinos propietarios, eso es sin duda una revolución. Fue lo que hizo Paz Estenssoro y su MNR, en 1952, en Bolivia.

Pero Marianetti de esto no sabe mucho, pues la URSS y Codovilla llamaron en su tiempo a Paz Estenssoro y sus amigos, "partido nazi". Si los terratenientes son sustituidos por comunidades indígenas organizadas en cooperativas con el apoyo crediticio del Estado, que es lo que están haciendo los militares peruanos, eso es sin duda una revolución, según el aforismo marxista que Marianetti cita a tontas y a locas solo para añadir enseguida que en América Latina no hubo nunca una revolución. Sustraer a los propietarios de esclavos su propiedad, o sea liberar a los esclavos, que es lo que hizo entre otras muchas cosas Bolívar en la Gran Colombia, ¿no supone, un cambio de poder entre las clases y en consecuencia una "revolución"?

En verdad, Marianetti tiene un criterio muy curioso para clasificar las revoluciones y las contrarrevoluciones. Con mucha frecuencia, su partido y él mismo, dócilmente, confunden ambas nociones. Basta recordar cuando el 21 de Julio de 1946 un golpe imperialista en La Paz derribó al Mayor Villarroel del gobierno. El Presidente militar que había organizado a los mineros y convocado por primera vez en Bolivia un Congreso de indígenas, fue colgado en la Plaza Murillo de un farol. Tanto Estados Unidos como el Partido Comunista de la Argentina (y Pablo Neruda en nombre del stalinismo chileno) felicitaron a los miembros de la Rosca minera que recobraron el poder.

A esa contrarrevolución, los amigos de Marianetti la llamaron una "revolución". Por estos ejemplos y otros muchos que podríamos citar es que Marianetti como marxista no merece mucho crédito, y su Partido que usa el nombre de “Comunista” ha perdido su reputación por completo.

La defensa de Juan B. Justo que formula Marianetti es oportunísima. En realidad, arroja una luz esencial sobre el tema, pues Justo es el verdadero precursor de la izquierda cipaya. De sus criterios generales son dependientes tanto los stalinistas, como los modernos “chinoistas” (no sabemos si se trata de chinos de Hong-Kong, pues dudamos que sean chinos de los buenos) y tantos otros grupitos ultras que sestean en el espigón a la pesca de un bagre joven.

En efecto, Justo “planteó los problemas de fondo en sus verdaderos términos", dice Marianetti: "La cuestión de la moneda y del salario, la cuestión agraria, la cuestión de un partido de los trabajadores, la cuestión de los trust y de los monopolios... la política concebida como ciencia". Hacer de la política una ciencia para terminar apoyando a los conservadores contra Yrigoyen y a Tamborini contra Perón, deja a la ciencia en tal mal estado como la historia ha dejado al partido Comunista. ¿Serviría la "ciencia" solamente para equivocarse en política? Esto hace recordar a la frase que los generales prusianos dijeron cuando descubrieron las nuevas tácticas militares que empleaba contra ellos Napoleón: "Gana, pero no es científico". Así le ha pasado a Marianetti y sus colegas: están de ciencia como para reventar, pero nadie se les acerca, como no sean sus amigos en los Tribunales.

¿De modo que Justo planteó bien la cuestión de la moneda? Justo tenía a este respecto la misma posición que la Sociedad Rural y que la Embajada británica: era partidario de la moneda fuerte, en un país débil, con una capital rica y un interior enfermo. Quien relea a Justo dirá: Era librecambista y Marianetti pretende decirnos que luchó por un partido de obreros.
Si dijera que trabajó por un partido de obreros calificados, ilustrados, con casita propia, de preferencia empleados en los servicios públicos de capital extranjero diría bien. Fue el Partido Socialista de Justo —al que perteneció durante muchos años Marianetti—, el partido de la aristocracia obrera, y no vamos a discutir ese mérito al Dr. Justo. Pero para luchar por un partido revolucionario de la ciase industrial desprotegida, fue necesario enfrentar histórica y políticamente a Justo, a su partido y a sus discípulos de otros partidos; entre ellos, a Marianetti mismo. Esta tarea no correspondió al Partido Comunista, precisamente, sino al Partido Socialista de la Izquierda Nacional que Marianetti, aquejado de amnesia, finge no conocer, cuando en realidad lo conoce muy bien, pues es asiduo lector de las obras de sus dirigentes aunque, ay, sin provecho.

Según Marianetti, Justo habría planteado en sus verdaderos términos la cuestión agraria ¡Sorprendente! Creíamos que Justo era partidario de una democracia de estancieros para la exportación y de chacareros propietarios del Litoral, asociados a un falansterio australiano con sede en la Capital Federal. El Partido Comunista hace bien en reconocer sus deudas.
En cuanto a los trusts y monopolios, sabemos que el antimperialismo de Justo es del mismo género que el antimperialismo de Braden, amigo de Marianetti. Dejemos este punto donde está, no sea que el lector crea que queremos mortificar al señor Marianetti.

Pero hay un punto que es preciso definir. Nuestro ocasional interlocutor no tiene el sentido de la medida y pierde rápidamente los estribos (en cuanto a sus ideas no corre ese peligro).

Afirma temerariamente que esta polémica no se inició a raíz de un comentario sobre un libro suyo, sino que perseguía el propósito "de llevar a cabo una campaña, de difamación personal y partidaria". Marianetti exagera. No puede llamarse campaña de difamación citar una declaración de Marianetti hecha en 1930, a menos que el propio autor la considere desdorosa para su prestigio.
Por el contrario, opino qué tal declaración guarda perfecta coherencia con la trayectoria posterior de Marianetti hasta nuestros días. Marianetti opina lo mismo; la diferencia consiste en que Marianetti sostiene que esa trayectoria es positiva, mientras que yo afirmo que es negativa y no marxista. No hay tal difamación, según se prueba.

Por el contrario, Marianetti, al comentar sus declaraciones de 1930, se ratifica en un todo de su antiyrigoyenismo. Describe la segunda presidencia de Yrigoyen como lo hizo "La Fronda" y afirma, para evidenciar que "todo el país" estaba contra Yrigoyen, que "estaban en contra los socialistas, los demócratas progresistas, los comunistas, los conservadores". Yrigoyen, al que reconoce honradez y patriotismo "cayó sin tener a su lado a nadie". "El Parlamento era un escenario del escándalo". Es cierto. El escándalo era ofrecido por los amigos socialistas, socialistas independientes y conservadores de Marianetti que jaqueaban a Yrigoyen y preparaban el clima civil para el golpe de Uriburu. El señor Marianetti se describe por entero en sus recuerdos de la época. No tenemos nada que agregar a todo lo dicho.

En cuanto al peronismo, Marianetti tampoco ha cambiado. Se ve que cuando asume un error lo asume para siempre, como si fuera una convicción. "El movimiento sindical era un apéndice del Estado, como en cualquier régimen fascista". Añade Marianetti que los comunistas estuvieron en contra "de quienes quieren introducir la conciliación de clase en el movimiento obrero". Palabras extrañas en boca de Marianetti, quien acaba de afirmar su solidaridad con los opositores al caudillo radical y de quien acabamos de oír su justificación de la alianza contra Braden.

Las luchas de clases o los frentes de clases no se hacen fuera del planeta, o fuera del país, como parece entender Marianetti, demasiado habituado a arreglar su conducta política de acuerdo a las volteretas de los burócratas del Kremlin. Se hacen aquí, en Argentina. ¿Había una "conciliación de clases" entre aquellos que apoyaron a Perón en 1945? Sí, la había, pues las fuerzas que concurrieron en ese año a sostener esa candidatura, constituían un Frente Nacional Antiimperialista, lo que resulta natural en un país semicolonial, como lo ha señalado repetidamente Lenin. Ese Frente Nacional se encaraba con otro Frente de las clases no nacionales, o aliadas a los intereses antinacionales (pequeña burguesía urbana, a la rastra de la gran oligarquía terrateniente). En el Frente Democrático-portuario, también había conciliación de clases, como se infiere de la defensa de Braden y hasta de la constitución de listas parlamentarias comunes entre el partido Demócrata Progresista y el Partido Comunista. Tenemos una grave duda: esto último ¿era lucha de clases o conciliación de clases? Seguramente Marianetti sabe la respuesta.

Para concluir: el señor Marianetti se refiere a la carta a los obreros peronistas que escribió en el pasado y a la que yo aludo en mi carta anterior. Y contesta: "Ese era mi pensamiento en esa época. Lo ratifico en su aspecto sustancial". Y agrega: "En esa época se dictaron leyes represivas no sólo contra el movimiento obrero. Se encarceló a los opositores". Y así sigue. El tema ya aburre.

Marianetti deja en el tintero que después de quince años de ilegalidad a que lo sometió la democracia oligárquica de Justo-Ortiz (a este último lo apoyaron en 1940-1941) el Partido Comunista recobró su legalidad, sus locales y su prensa, además de su derecho de concurrir a elecciones, en el gobierno de Perón, del mismo modo que ese gobierno restableció las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Es mucho lo que podría agregarse. Pero está tan dicho, tan escrito y repetido, que remitimos a nuestros lectores a la enorme bibliografía que omite en sus recuerdos el señor Marianetti y que desmienten todas y cada una de sus exaltadas afirmaciones.
No fue por azar que empleamos en nuestra crítica bibliográfica que originó la cólera de Marianetti la palabra cipayo. Estaba justificada.

lunes, 25 de mayo de 2009

FUERZAS ARMADAS Y NACIONALISMO ECONOMICO

Por Blas Alberti

Al cumplirse este 29 de mayo un nuevo aniversario del Ejército Argentino, rescatamos parte de un estudio escrito por el pensador nacional Blas Manuel Alberti (1930 - 1997), que precedió a una selección de textos del industrialismo castrense publicados por Ediciones del Mar Dulce en 1982. Dicho estudio fue escrito en junio de aquel año inolvidable.


El nacionalismo jacobino que caracterizó al gobierno instalado el 25 de mayo de 1810 en sus primeros tramos, representará sin duda la primera tentativa efectiva de un plan de gobierno orientado a “la protección de las artesanías y manufacturas para la localización de industrias en el interior, junto con el laboreo agrícola, la extirpación del latifundio para la proliferación de labradores, la realización de obras de riego, la nacionalización y explotación estatal de minas metalíferas para mejorar las condiciones sociales con su producto, la confiscación de bienes de los enemigos emigrados, la obligación de mantener en el país el 50 % del capital aplicado al comercio exterior y la prohibición de todo cuanto tendiera a la erradicación de capitales".

Dicha orientación expresaba los aspectos nucleares del Plan Revolucionario de Operaciones redactado por Moreno a encargo de la Primera Junta, de acuerdo al pensamiento más avanzado del movimiento de mayo, cuyo carácter industrialista e hispanoamericano hoy ya casi nadie discute.

En esta perspectiva, el pensamiento económico y político del general Manuel Belgrano constituye una contribución cuyos verdaderos alcances todavía no ha dilucidado a fondo la historiografía científica, demorada en sus juicios por el peso negativo de una tradición cultural que ha deformado el pasado, disminuido el significado de las grandes figuras u ocultado en otros casos la documentación probatoria.

Se ha tergiversado la aptitud militar de Belgrano, de quien Pérez Amuchástegui dice: "Es del caso convenir que, entre la mediocridad castrense de los militares disponibles de la época, Belgrano sobresalía enormemente", como se ha omitido el carácter definido de su nacionalismo jacobino madurado en su larga estancia al frente del Consulado y en la frecuentación de textos y personajes vinculados a las más avanzadas ideas mercantilistas.

(...) El Brigadier Ferré expuso los lineamientos fundamentales, en la teoría y en la práctica, del nacionalismo económico que en el fragor de las guerras civiles surgía en las cabezas más lúcidas o se expresaba en iniciativas concretas (caso de la “Ley de Aduana”).

Este pensamiento cobraba en los casos de Belgrano y Ferré verdaderas dimensiones de programa histórico de la revolución nacional, ya que durante todo el período que abarcan sus autores permaneció vigente la posibilidad de constituir una gran nación sudamericana tal como lo testifican los documentos liminares del período revolucionario inmediatamente posterior a 1810, y expresan al mismo tiempo la existencia de intereses concretos que intentaron a través del "comercio activo" y la construcción de una flota mercante de altura (hacia 1800 el Río de la Plata contaba con una flota importante por todos los mares) propulsar el capitalismo nacional a través de la protección de las manufacturas locales.

La crisis de la gesta emancipadora y el ocaso de los generales revolucionarios e industrialistas del siglo XIX, abrió paso, con estrépito después de la caída de Rosas, al librecambismo probritánico sostenido por la burguesía comercial del puerto de Buenos Aires que tuvo en otro general, Mitre, al campeón del liberalismo económico y la colonización cultural.

Es a partir de Mitre que se abren las perspectivas para la consolidación de la oligarquía terrateniente que con base histórica en la pampa bonaerense someterá al resto del país. como enclave de los grandes imperios europeos, en especial de Gran Bretaña, a la condición de semicolonia agroexportadora.

El siglo XX cambia la perspectiva de la producción militar en materia de estrategia industrialista pues ya no serán las condiciones impuestas por una sociedad en estado de revolución las que inspirarán los aportes, casi siempre polémicos, sino las crisis de la sociedad dependiente ya consolidada.

Aquí sobresalen los nombres del Capitán de Fragata José A. Oca Balda, los Generales Alonso Baldrich, Enrique Mosconi, Manuel Savio, el Teniente Coronel Mariano Abarca, los Almirantes Storni y Gregorio Portillo, el Brigadier Ignacio San Martín, el General Enrique Guglialmelli y, por supuesto, el Teniente General Juan Domingo Perón.

La crisis de la Argentina oligárquica, precipitada a partir de 1930, habría de revelar las gruesas debilidades estructurales de una sociedad conformada de acuerdo a la división mundial del trabajo en cuyo centro Gran Bretaña ejercía el liderazgo de la industrializada Europa y nuestro país ocupaba el lugar subordinado de proveedor de alimentos.

Esta situación había postergado el crecimiento económico, deformado la estructura productiva conviniendo la geografía socio-económica del país en un mosaico de desigualdades de desarrollo propias de la condición semicolonial y alejado por lo tanto la posibilidad de constituir una nación moderna con una autosuficiencia que acordara con la aspiración de vida independiente y soberana.

La crisis del capitalismo europeo había desnudado todas las falencias y éstas constituirían desde ahora el nuevo punto de partida del pensamiento económico militar.

La asociación entre las necesidades de la defensa nacional, aspecto específico del rol de las fuerzas armadas en el mundo moderno, y la estructura económica y cultural del país conmovido por la irremediable decadencia del modelo agroexportador de nuestro capitalismo dependiente, produjo la chispa que reencendió en este siglo el pensamiento revolucionario en el seno de las Fuerzas Armadas.

El recorrido de los problemas planteados por la insuficiencia de nuestra producción de acero o combustibles y la ausencia de una poderosa industria de transformación capaz de garantizar ella misma las exigencias de una provisión bélica ajustada a las demandas reales o potenciales, descubrió la subordinación material y espiritual de la Argentina respecto de los grandes poderes del imperialismo mundial y ayudó a la elaboración de las ideas y trabajos que en sus fragmentos significativos transcribimos.

Gran parte de la legislación protectiva que es generada a partir de la crisis de los años ‘30, como reacción ante la tendencia recesiva y la parálisis de nuestras exportaciones, así como la política nacional que se intenta en el período 1945-1955, tienen su origen en el pensamiento militar.

Remite al impulso transformador de esas ideas afianzadas en medio de la segunda guerra mundial y que por influencia de este mismo evento ayudan a la propagación de una generación militar de orientación nacionalista, industrialista, proyectada hacia el objetivo de independencia económica, soberanía política y justicia social que caracterizó el programa del peronismo histórico.

Pero si estas audaces conceptualizaciones —cuyas correspondencias en el campo intelectual no militar pueden ser ejemplificadas con los nombres de Arturo Jauretche y Scalabrini Ortiz— tuvieron la virtud de poner al descubierto nuestras falencias históricas en materia de desarrollo económico-social (...).

(...) El impulso fundamental de todo proceso de transformación de la estructura productiva de una sociedad, con todas las consecuencias que ello acarrea, proviene de una decisión política que apunta a la resolución de una carencia manifiesta (subdesarrollo, insuficiencia de recursos, falta de independencia en las decisiones estratégicas, etc.) y constituye el punto de partida como proyecto ideal al que se integran todos los esfuerzos de la parcialidad del espectro social a cuyos intereses responde.

La asunción de la debilidad material sólo puede convertirse en verdadero e insoslayable propósito de transformación del todo productivo, económico, social y cultural, si es aprendido como conciencia histórica de una dependencia que reconoce que, detrás de las realidades económicas, se mueven imperios políticos y clases sociales —internas y externas— cuya garantía de sobrevivencia asienta una palanca decisiva en la colonización cultural.

(...) ¿Qué reflexión puede suscitar si no, la ejemplar como sacrificada y oscurecida biografía del Brigadier Ignacio San Martín, fundador de la industria aeronáutica y automotriz argentina, ante la decadencia que posteriormente se verificó en consonancia con la restauración oligárquica de 1955 y la absorción de mercado por las grandes multinacionales del imperialismo?

¿De dónde surgió esa maravilla mecánica del ingenio argentino que es el "Pucará" victorioso, sino de esa estructura militar productiva cuyas bases echó el Brigadier San Martín?

Parecía en verdad increíble que un conflicto armado contra las grandes potencias colonialistas de Europa, fuera capaz de remitir a la nostalgia de ese proyecto tronchado por la acción pertinaz de las fuerzas oligárquicas cuya sobrevivencia en coalición con los grandes intereses financieros internacionales, se verificó tan despiadada como eficaz desde 1976.

La dependencia armamentística respecto a las grandes potencias que enfrentamos a consecuencia de la recuperación de las islas Malvinas, desnuda la debilidad de nuestra industria desquiciada por el grupo de Martínez de Hoz y Alemann, tanto como el olvido por parte de las Fuerzas Armadas del ideario industrialista, nacional y antiimperialista, revela hasta qué punto el poder de las grandes fuerzas internas y externas del campo antinacional es capaz de burlar ese proyecto.

(...) El pensamiento militar tiene mucho que ver en el descubrimiento de nuestra condición de dependencia, en la búsqueda de las soluciones económicas y técnicas a esa situación y en la denuncia de los intereses que obstaculizan el desarrollo del país como potencia industrial.

Su profundización histórica es necesariamente complementaria respecto de dicho descubrimiento y tiende a vincularlo con la mejor tradición histórica y política. Demanda a su vez una revisión profunda de nuestra dependencia cultural para que, a partir de allí, permita reasumir el ideario transformador que implica, con decisión irreversible, el mandato histórico de nuestra revolución nacional inconclusa.

Las armas nacionales han vuelto a enfrentar después de 130 años al imperialismo poniendo de ese modo en movimiento una realidad que aparecía tenazmente oculta (N. de la E: se refiere a la batalla de Puerto Argentino del 2 de abril de 1982). Nuestros enemigos han sido los de siempre, los antiguos amos de Europa y EEUU. La ficticia unidad "panamericana" se ha derrumbado bajo el fuego de los cañones resurgiendo la otra identidad, aquella que también en el siglo XIX las armas nacionales de los ejércitos libertadores intentaron consolidar.

Pero si aquella vez la necesidad de unión latinoamericana brotaba de la legítima herencia colonial, que la imponía como natural proyecto del porvenir independiente, hoy a esa misma historia se suma la desgarrada geografía del sufrimiento y la humillación que soportamos junto a las hermanas repúblicas del continente, al enfrentar la sólida prepotencia de los "líderes" del "mundo libre", que no han escatimado esfuerzos para hacemos comprender que nuestro destino es aquel que esos mismos poderes nos niegan.

miércoles, 20 de mayo de 2009

ASI HABLABA JAURETCHE


“Así hablaba Jauretche” ha sido declarado de Interés de la Cámara de Diputados de Mendoza. El proyecto fue tramitado bajo Exp. Nº 52428 y por Resolución Nro. 85, aprobado por unanimidad. La iniciativa y el proyecto pertenecen al diputado Pablo Tornello
.

Honorable Cámara de Diputados
Provincia de MENDOZA.

PROYECTO DE RESOLUCION
"HOMENAJE A ARTURO JAURETCHE"

FUNDAMENTOS

H. Cámara:

Arturo Jauretche, nació el 13 de noviembre de 1901 en el partido Lincoln, ciudad de Buenos Aires y murió el 25 de mayo de 1974 en su provincia natal.

Pensador, escritor, ensayista y político argentino, gran critico y protagonista de la historia Argentina. Arturo Jauretche fue el primero de los diez hijos que tuvieron Pedro Jauretche, funcionario municipal y figura importante del partido Conservador de Lincoln y Angélica Vidaguren, maestra.

Su infancia y adolescencia transcurrieron en su ciudad natal y tiempo después, tras radicarse en Chivilcoy, participó en las luchas estudiantiles por la Reforma Universitaria de 1918.

En 1922 simpatizó con el nuevo modelo de integración social promovido por la Unión Cívica Radical y se incorporó al sector de Hipólito Irigoyen de los llamados radicales personalistas.

En 1928, fue nombrado funcionario en el segundo mandato de Irigoyen, pero sólo duró hasta 1930, cuando se produjo el primer golpe de estado (1930-1943) encabezado por José Félix Uriburu, que dio lugar a la llamada Década Infame.

Desde ese momento, protagonizó la lucha callejera, combatiendo a mano armada con los insurrectos y desarrollando una intensa actividad política. En 1933 hallándose en la provincia de Corrientes, tomó parte en el alzamiento de los coroneles Roberto Bosch y Gregorio Pomar y tras ser derrotados cayó preso.

La disparidad de criterios entre Arturo Jauretche y el radicalismo encabezado por Marcelo Torcuato de Alvear propiciaron en 1939 el nacimiento de la agrupación política FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), que desarrollaba los lineamientos del nacionalismo democrático.

Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), desde FORJA sostuvo la posición de neutralidad. Luego del golpe militar de 1943 que derrocó al gobierno fraudulento de Ramón Castillo, FORJA anunció que sus objetivos habían sido satisfechos y se disolvió en 1945.

Ese mismo año, se adhirió al peronismo y unos años después fue
nombrado presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires, cargo que mantuvo hasta 1951. Tras producirse la Revolución Libertadora que derrocara a Juan Domingo Perón en 1955, Arturo Jauretche fundó el periódico "El Líder" y el semanario "El 45", donde criticó el régimen de facto y fue perseguido y obligado a exiliarse en Montevideo (Uruguay).

En el exilio se mantuvo crítico con la sociedad argentina, proponiendo la integración de los intereses de la burguesía y el proletariado para el desarrollo de una economía sólida. Esta posición le granjeó enemistades por parte de los liberales y de la dirigencia justicialista.

Arturo Jauretche se caracterizó a lo largo de su vida por su honestidad intelectual y su permanente compromiso con sus ideales. Su última relación con la política fue en 1961 cuando se postuló a senador nacional y no logró ingresar al senado.

A partir de entonces, la actividad como escritor de Arturo Jauretche fue intensa, llegando a publicar el primer volumen de su autobiografía "De memoria. Pantalones cortos" en 1972. Falleció antes de terminar los tres volúmenes de su obra.

Popularizó palabras que definen actitudes políticas, como "oligarca" o "vende patria". Sus Obras destacadas fueron: Política nacional y revisionismo histórico (1959); Los profetas del odio y la yapa (1957); Prosas de hacha y tiza (1960); Forja y ¡a década infame (1962); El Medio Pelo en la Sociedad Argentina (1966); Manual de zonceras argentinas (1968).

En base a la importancia que reviste la figura de Arturo Jauretche en la historia Argentina y que, el 25 de mayo, se cumple un nuevo aniversario de su muerte, es que dos artistas fundamentales de Mendoza han ideado un singular homenaje a su obra y a su figura.

Ellos son Jorge Marziali y Ernesto Suárez y el 22 de Mayo presentarán en el Teatro Independencia de Mendoza, con el auspicio de la Secretaría de Cultura Provincial, el espectáculo "Así hablaba Jauretche"

Jorge Marziali nació en Mendoza. Nieto de inmigrantes italianos y criollos con varias generaciones en la región de Chile y Cuyo. De la familia materna heredó la vocación por la poesía y la música. Su abuelo escritor y político, y su madre pianista influyeron profundamente en su formación. En 1972 editó -en Mendoza- una placa con cuatro obras mientras estudiaba Ciencias de la Comunicación.

En 1976 se radicó en Buenos Aires y se desempeño en el área de Educación de "Clarín", al tiempo de dirigir una página sobre música popular en el mismo medio gráfico. También trabajó en "El diario", publicación dirigida por Jacobo Timerman.

En 1983 editó su primer disco bajo el título de "Como un gran viento que sopla". Sus obras "Este Manuel que yo canto" (dedicada a Manuel Castilla) y "Coplas de la libertad (con versos de Daniel Giribaldi) calaron hondo en el gusto popular.

Condujo, al mismo tiempo, un programa sobre música popular en Radio Belgrano.

En 1986 editó "Marziali cerca nuestro" y se consagró como trovador
con dos obras fundamentales: "Los obreros de Morón" y "Cebollita y huevo".

En 1989 apareció "Marziali de diario", con portada de Hermenegildo Sábat y presentación de María Elena Walsh. Su obra "Yo elijo criollos" se convirtió en un clásico del cancionero nacional. Recorrió el país con sus canciones ofreciendo recitales y charlas en diversas Universidades y Centros Culturales.

En 1997 ganó con "El niño de la estrella", el primer premio (rubro
canción) en el concurso "30 años de la muerte del Che Guevara", organizado por la FUÁ y la Comisión permanente de apoyo a Cuba.

En 1998 viajó a La Habana, dando a conocer sus canciones en plazas y recintos culturales de la capital cubana. Ese mismo año fue declarado "Maestro del alma" por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.

Editó "¿Y por qué?", un disco con canciones infantiles. En 1999 apareció "Miradas", álbum en el que se destacaron obras como "El hombre pollo" y la citada "El niño de la estrella".

En el 2004 apareció "Padentrano", disco en el que hizo un rescate de
varios de los compositores fundamentales de canciones de raíz criolla, como Hilario Cuadros, Chabuca Granda, Alfredo Zitarrosa, Buenaventura Luna y Tejada Gómez, entre otros.

En septiembre de 2007 apareció "San Lagente", álbum con temáticas y ritmos urbanos. Se destacaron allí "Cuando Perón era Cangallo", "Así hablaba Don Jauretche" y una nueva versión de "Los obreros de Morón" con la participación de Alfredo Ávalos. En la actualidad se encuentran en imprenta sus libros de poemas "Elogio del estar despierto" y "El amor en otro sitio".

Ernesto Suárez, nació hace 67 años en Guaymallén, en el seno de una familia humilde, compuesta por 5 hermanos, un papá ausente y una mamá que le enseñó a sonreír en medio de la adversidad.

Así fue como ya a los 6 años ya andaba con su amigo "Don Andrés" en una carretela vendiendo verduras, a los 8 armaba cajones en un aserradero y a los 9 cosechaba fruta.

Mientras cursaba la secundaria, su vida no fue menos dura, se levantaba a estudiar a las 5 de la mañana y a la tarde una breve comida y vuelta al aserradero hasta la noche Nunca vivió la pobreza como una tragedia, y siempre se rió de ella como lo hace hoy en sus obras. »

A los 18 años se fue en un camión de un vecino a Córdoba donde ingresó a la carrera de abogacía. Sobrevivió gracias a que unos padres dominicanos le brindaron alojamiento y por tres años fue sacristán en la parroquia.

Le fue imposible continuar con la carrera porque las cosas no estaban bien económicamente para su familia en Mendoza. Volvió y a los 22 años fue bibliotecario en la Facultad de Ciencias Económicas de la UNCuyo. Por esos años comenzó a nacer en él el actor que sería durante toda la vida.

Su primera actuación profesional fue por invitación de Leónidas Montes, del elenco de Ciencias Económicas. El mismo que dirige desde hace 10 años.

A los 24 años conoció a Pepe Navarrete, Cristóbal Arnold, Gladys Ravalle, Jorge Fornés y Femando Lorenzo. Comenzaron una amistad y ellos serían sus grandes referentes.

Con 26 años recién cumplidos ganó el premio al mejor actor y director con la obra "La Farsa de Patelén". Por entonces las cosas políticamente comenzaron a complicarse en el país, y Ernesto, que nunca abandonó su militancia en el Peronismo de Base, comenzó un trabajo político traducido en teatro barrial. Allí narraba los acontecimientos de aquel tiempo.

Con la Facultad de Artes tomada por los estudiantes, este actor y director, asumió la conducción del teatro junto a Beatriz Salas y Malicha de Rosas. "Recuerdo que había ganado una beca para viajar a Francia y estudiar con el excelente mimo, Jacques Lecoq, pero me gustó el desafío de abrir este gran centro de estudios a la comunidad. Fue una experiencia maravillosa...”

El inicio de la década del ‘70 trajo un aluvión que destruyó una gran
zona de la geografía mendocina y se cobró varias víctimas. "El aluvión, por qué siempre mueren los pobres" fue un memorable trabajo de Ernesto, que representó junto a 60 actores y 30 bailarínes (la mayoría vecinos de las poblaciones afectadas).

"Fue un hito en mí carrera, me llevó a un teatro mas comprometido. Pero paralelamente la Argentina sufría un golpe militar, llegaron las bombas a la casa de mis colegas, las persecuciones y el exilio...”

"Huímos a Chile primero. Dormimos en plazas, en teatros abandonados, luego nos fuimos a Lima, Perú. Allí en solo un año, formé "Ño Janchis" (nosotros) una compañía teatral. La persecución a los exiliados nos obligó a partir a Ecuador, primero a Quito y finalmente a Guayaquil"...

En este lugar formó "el Juglar", que se convirtió con el tiempo en la
compañía teatral más importante de Ecuador y con la que recomo toda Latinoamérica.

Con "Guayaquil Superstar", una gran obra sobre marginados, con canciones de Rubén Blades, llegaron a las 1500 funciones, casi las mismas que hace poco alcanzó en Mendoza con "Educando al nene".

Cuando la democracia regresó al país, fue el momento en qué Ernesto regresó a su tierra y comenzó a trabajar activamente en su propuesta de Teatro Popular, formando el ya mítico teatro "El Taller".

Más tarde se uniría a su sobrino Daniel Quiroga, con el que llevan 20 años trabajando, generando notables éxitos. Sobre este trabajo dice: "El teatro popular nos cuenta una historia sobre nosotros mismos, hace que nos reconozcamos en ese relato. Siempre digo que no soy un cómico, sí exagero historias cotidianas y eso, roza el humor".

Por todo lo expuesto y teniendo en cuenta la importancia que reviste,
tanto el homenajeado como quienes llevan adelante la iniciativa de hacer "Así hablaba Jauretche", es que considero apropiado la aprobación del presente Proyecto de Resolución.-

Mendoza, 08 de mayo de 2009

PABLO JOSÉ TORNELLO /
Diputado Provincial

LA H. CÁMARA DE DIPUTADOS DE LA PROVINCIA DE MENDOZA,
RESUELVE:

Art. 1°: Declarar de Interés de esta Honorable Cámara, el Homenaje a Arturo Jauretche organizado por Jorge Marziali y Ernesto Suárez. El mismo se realizará el 22 de Mayo de 2009 en el Teatro Independencia, y llevará el nombre de "Así hablaba Jauretche".

Art. 2°: Solicitar al Poder Ejecutivo Provincial, para que a través de la
Secretaría de Cultura de Mendoza, evalúe la posibilidad de declarar de Interés Cultural el Homenaje denominado "Así hablaba Jauretche".

Art. 3°: Adjuntar a la presente resolución los fundamentos que le dan origen.

Art. 4°: De forma.

Mendoza, 08 de mayo de 2009

lunes, 18 de mayo de 2009

ARTURO JAURETCHE Y FORJA

por Juan José Hernández Arregui
(del libro "La formación de la conciencia nacional")

Arturo Jauretche por la rama paterna descendiente de vascos que vinieron a la Argentina en 1854, y por la materna de antepasados afincados en el país por la misma época, transcurrió su infancia en la provincia de Buenos Aires.

El estilo fresco, espontáneo y campechano de sus escritos, le viene de esa niñez y adolescencia en el campo bonaerense. Cursó estudios universitarios, y aprendió sin sistema, en los libros y en la calle.

Realizó en Buenos Aires diversas tareas y unió la característica rapidez mental del porteño con aquellas aferradas raíces provincianas, que impregnan sus escritos de una gracia sencilla e inconfundible.

Es uno de los periodistas polémicos argentinos más eficaces, dotado de una intuición certera para comprender los problemas y organizarlos en la idea central que ha ocupado su vida: el país argentino.

Su acción política, literaria y humana, cubre con su personalidad abundosa, la literatura de FORJA, y le da esa tónica profundamente nacional que ubica al movimiento en un lugar único dentro de las ideas políticas en la Argentina. Desde el punto de vista popular, FORJA fue Arturo Jauretche, creador de slogans y propulsor de tumultos juveniles. A él se deben vocablos incorporados al pensar nacional directo como "cipayos", "vendepatrias", "el estatuto legal del coloniaje", etc.

Como en todo grupo, ya en los comienzos, he perfilaron en FORJA dos tendencias. Una integrada por hombres jóvenes, con aspiraciones políticas, en su mayoría universitarios y con cierta inclinación a las peñas literarias, encabezada por Luis Dellepiane. La otra, con un objetivo definido de acción proselitista popular, y empeñada en el esclarecimiento doctrinario del programa del radicalismo, y en la proyección a las masas de ese esclarecimiento nacional, representada por Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche.

En los alrededores de 1940 se produjo una escisión entre quienes eran partidarios do la separación de la UCR y quienes deseaban encuadrar la lucha dentro del seno del partido. A raíz de esta escisión, se separaron de FORJA, entre otros, Gabriel del Mazo y Luis Dellepiane. Quedó, desde entonces, al frente de FORJA Arturo Jauretche.

(...) FORJA cuyo significado es Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, ya en la sigla descubre sus orígenes.
Fue un movimiento ideológico surgido de la crisis de la UCR, acelerada a raíz de la muerte de Hipólito Yrigoyen, un intento de recuperar el partido para las ideas que el caudillo había puesto en marcha en su larga carrera de conductor. El nombre del movimiento se inspira en una frase de Yrigoyen: “Todo taller de forja parece un mundo que se derrumba”.

Los rasgos tipificadores del movimiento son los siguientes: 1°) Un retorno a la doctrina nacionalista aunque vacilante de Yrigoyen, filiada en el orden de las conexiones históricas, a las antiguas tradiciones federalistas del país anteriores a 1852. 2°) Retoma en su contenido originario los postulados ideológicos de la Reforma Universitaria de 1918. 3°) Su pensamiento no muestra influencias europeas. Es enteramente argentino por su enraizamiento con el doctrinarismo de Yrigoyen, e hispanoamericano bajo la influencia de Manuel Ugarte y Raúl Haya de la Torre y el aprismo peruano. 4°) Sostiene la tesis de la revolución hispanoamericana en general y argentina en particular asentada en las masas populares. 5°) Es un movimiento ideológico de la clase media universitaria de Buenos Aires, en sus capas menos acomodadas, con posteriores ramificaciones en el interior del país. 6°) En su posición antiimperialista enfrenta tanto a Gran Bretaña como a EE.UU. en un doble enfoque nacional y latinoamericano.

FORJA surgió después de la revolución radical fracasada de Paso de los Libres, comandada por el Coronel Roberto Bosch que contaba con la adhesión cíe diversos efectivos militares. Marcelo T. de Alvear coartó el crecimiento de la conspiración en nombre de la pacificación nacional. Esta posición de Alvear coincidía con el plan británico que exigía la legalidad del radicalismo y su conversión en “partido del orden”.

(...) FORJA planteó, por primera vez en la Argentina, la cuestión del imperialismo británico en sus implicancias nacionales. Esta tarea se desarrolló en tres frentes: 1°) Como lucha interna dentro de la UCR corrompida por sus trenzas políticas y la insolvencia de los dirigentes. 2°) En las tribunas callejeras mediante una acción proselitista áspera y electrizada, en medio de la indiferencia desalentadora al principio de la opinión pública, y finalmente, del creciente apoyo de un público político independiente que rodeaba las tribunas de la agrupación. 3°) Mediante libros y folletos, volantes y “slogans” de enérgica connotación argentina.

El estado general de la opinión pública, extraviadas y cernidas las clases media y obrera por la pobreza, desmoralizadas por el fraude no era favorable a la labor ideológica. En los primeros tiempos, FORJA fue una campana sin badajo.

A fin de no perder la fe en la cruzada que habían emprendido, sus oradores se juramentaron para hablar aunque nadie escuchase las arengas.

(...) FORJA (nació) como un desprendimiento de la crisis en profundidad del radicalismo. Sus partidarios se reunían en sótanos, como una secta. Dictaban conferencias, practicaban un proselitismo individual infatigable, estudiaban la realidad económica, buscaban un empalme con el pasado histórico distorsionado por la clase dirigente.

Y estos hombres, en medio de la agitación callejera y la bofetada, de la incomprensión, del odio, el silencio o la indiferencia de los más, planteaban en un momento crucial de la vida pública argentina, la antítesis oligarquía-pueblo. Lo hacían, se ha dicho, en forma abstracta. Pero estaban en la clave ideológica de la historia nacional. Coloniaje o emancipación.

Quisieron llegar al pueblo. No lo lograron por vía directa. Pero rajaron esquemas históricos inertes, grandes mentiras consagradas, próceres de mármol. Las esquinas escucharon esa voz de la patria angustiada. Ultimo punto del radicalismo vencido, postrer intento de una reconstrucción del yrigoyenismo sobre bases argentinas.

(...) FORJA, como una voz en el desierto, clamaba contra el “electoralismo radical” y “el fascismo criollo que levanta la bandera de la Nación para facilitar la penetración imperialista que le ha dado origen y le fija rumbo... La Argentina y los países indoamericanos, sólo por la acción de los pueblos conquistarán la emancipación económica...”

Estas eran las ideas que difundía FORJA mediante cartelones, volantes financiados por argentinos abnegados, y fijados en las madrugadas nocturnas e invernales de una ciudad sin fe, por jóvenes patriotas con un solo traje y un solo país en el corazón.

domingo, 10 de mayo de 2009

UN CURA SE CONFIESA



Extracto de una nota sobre Carlos Mugica —incluyendo entrevista— publicada por la revista 7 Días en junio de 1972:

Fue muchas veces señalado como un sacerdote subversivo. Sin embargo, Carlos Mugica (el polémico capellán porteño) cree respetar los mandatos de Cristo y descerraja sus iras contra las jerarquías clericales comprometidas con el dinero, el privilegio y el desorden establecido en todo el país.

Es una ráfaga implacable, un martilleo de palabras, la lúcida coherencia que se transmite eléctricamente al gesto en esa permanente y reconcentrada actitud del que amenaza con violentar todos los esquemas -un dogma, una religión, una filosofía- pero repentinamente cede y adopta posiciones expectantes.

Rubio, de ojos azules, pulóver de cuello alto y pantalones negros, no parece un sacerdote; sólo los libros que trepan por las paredes de su departamento de un ambiente, en el barrio de Palermo, en Buenos Aires, denuncian la presencia de un miembro de la Iglesia Católica.

Es que Carlos Mugica (39, profesor de teología en las facultades de Economía, Ciencias Políticas y Derecho de la Universidad del Salvador y capellán de la parroquia San Francisco Solano, en Villa Luro), a diferencia de la nueva corriente de sacerdotes católicos, prefiere ignorar ese halo paternalista, el status privilegiado que la sociedad se empecina en otorgarle, para dar de sí —espontáneamente, sin premeditación— la imagen de lo que cree ser: simplemente un hombre común, con toda la riqueza y las limitaciones de los seres humanos; a lo sumo, siente quizá con más profundidad que sus hermanos —palabra habitual en su vocabulario— una problemática responsabilidad, ser también mensajero de sus conflictos.

Pero esa humildad -que se refleja inflexivamente en su manera de vivir- no le posibilitó soslayar una creciente popularidad alrededor de su figura. Lo publicaron así sus declaraciones por radio y televisión (“El socialismo —espetó en una de las emisiones del programa Tiempo Nuevo, dirigido por Bernardo Neustadt, en Canal 11— es el régimen que menos contraría la moral cristiana"); lo sacaron del anonimato pronunciamientos tales como el que barbotó cuando Arturo Illia fue elegido presidente de la Nación: “Hoy es un día triste para el país —dijo Mugica el 12 de octubre de 1963—, una parte importante del pueblo argentino ha sido marginado de los comicios y será dirigido por un hombre a quien sólo votó el 18 por ciento de los electores”.

El fogoso sacerdote reconoce que fue arduo el camino recorrido para que pudiera recalar, finalmente, en esas posiciones, no extremas -defiende- sino coherentes con la actual actitud de un grupo relevante de obispos de la Iglesia Católica.

- Sin embargo, cuando usted eligió ser sacerdote no enarbolaba las mismas banderas.

- En efecto. Ingresé al seminario hace 18 años, en 1951, y vivía en esa época, el catolicismo individualista, fiel al slogan salva tu alma.

- ¿Qué significaba para usted ser sacerdote?

- Salvar mi alma, es decir: ir al Cielo, buscar la felicidad, esa que está en Dios. Evidentemente era bastante egoísta mi actitud, aunque también entonces cambió radicalmente mi vida, porque fue cuando descubrí la alegría de vivir en Dios.

- ¿Quién es, qué es Dios?

- Definitivamente, Dios no es una idea sino alguien. Dios es una persona que se entregó totalmente a mí y se dejó matar por mí. Para mí Cristo es mi Señor, mi amigo, mi maestro, mi modelo de vida. Su entrega tiene un valor especialísimo: Dios es un ser que en lugar de servirse del hombre se pone al servicio del hombre y por eso todo hombre que da su vida por los otros sea un ateo, un marxista, o lo que fuere- , ése, verdaderamente se une a Cristo.

- ¿Quién consolidó en usted el cambio de actitud que se atribuye?

- Un sacerdote francés, el abate Pierre, de quien todavía recuerdo una frase decisiva: “Antes de hablarle de Dios a una persona que no tiene techo es mejor conseguirle un techo”. Es decir que conseguirle techo a una persona ya es hablarle de Dios. No nos olvidemos que Cristo curaba a los enfermos, les daba de comer a los que tenían hambre y de beber a los que tenían sed. Y no lo hacía: agarrando al hombre por entero.

Antes de ingresar en el seminario yo tenía una visión maniquea de la existencia. El alma era buena y el cuerpo malo. Eso viene de Platón, y se metió en la Iglesia con San Agustín; aún perdura esa concepción, sobre todo en lo relativo al sexo. Pero estamos viviendo un amplio proceso de liberación para desterrar esa actitud individualista del seno de la Iglesia. Antes, como muchos de mis compañeros que luego también evolucionaron, yo estaba preocupado por la salvación de mi alma.

Luego empecé a preguntarme ¿por qué salvar mi alma y no mi cuerpo cuando esa división no es, precisamente, una actitud cristiana? En la Biblia no se habla nunca de alma y cuerpo; la Biblia es un libro muy carnal, muy concreto, en el cual se define al hombre como polvo que respira.

- ¿Qué sucede entonces cuando muere un hombre? Es decir, ¿no es su alma, según las concepciones cristianas, la que asciende al Reino de los Cielos?

- Insisto en la falsedad de esa concepción dual. Ningún teólogo podrá decir nunca que, después de muerto el hombre, el alma queda flotando en algún lugar. Es una visión tonta, materialista, de la resurrección. No sabemos mucho al respecto. Toda imagen que podamos tener después de la muerte de un hombre es muy pobre. Sabemos, sí, que vivirá para que después escucharan el sermón sino porque esa es su manera de amar en Dios. Y suponemos que eso significa que va a estar presente como persona en todos los seres.

- Muchos cristianos siguen aferrados a esa concepción maniquea (alma buena; cuerpo malo). Y aún más: persisten en adoptar la posición que usted calificó de individualista. ¿A qué se debe?

- Una visión distorsionada de la realidad. El cristianismo es esencialmente comunitario. No decimos "padre mío” sino “padre nuestro”. Para entender claramente esto basta con acercarse al pueblo. Estar en contacto directo con él.

Cuando yo estaba en el seminario iba a un conventillo de la calle Catamarca. Allí viví algo muy especial, trascendente en mi evolución. Precisamente, en el contacto con los hermanos míos del conventillo, descubrí lo que ahora llamaría el subconsciente de Buenos Aires. El día que cayó Perón fui, como siempre, al conventillo y encontré escrita en la puerta esta frase: "Sin Perón no hay patria ni Dios. Abajo los curas".

Mientras tanto, en el Barrio Norte se habían lanzado a tocar todas las campanas y yo mismo estaba contento con la caída de Perón. Eso revela la alineación en que vivía, propia de mi condición social, de la visión distorsionada de la realidad que yo tenía entonces, y también la Iglesia en la que militaba, aunque ya por esa época muchos sacerdotes vivían en contacto directo con su pueblo.

- ¿Qué papel supone usted que jugó la Iglesia en ese momento?

- Pienso que entonces algunos sectores de la Iglesia estaban identificados con la oligarquía. No digo que la Iglesia volteó a Perón sino que contribuyó a voltearlo. Pero pienso que también había deterioro en las filas peronistas. Creo que el peronismo perdió fuerza revolucionaria desde la muerte de Evita.

- ¿Cuál cree que debe ser su verdadero compromiso con los argentinos, con su pueblo?

- Pienso, siguiendo las directivas del Episcopado, que debo actuar desde el pueblo y con el pueblo: vivir el compromiso a fondo, conocer las tristezas, las inquietudes, las alegrías de mi gente a fondo, sentirlas en carne propia. Todos los días voy a una villa miseria de Retiro, que se llama Comunicaciones. Allí aprendo y allí enseño el mensaje de Cristo.

- ¿Qué mensaje?

- Los signos concretos del mensaje de Cristo se pueden detectar cuando Él dice: “En esto se conocerá que ustedes son mis amigos, en el amor que se tengan unos a otros”. Y el índice de mi adhesión al mensaje de Jesucristo es mi amor real, concreto, palpable, por mis hermanos.

(...)

- ¿Quiénes cree usted que no se comprometen a ese nivel?

- Aquellos que ven a un tipo sufrir en la villa miseria y dicen: pobre. Aquellos que se compadecen pero pasan de largo y siguen viviendo como burgueses. San Agustín fue muy claro al respecto: “Hay muchos que parece que parece que están adentro de la Iglesia y sin embargo están afuera”. Es decir: son muchos los que fueron bautizados o tomaron la comunión pero no tienen amor concreto por su prójimo. Son cristianos muertos, no son cristianos.

Por eso hay mucha gente que va a comulgar a misa, cree que comulga pero solamente traga la hostia. Cree que recibe la comunión y no se da cuenta de lo que eso quiere decir. Exactamente: común unión.

Y si yo voy a recibir la comunión y soy racista, o sectario, o un explotador que oprime a su hermano, me dice San Pablo: "Ingiero el cuerpo del Señor indignamente; me trago y me bebo mi propia condenación".

Porque vivir en el egoísmo, eso es el pecado. Aquel que se la pasa contemplándose el ombligo es un pobre hombre que ya tiene el infierno en vida, que vive en el pecado.

- ¿Qué entiende por pecado?

- Pecar es negarse a amar. No hay pecado sexual: hay pecado contra el amor. Uno peca sexualmente cuando utiliza a una persona como cosa, como objeto. Por eso aquellos que pretenden decir “ah, bueno, pero yo tuve relaciones con una prostituta, para descargarme”, esos pecan doblemente. Están contribuyendo con su actitud a mantener un estado de esclavitud, aunque sea aceptado por la persona a la que esclavizan.

- Entonces son muchos los cristianos que viven en el pecado, que no aman.

- Son todos aquellos que tienen una imagen desfigurada de Dios. Dios es para ellos el gran Super Yo Castrador y viven con Él una relación mítica, supersticiosa, mágica. Para ellos es un Dios que justifica la inmovilidad, un Dios que permite preguntas tales como “¿Y? ¿Qué vamos a hacerle si existen pobres y ricos?”.

Ese es el Dios que ataca Marx, ése es el Dios que hace creer a algunos que la religión es el opio de los pueblos. La verdadera fe cristiana, la auténtica fe en Cristo hace trizas esa creencia. Tener fe es amar al prójimo, y eso me moviliza a fondo, tanto como para dar la vida por mis hermanos, tanto como para brindarme íntegramente por ellos.